Entrevista a Maite Marín

Realizada por Margarita Álvarez

Margarita Álvarez (MA): En la actualidad podemos encontrar distintas exposiciones que documentan las coordenadas de los fenómenos migratorios, sus causas y sus vicisitudes.* Pero lo particular de esta exposición es que los aborda en un lugar concreto, Caldes de Montbui, una pequeña población de la provincia de Barcelona, que cuenta con menos de 20.000 habitantes. Constituye algo minúsculo en relación a la extensión de tales fenómenos y, sin embargo, concentra lo esencial de ellos. ¿Cómo surgió la idea de hacerla?

Maite Marín (MM): Esta exposición es algo que estaba tejiéndose desde hace muchos años. Yo había vivido mi infancia y adolescencia en el Bugarai, un barrio de Caldes de Montbui conocido popularmente como los “Cien Pisos”. A finales de los años setenta, debido a la llegada de cientos de emigrantes del Sur, este nuevo barrio se había ido levantando más allá de los límites establecidos del pueblo. Allí, la mayoría de los nuevos habitantes eran inmigrantes o hijos de inmigrantes que, llegados desde finales de los años cincuenta, se habían instalado en viviendas precarias, en habitaciones realquiladas del pueblo.

El nuevo barrio desahogó a los nuevos vecinos y vecinas del hacinamiento. Allí formamos una comunidad híbrida donde había mucha ayuda mutua, solidaridad desde abajo, apoyo, sobre todo entre las mujeres. Éramos una comunidad para la que lo importante no era de donde veníamos, sino en dónde estábamos: un lugar que, pese a todas las carencias, nos parecía un espacio nuevo, luminoso, abierto.

De forma “natural”, los hijos de los inmigrantes íbamos a la escuela de los “nacionales”, que estaba en la otra punta del pueblo. Cada día los niños atravesábamos el pueblo sin participar de la vida oficial. Pero eso no era ningún problema para nosotros, niños que vivíamos en descampados y calles. Hasta que mi madre nos cambió a mis hermanas y a mí de escuela. En la nueva escuela, privada y de orientación religiosa, iban las niñas “del pueblo”, muchas de ellas de “familias bien”. Ahí me di cuenta de las fronteras que existían en torno a las clases sociales y al origen. Ninguna de las niñas del pueblo quiso venir a mi barrio por la mala fama que tenía. Fue entonces cuando tomé conciencia de “atravesar mundos”. En mi barrio era una “mongeta” (por ir a las “monjas”). En mi escuela, “una niña de los Cien Pisos”. Creo que, con el tiempo, esa condición de medio extranjera en ambos espacios me llevó a hacerme antropóloga. Viví y trabajé en Ecuador, Perú, México; y cuando regresaba a Cataluña, me vinculaba siempre con comunidades de personas que habían sido migrantes. De alguna manera quise continuar instalada en esa mirada que otorga la antropología de estar dentro y a la vez estar afuera que yo había aprendido de niña en los Cien Pisos. Así, después de vivir en varios lugares, llegó un momento en el que quise regresar a mi barrio e indagar en esta historia de la que formaba parte. Una historia sobre la que se ha estudiado y analizado poco y sobre la que es importante volver, sobre todo en tiempos como los actuales.

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