¿Por qué alguien que pasó por la experiencia de un análisis y alcanzó su final, puede querer ocupar el lugar del analista? Es la pregunta que Jacques Lacan se respondió con la fórmula: “El analista no se autoriza más que de sí mismo”. Y es también la pregunta que impulsó la invención del dispositivo del Pase en el seno de su propia Escuela para verificar que hay analista.*

Santiago Castellanos también se ha dado sus respuestas, y este libro las reúne alrededor de un trabajo delicado e intenso sobre su experiencia en el Pase, en la política de la Escuela y en la producción del discurso analítico más allá de lo ya conocido.

Los testimonios elegidos expresan la soltura que se obtiene cuando se ha podido alcanzar el final de un recorrido analítico. Explorar el programa de goce que a uno lo ha orientado toda la vida, leer lo que permanecía fijo en la escritura de este programa y desprenderse de esas ataduras que garantizaban una existencia, es la apuesta que Santiago hace pasar en su transmisión.

El lector podrá apreciar que analizarse es una invitación a decirse y que este decir transcurre sobre una dimensión del relato de sí.

El analizante cuenta su vida de un modo que no está programado, sólo regido por la asociación libre que el dispositivo analítico ofrece. Entonces, puede distinguir una serie de acontecimientos que son puntos de inflexión en su historia. Algunos de ellos implican giros que dieron vuelcos en su vida, otros permanecen opacos a la espera de alguna significación que tal vez nunca llegue.

Por ello podemos decir, con Lacan, que un psicoanálisis se ocupa de las “causas mínimas” que determinaron una manera de gozar y que ellas constituyen el germen de la singularidad de cada quien. La neurosis infantil y la novela familiar harán lo suyo para velarlas y la hystoria pondrá de su parte para enmarcarlas en una conjunción propia e inédita entre la ficción y lo real.

Esta fórmula lacaniana es una invitación a que el analista se ocupe de esas causas mínimas y no de las grandes cosas, es una invitación a que sepa “que en las cosas mínimas yace el resorte de su acción”[1] ya que allí se enraíza el síntoma único que Lacan calificó como acontecimiento de cuerpo. Ellas son las piezas sueltas que nos encuentran al final del trayecto analítico.

Así lo expresa Santiago cuando se refiere al final de su experiencia analizante: “Lo que queda es como una performance compuesta de varias escenas, significantes y marcas en el cuerpo que quedan como restos por fuera del sentido”.

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