Textos: Entrevista a Antonio Di Ciaccia, pionero en la creación de dispositivos para la atención de menores en el campo de la psicosis y el autismo. Por Vilma Coccoz
Traducción: Constanza Meyer
Usted ha sido un pionero en la gestación de instituciones orientadas por la Enseñanza de Lacan. ¿Podría comentarnos la situación, la coyuntura particular en la que se produjo su invención, bautizada por J.-A. Miller como “práctica entre varios”?
Antonio Di Ciaccia: Querida Vilma, con franqueza le diré que si en aquella época -estábamos en 1974- me ocupé de los niños autistas, el motivo se encuentra en que buscaba trabajo para pagarle a Lacan. Se trataba, por lo tanto, de una coyuntura contingente y que tenía que ver, al menos al comienzo, con este único propósito. Eso que Usted llama “su invención” -y que Miller bautizó más tarde, si no me equivoco dieciocho años después, pratique-à-plusieurs-, fue por el contrario el resultado de haberme dado cuenta de que no era posible llevar a cabo una aplicación sic et simplicer de la experiencia analítica.
Me explico: los niños autistas que me confiaron se encontraban en el mutismo más absoluto. Un mutismo roto, eventualmente, por gritos imprevistos, por explosiones de rabia; a menudo puntualizados por gestos de automutilación. Había partido de la idea de querer verificar que, a pesar de todo, estos niños también eran “sujetos” y estaban en el “lenguaje”, ¿cómo moverse, entonces? Yo no empezaba desde arriba, sino desde abajo. Es decir que no partía ni del gran Otro, ni del otro pequeño, porque, al menos en lo que respecta a la función, estaban tanto uno como otro, más allá de un muro infranqueable. Y, por tanto, procuraba poner en funcionamiento la célula elemental de la relación humana, la célula primaria que tenemos con el lenguaje, buscando la alternancia de un Fort-Da simbólico a partir de algo que provenía de estos niños, alguna cosa de su cuerpo o de aquellos objetos que servían para completarlos. Diría que se trataba de “inventarse” una especie de pareja artificial. En ella se tomaba un elemento del cuerpo del niño o de sus cosas, mientras que el otro elemento se tomaba prestado de nosotros mismos y de nuestras cosas. De esta manera nos convertíamos para la ocasión, en meros instrumentos para que nuestra pareja artificial se articulase en función de un latido, de una pulsación. En definitiva, y a través de una Aufhebung inédita, se la intentaba convertir en un par significante.
El niño autista es, sin embargo, refractario a entrar en este juego y no presta en absoluto su cuerpo o su objeto para que algo de él se transforme en un elemento de esta pareja artificial -no en vano se lo define como autista-. No obstante, pudimos observar que, al menos dos de nosotros, habíamos puesto en marcha esta pareja artificial. Y, aunque siempre tomando en cuenta un elemento tomado del niño autista, el pequeño terminaba por quedar atrapado en la red y empezaba, él también, a hacer funcionar la pareja artificial respetando incluso el latido y la alternancia.