Solamente en Facebook, que no es una red social especializada en la fotografía, se suben al día cien millones de fotos. El primer fin de semana de 2011 se subieron setecientos cincuenta millones. La mayoría de esas fotografías captan la cotidianidad de quien las realiza 
y las que han llamado mi atención, porque implican un fenómeno subjetivo que concierne a la clínica, son aquellas de exposición del cuerpo propio, semidesnudo o desnudo, en escenas de intimidad, de personas que no aparecen afectadas por ninguna vergüenza ni ningún pudor. Exhiben sus cuerpos desnudos ante el Otro virtual de la red, en algunos casos, tomando la fotografía frente a un espejo, en una especie de ritual narcisista.

En 1889, escribía Freud que todavía se oía contar que señoras mayores de provincias «estuvieron a punto de desfallecer a raíz de hemorragias genitales desmedidas, porque no podían resolverse a permitir que un médico mirara sus desnudeces. El influjo educativo ejercido por los médicos ha conseguido que, en el curso de una generación, rarísima vez nuestras señoras jóvenes muestren esa renuencia. Y toda vez que se manifieste, se la condenará como incomprensible mojigatería, vergüenza donde no corresponde. […] ¿Acaso vivimos en Turquía, donde la señora enferma solo tiene permitido enseñar al médico el brazo por un agujero practicado en la pared?».

Me he detenido en varios aspectos de esta cita: en primer lugar, según la misma, el estatuto de exhibición del cuerpo cambia según el país o la cultura que se considere; varía también a través de las generaciones, circunstancia que Freud atribuye al influjo educativo ejercido por los médicos que, según dice, no pierden 
su autoridad al examinar los asuntos sexuales de sus pacientes; y por último, advierte de una «vergüenza donde no corresponde».

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