“Llegó con tres heridas, la del amor, la de la muerte, la de la vida. Con tres heridas viene: la de la vida, la del amor, la de la muerte. Con tres heridas yo…”

Este poema de Miguel Hernández preside la portada de este nuevo número de la revista de la Escuela: “Trauma, memoria y olvido”. En él, el poeta dice, canta las heridas estructurales del parlêtre, esas heridas que le marcan y afectan, que le introducen en la repetición y la historia, que le hacen vivir, amar y morir de una manera singular, que es una y no otra.

Reencontré estos versos universales, cantados por Joan Manuel Serrat y por Joan Baez, entre muchos otros, hace ya varios años. Esa vez no los leí en Cancionero y romancero de ausencias, sino sobre un muro de una edificación semiderruida, escritos por una mano anónima. Era en Belchite viejo, al sur de Zaragoza.

Este pueblo fue bombardeado en la batalla que lleva su nombre, en agosto de 1937, durante la Guerra Civil española. De allí salió huyendo la madre de Serrat camino de Barcelona, como antes y después harían otras mujeres, otras madres, otros hombres, padres o hijos, de éste u otro lugar, en la misma guerra o en otras.

Como Guernika, Belchite ha devenido símbolo de un momento especialmente siniestro de la historia más o menos reciente de nuestro país, e igualmente testimonio intemporal y universal de los desastres de la guerra. Esos desastres a los que Francisco de Goya, nacido a escasos veinte kilómetros de Belchite, dedicó dos series de grabados, cuando el Sitio de Zaragoza, en otro siglo y otra guerra, la de la Independencia, cerca de 150 años antes. Sin embargo, todas las guerras, tienen puntos en común. Siempre se trata, bajo los ideales y razones variables, de la irrupción de la barbarie ciega que pone fin al pacto civilizatorio, del desencadenamiento de la pulsión de muerte.

Esto es lo que podemos apreciar en los escritos que distintos colegas han producido para este número. También encontramos en ellos el relato de parecidas secuelas: vidas interrumpidas, cuando no finalizadas, pérdidas difíciles de elaborar, miseria, represalias… con frecuencia emigración o exilio… La dificultad siempre, cuando no la imposibilidad en muchos casos, para el sujeto, de hacer entrar el horror de lo traumático en el discurso.

Los acontecimientos traumáticos no se pueden tratar como una esquina que se dobla y deja atrás, entrando en una nueva perspectiva; tampoco como un tiempo que se extirpa como se arrancan las hojas viejas de los calendarios. El pasado nos concierne en tanto nos construimos sobre las marcas que ha dejado en nosotros, y no podemos, lo sepamos o no, dejar de leerlo desde dichas marcas.

Entonces, cada uno tiene una responsabilidad en su lectura, en su memoria. No es solo lo que pasó sino también lo que de algún modo aún nos pasa, porque es lo que somos. Cada parlêtre ha de hacer con ello. También cada grupo, cada sociedad o cada época.

Los versos de Miguel Hernández conmueven. Vivifican las ruinas en que fueron escritos volviéndolas patrimonio común. Ellos permiten leer lo humano como condición y no solo como injusticia o tragedia —aunque también desde otra perspectiva lo sea—.

Si la dimensión de la guerra es ineliminable de la vida de los hombres, como responde Freud a Einstein, eso no la vuelve ni necesaria ni justificable. Debajo de las razones o los ideales esgrimidos siempre está la pulsión, por lo que cada una revela nuestro fracaso respecto al pacto civilizatorio, respecto a saber hacer con lo real en juego en cada época y lugar: lo real del otro, del Otro, de uno mismo.

Si respecto a la pulsión la responsabilidad es en primer lugar de cada uno, también está la responsabilidad de cada grupo y de cada gobierno. Solo desde la responsabilidad frente a lo pulsional podemos, se me ocurre, aspirar a la construcción de eso que socialmente ha dado en llamarse una memoria colectiva. ¿Es posible en sentido estricto una memoria colectiva? Quizás solo sea posible acordar la objetividad de unos hechos y un relato hasta cierto punto común, que garantice un pacto de convivencia sin que devenga una “justificación” para proseguir o retomar la guerra.

Es algo a pensar.

En este número que ahora les presento pueden encontrar otros textos, entre los que está la presentación del XII Congreso de la AMP, El sueño. Su interpretación y su uso en la cura lacaniana, a celebrar en abril de 2020 en Buenos Aires. También hay que destacar lo que podemos considerar, de hecho, un segundo dossier de la revista, las Conferencias del Campo freudiano en Bélgica, en 2017, que nos ofrecen una lectura de ese texto capital que es Radiofonía, auténtica bisagra que nos abre a la última enseñanza de Lacan. Cuatro analistas de la Escuela Una dan cuenta de su trabajo en sus respectivos testimonios. Y cuatro colegas nos ofrecen dos textos sobre los carteles y otros dos sobre el control y el deseo del analista. También podemos leer dos textos que toman el tema de nuestro próximo encuentro: las XVIII Jornadas de la ELP, que tendrán lugar en noviembre en Valencia, dedicadas a La discordia de los sexos, a la luz del psicoanálisis. Y, por último, tres colegas nos entregan sus respectivos escritos sobre el tema la lectura.

Este número es especial: se acompaña de un volumen anexo que recoge el contenido de las plenarias de las XVII Jornadas de la ELP, las cuales como podrán recordar tuvieron como título: ¿Quieres lo que deseas? Excentricidades del deseo, disrupciones de goce.

Para finalizar este editorial, quiero señalar que es el último número que se hace bajo esta dirección de redacción por lo que agradezco en primer lugar a todos aquellos colegas que me han propuesto sus textos y sus ideas, sin ellos no habría sido posible hacer estos cinco números de la revista.

Agradezco asimismo a todos aquellos colegas que me han acompañado de distintos modos en la realización de estos números de la revista el trabajo y el apoyo prestado: integrantes de los comités de redacción, traductores, y en especial a Esperanza Molleda, jefa de redacción, y a Carmen Conca, jefa de la edición digital.

Mi agradecimiento asimismo a los dos Presidentes y los dos Consejos de Administración de la ELP, habidos en este período, por su confianza y su asesoramiento.

Todo este trabajo común no solo ha hecho posible la publicación de cada número de la revista, sino que también ha sido y es indispensable para seguir haciendo Escuela.

Solo me queda dar la bienvenida al nuevo director de redacción, Julio González, y a su nuevo equipo, que se hará cargo a partir del próximo número de El Psicoanálisis. Mis mejores deseos para todos ellos.

Y a todos ustedes, ¡disfruten de la lectura!

Margarita Álvarez