Texto de Alín Salom

“Judío es un concepto inequívoco solo para los antisemitas”.
Imre Kertész

Se tiende a creer que subsisten pocos testimonios de la Shoah; por varias razones: en virtud de la inconmensurabilidad del acontecimiento, a causa de la consabida ceguera, sordera e indiferencia del mundo durante mucho tiempo y también por la “imposibilidad” de un testimonio auténtico, en palabras de Primo Levi, idea retomada luego por Agamben.[1] Sin embargo, la realidad es diferente. Existe hoy en día un abanico inmenso, descomunal, vertiginoso de testimonios, que son, además, de una diversidad asombrosa. Se puede periodizar el proceso de testimonio.

Los testimonios durante la Shoah

Los testimonios comienzan a ser escritos durante la Shoah. Por ejemplo, el historiador Emanuel Ringelblum pone en pie, en el gueto de Varsovia, una organización denominada Oneg Shabbat dedicada a construir un archivo con la crónica de la vida en el gueto. Lo mismo hace  Klementynowsky en el gueto de Lodz. Ringelblum señala que todo el mundo escribía en los guetos. No solo lo hacían los periodistas y los escritores, sino también los maestros, los trabajadores sociales, los jóvenes ¡e incluso los niños![2] Lo hacían en una multitud de lenguas diferentes. Muchísima gente escribía diarios, íntimos y éxtimos. Por ejemplo, el presidente del gueto de Varsovia, Adam Czerniakow mantuvo un diario que acabó afortunadamente en manos del historiador Hilberg. Los archivos fueron escondidos en todo tipo de recipientes, por ejemplo, grandes botes de leche de hojalata, y fueron enterrados. Muchos quedaron destruidos, pero tras la guerra algunos fueron recuperados entre las ruinas, fueron reunidos en instituciones históricas, reproducidos y cedidos a los archivos de Yad Vashem.

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