Texto de Guy Briole
Jacques Lacan, en su Seminario de 1964, subraya que ningún sentido de la historia puede justificar el horror del Holocausto ni tampoco lo que llama “la ofrenda de un objeto de sacrificio a los dioses oscuros”.*[1] ¿Quién puede escapar a esta captura monstruosa? “La ignorancia, la indiferencia, la mirada que se desvía, explican tras qué velo sigue todavía oculto este misterio”. Es algo, añade Lacan, a lo que hay que dirigir una mirada llena de coraje.[2]
Con respecto al mayor crimen de todos los tiempos, la Shoah, el deber de memoria se vuelve hoy un imperativo de conocimiento y una responsabilidad de transmisión. Es necesario transmitir un saber sobre el horror impensable, que marcó la mitad del siglo XX, con el propósito de rechazar radicalmente toda banalización de los campos de concentración y hablar de lo que será, para siempre, “la actualidad de Auschwitz”. Lo injustificable de los campos de concentración es la absoluta arbitrariedad que decide la inutilidad de algunos a partir de un rasgo discriminador —el hecho de haber nacido judíos— y organiza metódicamente su exterminio. El significante “concentración” nunca abarcará todo el significante “exterminio”.