Textos: Laura Pérez Ena
Experiencia de formación en l´Antennina de Venecia en los años 2012 y 2013
PDFLa experiencia de la que quiero dar cuenta se realizó en Antennina, institución que se encuentra en Venecia, a la que asisten niños gravemente afectados.
Mi deseo de continuar mi formación en relación al autismo y a la psicosis infantil actuó y decidí trasladarme durante los años 2012 y 2013 a esta institución para realizar dos stages de formación y proseguir con el estudio de la práctica lacaniana en institución y la practique á plusieurs.
La apuesta era poder estar en relación directa con estos niños, con su malestar, y estudiar la práctica entre varios que Antonio Di Ciaccia propone como orientación para comenzar un trabajo con el sujeto autista, favoreciendo un espacio y un tiempo particular para cada caso, en donde el acto, ahí presente, se comprende como un trabajo particular de cada sujeto en el tratamiento de su Otro ¾según palabras de Antonio Di Ciaccia¾ “producirse como sujeto”, y desde este planteamiento, los niños están “ya al trabajo, ocupados en el tratamiento de su Otro”.
L’Antennina ofrece a estos niños un tiempo y un lugar en donde tienen la posibilidad de poder trabajar su sufrimiento, en donde hacer una elección en relación a su Otro, sosteniendo esta apuesta entre todos los miembros que forman el equipo, favoreciendo el surgimiento de la subjetividad. Lo esencial que se pone en juego en esta institución se produce en relación al “saber no saber” y al “Uno del vacío”.
En estos dos stages comprendí lo que supone vivir encerrado en el mundo que los niños autistas construyen, que hacen barrera ante el intrusismo de nuestro mundo, en donde no pueden situarse porque no disponen del funcionamiento de una red simbólica que les pueda dar un sostén. En numerosas situaciones se enfrentan a la angustia real que afecta y toca sus cuerpos sin poder realizar, a veces, nada por evitarlo. Desde esta apreciación, es crucial que existan estas instituciones clínicas porque es el lugar en donde los niños pueden armarse y construir algo que les permita encontrarse a salvo, que les permita vivir de una manera más regulada y pacífica, con las particularidades de cada uno, donde se trata de acompañar el surgimiento de un sujeto con su propia subjetividad.
En estos dos stages, tuve diversos encuentros. En unos, pude observar el horror real y mortífero en el que se encuentran los niños. En otros, vi a unos niños con dificultades psíquicas importantes pero que habían podido realizar unos anclajes en el mundo que les permitían estar conectados y estabilizados, aunque estas escenas se intercalaban con el real más duro y angustiante.
¿Qué les queda a estos niños? Hay un vacío del ser. Donde ellos mismos son lanzados al agujero, no pudiendo encontrar un saliente al que agarrarse.
Las personas encargadas de los niños, les acompañaban y les ayudaban a mantener al Otro inquietante, caprichoso y malvado que los invadía a cierta distancia; de este modo los niños podían iniciar un trabajo de autoconstrucción.
El equipo realizaba diversas funciones de manera continuada:
Las funciones del director terapéutico eran sostener y mantener el estudio del caso a caso de manera única y particular. Guiaba y guardaba el sentido clínico, se situaba en una posición de vacio ¾según el texto de Antonio Di Ciaccia: “el de ser el guardián de ese vacío central, de encarnarlo”.
Las funciones de la coordinadora se situaban en ser la encargada de la regulación del centro, por ello era la responsable de la organización semanal de los talleres, estableciendo un orden de los lugares y de las personas que los formaban. Trabajaba en relación a la inclusión de un tercero, usando la triangulación en las intervenciones para delimitar los actos arbitrarios.
Las funciones de los operadores eran diversas pero lo fundamental era favorecer el trabajo de cada niño, acompañando y sosteniendo el saber que el niño convocaba. Siempre guiado por la palabra. Los operadores eran los encargados de regular, sostener y favorecer un trabajo, manteniendo la escucha y dando un tiempo particular a cada niño.
Tenían la función de convocar a un tercero, no proponían sus normas de manera aleatoria ni caprichosa. En sus intervenciones se promovía la inclusión de un tercero en juego que era el responsable de dar las normas y de regular determinadas situaciones o peticiones.
Tenían un trabajo fundamental, regular un goce extremo y mortífero. Ellos eran los encargados de llevar la palabra a donde no había sido escuchada.
Los pacientes que estaban allí, los niños, encuentran en esta institución un lugar en donde poner entre paréntesis, si ellos consienten, al Uno sólo en donde se encuentran (S1) para poder deslizar su conexión al S2. Teniendo siempre presente la “insoldable decisión del ser” de la que habla Lacan, ya que, los niños deciden, consienten o rechazan.
El trabajo realizado desde Antennina se basa en la realización de la historización de cada niño. Lo podemos considerar como el proceso que muestra que hay un sujeto que ha subjetivado la experiencia vivida y que puede manifestarla en un discurso, ya sea de lenguaje oral, gráfico o lúdico, lo que viene a ser el elemento fundamental con el cual se trabaja desde el psicoanálisis de orientación lacaniana.
Cada encuentro se convertía en un momento especial e importante.
La cuestión fundamental que se plantea a nivel de la intervención, partiendo de los aportes de Lacan, es saber en qué condiciones el deseo del analista ofrecerá al niño psicótico, autista, o neurótico, la posibilidad de acceder a la subjetivación de su propio ser. La transferencia, es decir, la posición del analista respecto a ese goce Otro, es y será el componente estructural y estructurante en la clínica psicoanalítica con niños.
Los niños consintieron en ser acompañados en sus elaboraciones, algunas de las cuales representaban un mundo hostil y quebradizo.
Experiencia particular
Relataré que, en el último año de mi stage, encontré el lugar en calma. Las escenas violentas se habían reducido y el lugar se encontraba regulado y ordenado.
Comentaré unas escenas de encuentros que viví:
Uno de ellos se produjo durante la reunión de los viernes. Era el lugar donde todas las personas del centro se reunían, tanto niños como operadores y coordinadora. En este tiempo es en donde se enunciaban y se recalcaban las noticias importantes de funcionamiento del centro y las modificaciones que podían aparecer en los días posteriores.
El taller consistía en que cada niño pudiera tomar la palabra. Si no era posible, se hacían valer sus sonidos o sus movimientos.
Era el turno de Flavio, que tenía 10 años. Observé como él era el encargado en ese momento de ayudar al operador, ayudaba a mover y trasladar el micrófono a los diferentes niños que pedían turno de palabra. Flavio emitía sonidos con su voz, al mismo tiempo o de forma alterna, daba golpes con su mano sobre su pierna o, también, golpeaba el micrófono. Esperando y escuchando el retumbar del sonido.
Cuando terminó, con la ayuda del operador, ofreció la posibilidad de pasar el micrófono a otro niño pero, en vez de eso, Flavio me lo pasó de nuevo, ya que, al inicio del taller expliqué a todos que era mi último día en Antennina, me despedí y dije unas palabras de agradecimiento a los niños por haberme dejado estar ese tiempo con ellos y, también, por haber consentido el acompañamiento.
Cuando Flavio me dio de nuevo el paso a hablar, no sabía lo que él quería que dijese, así que le agradecí el gesto y esperé. Él insistió que dijera algo, con sus manos hizo un gesto de repetición, las movió haciendo un giro entrecruzado entre ambas, como un giro a dos tiempos de ambas manos, sin que éstas llegaran a tocarse. Aposté por volver a despedirme y volver a mostrar mi agradecimiento. Cuando terminé, él dio una palmada en señal de final, comenzó a saltar y a golpearse su tripa sonriendo ¾estas acciones las hacía cuando algo le gustaba¾ y después me pidió de nuevo el micrófono.
Flavio no podía hacer uso del lenguaje, sólo emitía sonidos y gritos, se comunicaba a través de sus manos. El año anterior contemplé escenas complicadas para él, se golpeaba fuertemente diferentes zonas de su cuerpo o hacía que partes de él chocasen fuertemente contra zonas duras como, por ejemplo, las paredes.
Estas situaciones no tenían fin, él no podía pararlas, además lloraba con mucha amargura y le costaba estar con el resto de niños. Ese año no vi estas escenas violentas. Observé a un niño más tranquilo, aunque estos momentos se podían producir ante la negativa de alguna petición o ante un límite, pero la intensidad y el sufrimiento aparecían más atenuados.
Otro momento que viví con este niño fue en ese mismo día: pidió al operador con el que le tocaba hacer el taller que pudiera estar con ellos, me invitó a participar. Él quiso acompañarme a realizar la propuesta a la directora. Ésta nos dijo que no era posible porque ya estaba organizado el programa y, me encontraba ubicada en otro taller, me explicó que no podía alterar el programa y que los otros niños y el operador contaban con mi presencia.
Asentí y admití las palabras de la directora. Me disculpé con Flavio. Él escuchó toda la conversación, hizo un gesto con la cabeza en sentido afirmativo y pudo dejarme ir al taller que me estaba asignado.
Otros momentos que me parecen importantes son aquellos relacionados con la comida:
Durante mi segundo stage observé cambios en esta situación. Vi cómo, niños que el año anterior tenían serias dificultades para introducir el objeto comida en su cuerpo, en ese año lo podían realizar de una manera particular. Además, algunos niños que anteriormente devoraban la comida, al año siguiente, comprobé que podían pedir ayuda para partir la comida en trozos más pequeños.
Durante el tiempo de la comida, que se encontraba delimitado y encuadrado, se podía comprender lo que suponía para estos niños introducir el objeto alimento. Cada niño podía hacer con el objeto determinados recorridos, habían encontrado su manera particular, su solución, ante este objeto que viene del Otro. Por ejemplo, algunos niños se valían de este objeto como una manera de obturar el agujero, de taponarlo, ya que comían con una angustia extrema y desmesurada y nunca encontraban un fin. Otros, después de manipular el alimento, dejaban siempre un resto fuera del plato, dentro de los límites de una servilleta que posteriormente tiraban. También, algunos niños se hacían con la comida de los otros. Estas situaciones se habían podido regular con la introducción de un tercero, que en la institución era la norma de la ley y, en estos momentos concretos, también se introdujo la delimitación del tiempo.
Secuencia clínica: del acto a la humanización
Sthepano tenía 9 años. Observé que era un niño que no habla, sólo emitía sonidos y manifestaba comportamientos agresivos hacia sí mismo, se mordía y se arañaba sus manos hasta hacerse mucho daño e, incluso, en momentos de más excitación pellizcaba con mucha fuerza a las personas con las que se encontraba.
Se presentaba ausente, manteniendo su mirada fija hacia el vacío, manteniendo uno de sus dedos sobre su sien y emitiendo una cancioncilla en tono suave, como en susurro.
Considero que habría que hacer una diferenciación entre el acto de pellizcar con una intencionalidad y hacer daño. Las actuaciones del niño se basaban en poder hacer una limitación y distinción de su cuerpo y del mío. Además de apuntar a barrar al Otro. Los pellizcos de Sthepano no eran con la intención de herir sino más bien se trataban de cómo hacer con un exceso de goce en el cuerpo. Estos aparecían cuando el niño estaba excitado y cuando se encontraba próximo con el cuerpo de otra persona.
Observé un cambio en este sentido, descubrí que estos episodios se habían reducido tanto hacia sí mismo como hacia los demás. Se había conseguido transformar los pellizcos en un juego de cosquillas. Cuando Sthepano quería pellizcar a un operador, éste le respondía mediante el juego de las cosquillas, a lo que el niño respondía del mismo modo y se creaba un juego entre ambos.
En esta escena se da cuenta del viraje que se ha jugado en el niño. Anteriormente era contemplado como alguien que araña, posición más pasiva, de objeto y, posteriormente, se le ha dado y ha aceptado el lugar de un niño jugando, situándolo desde un lugar libidinizado, dando valor a las palabras que transmite y al juego realización.
Sthepano y yo comenzamos a establecer una secuencia de estar y no estar con el juego del escondite, al terminar la comida. La secuencia se establecía así: él ayudaba a recoger la mesa y cuando el mantel estaba limpio lo llevaba al armario, quedándose dentro.
Observé cómo un operador llamaba a la puerta de la cocina y Sthepano emitía un sonido, un grito. Cuando se abría la puerta él decía “cu-cu” a lo que el operador respondía “tas-tas”, esta secuencia se repetía en el tiempo.
De esta manera, se instauró un juego entre ambos, simulando el “fort-da” freudiano, en un nivel previo de presencia y ausencia ante la marcha de la madre y encuentro posterior, resultando del mismo un momento de júbilo en el niño.
Un día Sthepano consintió a ayudarme al terminar de comer y, como otros días, fue a llevar los manteles al armario. Pero esta vez fue diferente. Cogió mi mano y me metió con él dentro de la pequeña habitación. Vi cómo Sthepano sonreía y se iba acercando hacia mí, iniciando el juego de cosquillas, a lo que yo respondí de igual modo. En un momento dijo “cu-cu”, contesté “tas-tas”.
Permitió que abriese la puerta, él se quedó dentro y yo me situé al otro lado. Esperé un momento y llamé a la puerta, dije: “pom-pom”. Sthepano contestó “cu-cu”. Continué diciendo “¿quién está ahí?”. El niño emitió un grito y después de un rato decidió abrir la puerta y darse a ver. Dije: “¡Es Sthepano, está aquí!”. Ante el encuentro hubo una sonrisa entre los dos.
Esta secuencia la repetimos varias veces e incluimos cambios: nos escondíamos juntos dentro de la despensa esperando a que alguien nos encontrara. Pudimos introducir un tercero en el juego y éste no era siempre el mismo.
En conclusión, durante y después de la estancia en l´Antennina pensé en todo aquello que me habían enseñado los niños y, también, mantengo la apuesta con la que fui, sostengo los nuevos enigmas que se me plantean y los que están por descubrir.
El poder estar al trabajo con los niños no se puede contemplar si no es desde una posición ética. La apuesta por ellos tiene que ser firme y segura, ofreciéndoles un lugar y tiempo regulado en donde construir un entramado que haga soporte de su Otro, dando freno al real parasitario de goce.
Laura Pérez Ena. Socia de la Sede de Aragón de la ELP
lperezena@gmail.com