Traducción de Helena Torres

Simbólico, real, imaginario –con el cuerpo en relación a estos tres registros– y tres congresos, Buenos Aires, París, Río. En el término de estos seis años de trabajo, ¿hemos logrado llegar al aggiornamento de nuestra práctica analítica en el siglo XXI, al cual Jacques-Alain Miller nos convocaba en su Conferencia de Buenos Aires?1

El camino que nos ha abierto en esta jungla de cambios de siglo, ¿lo hemos podido despejar? ¿Hemos profundizado suficientemente la cuestión del inconsciente, hoy?

Nos hemos apropiado del escabel, arrojado sobre el cuerpo como si no hubiera, desde siempre, estado allí. Se objetará que ahora se trata del cuerpo hablante, el del parlêtre. Nos gustaría incluso que este cuerpo hablante hable cada vez más y más. Ya no interpretaríamos al sujeto sobre sus decires, lapsus, chistes, ambigüedades, contradicciones, sino sobre lo que dice el cuerpo y sobre el goce que, siempre, lo desborda. Incluso, parecería que con el cuerpo uno se siente más seguro de que dice la verdad, allí donde la palabra del sujeto fracasa en decirla toda.

Pero, a partir de la orientación que nos ha dado J.-A. Miller en su intervención de París hacia Río, “El inconsciente y el cuerpo hablante”2, por una deducción lógica, podemos hacer de la conjunción copulativa una afirmación: el cuerpo hablante es el inconsciente, el de la última enseñanza de Lacan.

Hilo rojo

En relación con las prácticas, se plantea la cuestión de saber qué acto es posible para el psicoanalista en este siglo de la metonimia del sobreseimiento permanente: modalidad de desmentido respecto a lo real sin ley y de apología de la irresponsabilidad. Es como si este siglo quisiera olvidar Auschwitz, Hiroshima, la guerra fría, los desastres de los totalitarismos, las guerras civiles que destruyen los pueblos, los genocidios que apuntan a eliminarlos, los éxodos, es decir, borrar tanto el pasado lejano como el más reciente. ¡Esto sería «estar en el siglo XXI», resueltamente orientados hacia un porvenir mundializado!

Retomando a Lacan, que definía una revolución como el retorno al punto de partida, podríamos sostener que la revolución que se realiza bajo la égida de la ciencia y del capitalismo es un retorno a las condiciones más oscuras del siglo XX, con una fragmentación del mundo, un retorno a los particularismos regionales y una liberación de la palabra hacia lo peor. Las consecuencias son el fin de las solidaridades, el retorno de las violencias bárbaras, la expresión del odio a cielo abierto, el recrudecimiento de los insultos racistas, la estigmatización del rasgo identificatorio, acentuando el rechazo de las diferencias, la exacerbación del Uno de las religiones. La pendiente es vertiginosa y es cada vez más manifiesto el encarnizamiento en destruir todos los capitonajes que permitirían un mínimo de lazo entre los hombres: se sueltan en provecho del Uno separado de los otros. El pensarse remite al Uno solo centrado sobre modalidades de goce inmediatas, que no incluyen obligatoriamente el lazo social, que supone el intercambio y sus malentendidos.

La certeza de lo bien fundado de la urgencia a actuar trastoca la duda y el tiempo de reflexión. No hay temporalidad que permitiría diferir un goce; la demanda aplasta el deseo y la iteración del fracaso de su satisfacción arrastra al sujeto moderno en el torbellino de las modernidades. No hay capitonaje para parar esta huida hacia delante. ¿El psicoanalista, en el siglo XXI, puede ser el que sabría manejar la lezna –la aguja del colchonero de la que nos habla Lacan en el Seminario 33– que trenzaría entre ellos los hilos de la modernidad, que anudaría el cuero y la carne, es decir, que daría un hilo rojo al parlêtre?

El futuro contingente

La cuestión del futuro contingente (…) es el lugar mismo donde se torna extrema la tensión entre el saber y el tiempo”4. Esta frase, extraída del curso de J.-A. Miller, Donc, sigue siendo uno de los desafíos más actuales planteados al psicoanálisis en la época de lo real sin ley. Asimismo, retomaré diversos puntos de la primera lección de este curso.

¿Cómo anudar saber y tiempo, conseguir que un entonces haga de grapa deteniendo este deslizamiento infinito? Lo necesario estaría tras nosotros y ya no interesaría para saber algo de lo contingente, de lo que puede acontecer en el futuro. Sin embargo, –Lacan lo subraya en su Seminario Los no incautos yerran- los acontecimientos humanos son tan previsibles que son constantes; evidencian algo de la repetición5. En una sociedad que se piensa y se organiza a partir de lo real que forja la alianza capitalismo-ciencia, solo el día a día cuenta para un hedonismo donde el goce para todos supondría una implicación mínima del parlêtre. La paradoja consiste en que lo contingente queda como lo que puede hacer límite a este goce ofrecido; se trataría, para el parlêtre, de hacerle frente, de rodearlo, de anularlo.

El parlêtre contemporáneo quiere soluciones pragmáticas. Se dirige, cada vez más a menudo, al psicoanalista con el fin de saber si tendría una solución a las molestias, al obstáculo de este goce que le parece al alcance de la mano. En el mejor de los casos, el psicoanalista podría considerar que lo que provoca esta demanda es del registro de los malentendidos entre el parlêtre y aquello de lo que éste pretende gozar en el siglo XXI. Pero puede ocurrir que el analista quede atrapado, él también, en la trampa de la exigencia de “producir un acto”, ¡que piense que puede hacer que los dados lanzados siempre caigan del buen lado! Sin embargo, el psicoanalista no reclama estar en competencia con la ciencia, ni con el azar. ¿Cree entonces en la magia de su acto para hacer frente a lo real sin ley? Mientras que el acto que hace frente a lo real sin ley no se decide, aunque revela lo que ha sido, las dificultades con el entonces evocado por Miller están lejos de ser elucidadas. Allí donde apelaba un “mejor decir” sobre lo que hacemos en la práctica analítica6, nuestras elaboraciones teóricas quedan aún, en gran parte, en el tintero; entonces, por escribir. En efecto, nos recordaba que “no es excesivo decir que el psicoanálisis tiene algunos problemillas con el entonces”.7 Tenemos dificultad con la demostración.

Contingencia de la transferencia

Nos quedamos suspendidos en la actualización de nuestra práctica en un mundo que se ha transformado, las demandas de análisis han cambiado y también nuestras prácticas no son las mismas: “El psicoanálisis cambia, lo cual no es un deseo, es un hecho”8.

La contingencia, la imprevisibilidad, las marcas sobre el cuerpo y sus expresiones renovadas, las rupturas en las trayectorias de vida son algunas de las tantas modalidades particulares del parlêtre, de vivir y de presentarse a los otros. En nuestra época, donde el analista también está sumergido en este entorno desbaratado, sus modalidades se infiltran en la transferencia: las demandas parecen estar menos del lado de los misterios del inconsciente a descubrir o a descifrar que del lado de estos trozos de real desarraigados, deshilachados –ligados a la angustia o a fenómenos de cuerpo– que requieren inventar, cuanto antes, suturas que permitan un cierto apaciguamiento. ¿No sería esto querer saber la respuesta antes que la pregunta? ¿No haríamos así un impasse del pasaje por el sentido y los desfiladeros del significante como si el último Lacan borrara el del desciframiento?

Así, las demandas de análisis –quizás hoy más que en el pasado– se han de poner a trabajar en el inicio de la cura. No atenerse a esto, sería como si hiciéramos de este analizante potencial de hoy un iniciado que entraría de lleno en el dispositivo en lugar de recibirlo en tanto el inocente del que hablaba Lacan, “ese que no sabe lo que ya está escrito en el ticket de entrada al análisis”9.

El tiempo lógico de las curas parece fuertemente alterado: shunt del instante de ver, compresión del tiempo para comprender, ¡es casi de golpe en el momento de concluir que comenzarían las curas de hoy! El tiempo nos apremia a todos, al analizante sin duda −siendo algo propio de esta época−, pero también al analista. Colmar los imprevistos de lo real sin ley, fabricando sinthome a marchas forzadas dejaría la cuestión de la prisa [hâte] del lado de una retórica un poco anticuada. El psicoanalista, deseando demasiado ser de su siglo, no quiere perder el escabel del manitas advertido10 −aquel que fabricaría un sinthome a medida, según cada singularidad−, y está tentado por aquel del Skype a fin de extender su radio de acción y no perder nada en el caso que el analizante le dijera que se va…

El parlêtre no tiene tiempo, ni el de ver, ni aún menos el de comprender. ¡Entonces se iría enseguida al de concluir! El analista mismo quiere resultados como si esperara otra cosa del analizante. En las sesiones de control, no es raro −a menudo al inicio de la práctica, pero no solamente− que el analista haga frente a una forma de angustia que lo invade, “de no saber bien cómo hacer”, de tener que “producir un acto”, cuando su “analizante de hoy” sigue yendo por la vía de la repetición y que se lo imputa al analista, preguntándose además si no va a cambiar de analista. He aquí entonces a este psicoanalista inquieto por saber si está realmente en el buen lugar, temiendo todavía que un paciente más lo deje.

Apoyándonos en este temor, parecería, en efecto, que los analizantes cambian más fácilmente de analista haciendo de esto uno de sus rasgos de hoy. Al contrario, por querer apresurarse demasiado a “cernir lo real”, ocurre que los analistas empujan al paciente fuera del dispositivo. Ante esta prisa constreñida, el paciente no se resiste, ¡si se puede decir! Así, un analizante, retomando de nuevo un análisis, no osaba hablar de una situación de rivalidad infantil, que según él había sido decisiva en su vida, aduciendo que “esto no encontraba ningún eco en [su] análisis precedente”. Lo que consideraba ser su drama había sido barrido de un manotazo. El analista había “escogido” interesarse por otro traumatismo de la vida de su analizante. Si a lo que apuntaba el analista era a tocar la defensa, el resultado −previsible en este caso− no fue ni moverla ni desmontarla, sino desplazarla, en respuesta al forzamiento del analista.

El control, más allá de la importancia decisiva que le damos en la formación del analista, puede, en el contexto de estos cambios de la práctica, encontrar un nuevo brote de interés poniendo al trabajo la oscilación que vacila entre dos polos: apresurarse demasiado o retroceder ante el acto.

Vuelta sobre el entonces

J.-A. Miller, en esta lección de Donc que hemos tomado de referencia, propone separar el entonces lógico del entonces analítico que induce la asociación libre y la puesta en marcha del sujeto supuesto saber. La rectificación subjetiva y la delimitación del síntoma analítico que ésta provoca se leen como un entonces, deducido del acto del analista. Así, se trataría de dejar un lugar en el transcurso de un análisis al entonces analítico para, en el momento del final de análisis, dar todo su peso y su valor al entonces lógico, el de las consecuencias del punto en que la cura condujo al analizante. En el transcurso de su análisis, el analizante se sorprende a veces de lo que descubre. Es también lo que provoca el impulso hacia el deseo de saber y la orientación hacia el bien decir.

El entonces está hecho para introducir esta sorpresa”11. El acto no se piensa, no se calcula, viene justo allí donde no se lo espera. Pero no es suficiente decirlo así; hace falta aún, aunque sea après-coup, llegar a demostrarlo.

Lo más sutil del asunto es que el entonces lógico del final puede ser también un entonces de sorpresa. Este punto es de gran interés para la nominación de un Analista de la Escuela, “ser sorprendido”. Un pase, se coge al vuelo: ¡pasa o no pasa! Es por esto que siempre hay una dimensión de apuesta. Pero, ante todo, lo que retiene es lo que, en este pase, se impone como una demostración.

La nominación no se hace en un en más, sino, todo lo contrario, a partir de un agujero en el saber, cuando la demostración que hace el pasante, retomando la lógica de la cura, conduce a este punto. J.-A. Miller ha insistido sobre esta dimensión en la conclusión del “Parlamento de Lyon”, donde subrayó que Lacan pensaba que se “llegaría a un análisis que sería equivalente a una demostración”. Entonces, el pase vendría a ser como una conclusión lógica: “el fin del análisis, como pase, sería como la conclusión de un razonamiento”12.

En el cartel del pase, el asentimiento a este razonamiento depende mucho del efecto sorpresa, de lo no esperado en este punto que queda como marca de lo que separa esta sorpresa de un saber convenido. Es también el surgimiento de lo nuevo que produce la dimensión de testimonio. Este efecto no produce lo ya sabido o un saber teorizado, ¡aquel del erudito en lacanismo! Así, “dar anillos a los iniciados, no es nombrar”13. Esta demostración se distingue, en psicoanálisis, por ser una demostración de lo imposible, aquel de la relación sexual que no hay. Lo imposible de decir de este real con el que nos topamos en el final de análisis, “tapón” que hace que de la verdad solo encontremos su “espejismo”14 en el horizonte.

Es así que, después de la nominación, le queda al AE lo más difícil de hacer: “demostrar su saber hacer con lo real”, indica J.-A. Miller15. El Analista de la Escuela está al pie del escabel, como diríamos, está entre la espada y la pared y, hoy, cada vez más, el trabajo que produce hace entender la demostración de una cura llevada a su término.

El lazo, el desciframiento y el detalle

¿Qué inconsciente, para qué analista y para qué lazo en el mundo?

El psicoanálisis, desde su invención por Freud, existe en un lugar que no se sostiene en ningún reconocimiento y que, si bien es de su siglo, no se confunde con él. El psicoanálisis se desplaza en tierras hostiles. Es el paso al lado que hace que sea original y que excluye toda puesta en serie con otras aproximaciones del hombre. En este sentido, la práctica del psicoanálisis, más aún en el siglo del real sin ley, es una manera de escribir sobre lo que marca la historia de los hombres. Las posiciones de Freud, como de Lacan, fueron las de captar lo que, en lo más íntimo de cada sujeto, podía alojarse y a veces desencadenarse, más allá de toda causalidad simplista.

Evidenciar este real no es explicar, es escribir sin temblar, sin juzgar, fuera del insulto y de toda complacencia del psicoanalista a dejarse llevar rápidamente por la vía de la consolación16 a la que aspira el sujeto contemporáneo. Este se querría reconciliado con sus modos de goce. He aquí un espejismo en el que podría perderse el psicoanalista si no velara por mantenerse en el único lugar posible para él en la sociedad, el de éxtimo.

El psicoanalista, también en el siglo XXI, sigue apoyándose en su “gusto por el desciframiento”17, en el trabajo de la búsqueda del pequeño detalle y del decir a partir de lo que hace agujero en el saber.

Guy Briole. AME. AE (2010-2013). Psicoanalista en París y en Barcelona. Miembro de la ECF, de la ELP y de la AMP

guybriole@orange.fr

1* Intervención pronunciada en la clausura del X Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, “El cuerpo hablante. Sobre el inconsciente en el siglo XXI”, Río de Janeiro, 25-28 de abril de 2016.

 Miller, J.-A., Scilicet. Un real para el siglo XXI. Buenos Aires, Grama, 2014, pág. 18.

2 Miller, J.-A., «El inconsciente y el cuerpo hablante», Lo real puesto al día, en el siglo XXI. Buenos Aires, Grama, 2014, págs. 317-332.

3 Lacan, J., Seminario 3, Las psicosis (1955-1956), texto establecido por Jacques-Alain Miller, Buenos Aires, Paidós, 2009, pág. 460.

4 Miller, J.-A., Donc. La lógica de la cura”, Buenos Aires, Paidós, 2011, pág. 14.

5 Lacan, J., El seminario, libro 21, Los no incautos yerran [1973-74], lección del 15.01.1974, inédito.

6 Miller, J.-A., El inconsciente y el cuerpo hablante, óp. cit., pág. 318.

7 Miller, J.-A., Donc. La lógica de la cura, óp. cit., pág.15.

8 Miller, J.-A., El inconsciente y el cuerpo hablante, óp. cit., pág. 318.

9 Miller, J.-A.,  “ L’orientation lacanienne. Donc”, óp. cit., pág. 18 par référence à Lacan J., “Proposición del 9 de octubre 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, Seuil, 2012, pág. 270.

10 manitas: el que hace bricolaje, que tiene mucha habilidad para hacer cosas con las manos. María Moliner, Madrid, Gredos, 1998, pág. 262.

11 Miller, J.-A., Donc. La lógica de la cura, óp. cit., pág.17.

12 Miller, J.-A., “Critères de scientificité de la psychanalyse. Le combat épistémologique”, intervention de clôture du Parlement de Lyon (UFORCA), 19 septembre 2010, inédit.

13 Lacan, J., Prefacio a la edición inglesa del Seminario XI, in: Otros escritos, óp. cit. pág. 600.

14 Ibíd.

15 Miller, J.-A., El inconsciente y el cuerpo hablante”, óp. cit., pág. 318.

16 Fœssel, M., Le Temps de la consolation, Paris, Seuil, coll. L’ordre philosophique, 2015.

17 Miller, J.-A., «El inconsciente y el cuerpo hablante», óp. cit., pág. 318.