Textos: Félix Rueda

Intervención en la XIII Conversación de la Escuela “Las elecciones de analista. Dimensión clínica, epistémica y política” celebrada en Madrid el día 5 de diciembre de 2014.

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Elegir el psicoanálisis y la Escuela

 

Elegir el psicoanálisis

No sabemos lo que sería la elección del psicoanalista, ya que partimos de la idea de que no se sabe lo que es El psicoanalista. Y sin embargo sabemos que, en un momento dado, la elección acontece y puede ocurrirle a un sujeto que quede alcanzado, tocado, por el psicoanálisis.

Disponemos de numerosos relatos de aquellos cuyo interés por el psicoanálisis se suscitó por un primer encuentro contingente, con los textos de Freud, que hizo resonar en ellos algo enigmático, no comprendido; o el encuentro con Lacan mismo, con el Seminario de Lacan… o con un analista… Sucediendo, para muchos, que el encuentro con el psicoanálisis, y el lazo que permaneció en relación a él, trascendiera a su psicoanalista mismo.

Acontece entonces que se escoge el psicoanálisis, incluso se lo practica, porque El psicoanalista no existe, pero psicoanalistas sí. Al menos que funcionan como tales. Y como lo plantea Jacques-Alain Miller: “No hay psicoanalista (…) más que a condición de tener un lazo con el psicoanálisis (…) que de un modo u otro debe estar allí”. [1]

El paciente no es el único compañero del analista, debe también existir el partenaire-psicoanálisis con el que cada uno debe jugar la partida. Ya que, si somos siempre principiantes frente a lo real, también lo somos en relación al psicoanálisis.

Para arreglar la partida con el psicoanálisis, para eso, “hace falta tener en cuenta a lo real”.[2] Real que da cuenta de un imposible, de algo no simbolizado, formulado por Lacan como “el psicoanalista no existe”. Ya que no existe, ni la esencia, ni el significante del analista. El que podría dar cuenta del analista al que identificarse como un ideal y que, por supuesto, mantendría el goce que esta identificación fijaría (Identificación que es la base del fracaso del acto).

Pero hay otra vertiente que Miller lee tras la afirmación de Lacan: “hay un real en juego en la formación misma del psicoanalista, (…) un real que provoca su propio desconocimiento”. Miller la considera una formula cortés que Lacan propone frente a eso que disgusta a los psicoanalistas. Les disgusta ese real no porque sea obsceno, sino porque pone al psicoanalista en aprietos con respecto a él.

“La tesis de Lacan a este respecto es que lo que lleva a los analistas a renegar del discurso analítico, a deslizarlo, a taponarlo, a no ver más que su dimensión clínico-terapéutica, es el deseo de alejar de sí la promesa de rechazo que entraña el discurso analítico para ellos. Es el deseo de apartar de sí lo que debe sobrevenir al final de un análisis, a saber, que en efecto quedan fuera de combate”.[3]

De ahí –tal como fue subrayado en el pasado congreso de la AMP, en la plenaria en la que Graciela Brodsky apuntó a que hoy se analiza con el sinthome[4] la importancia del control, para no olvidar este real de lo que uno fue, como resto de la operación analítica. Allí de donde uno partió.

Porque desde esta perspectiva el control no solo verifica el grado de desubjetivación del analista en la experiencia analítica, también es el control del “lazo que el sujeto que analiza mantiene con el psicoanálisis”.[5] Y aunque ni el cartel, ni el control, ni el pase son el análisis, todos ellos comparten la lógica común de ser lugares donde nombrar, transmitir, lo imposible. Articulando al analista con el psicoanálisis, lo cual los hace parte del corazón del discurso analítico.

Es por ello que estos dispositivos fueron incluidos por Lacan como pilares de su Escuela, hecha con la finalidad de dar el lugar que corresponde al psicoanálisis en nuestro mundo.

 

Elegir la Escuela

Entonces podemos preguntarnos a contrario ¿Qué sería un psicoanalista sin Escuela? Para respondernos: Un profesional.

Ser un profesional sin Escuela, de esta profesión imposible, es un esfuerzo por velar dicha imposibilidad, el real en juego. Mientras que elegir la Escuela es una apuesta por mantener abierto el “por qué (cada uno) se comprometió con esa profesión de analista”,[6] aferrándose a ello, para mantener un lazo con el psicoanálisis que permita reinventarlo.

Porque hacer Escuela es el resultado de una autorización, de la realización de un acto singular que hace pasar lo inédito, ya sea en el cartel, en el control o en el pase, en beneficio del discurso analítico.

Félix Rueda. AME. Psicoanalista en Bilbao. Miembro de la ELP y de la AMP

f.rueda@esukalnet.net

[1] Miller, J.-A. El lugar y el lazo. Cap. I. La tentación del psicoanalista. Buenos Aires. Paidós, 2013, pág.16

[2]Lacan, J. Otros escritos. Buenos Aires. Paidós, 2012, pág. 328

[3] Miller, J.-A. El lugar y el lazo. Cap. I. La tentación del psicoanalista. Buenos Aires. Paidós, 2013, pág. 24

[4] Brodsky, G. “El brote amargo del bambú. Sobre el deseo impuro del analista”. En Lo real puesto al día, el siglo XXI. Buenos Aires. Grama, 2014, pág 123

[5] Ibídem, pág. 16

[6] Lacan, J. Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. Intervenciones y textos 2. Buenos Aires. Manantial, 1988, pág. 120