Intervención de clausura de la 3ª Jornada del Institut de l’Enfant ”Interpretar al niño”, que tuvo lugar en el Palais de Congrès de Issy-Les-Moulineaux, el sábado 21 de marzo de 2015. Disponible en francés aquí
Transcripción y edición: Marie Brémond, Hervé Damase, Pascale Fari, Ève Miller-Rose et Daniel Roy.
Texto no revisado por el autor.
Traducción: Lorena Buchner.
Revisión de Eduard Gadea
Como cada dos años, vengo a proponer una orientación de trabajo para la próxima Jornada del Instituto psicoanalítico del niño. Propongo que el Instituto y quienes participan en sus investigaciones se interesen en la adolescencia. No es un título, le tocará a la dirección del Instituto formularlo, pero es una dirección. Propongo pensar en dirección a la adolescencia.
La adolescencia, una construcción
La definición de la adolescencia es una cuestión controvertida. Por muchas que sean las perspectivas que tomemos sobre ella, no hay coincidencia. Está la adolescencia cronológica, la adolescencia biológica, la adolescencia psicológica, en la que se puede distinguir la adolescencia conductual y la adolescencia cognitiva, está la adolescencia sociológica, incluso la adolescencia estética o artística –nuestros colegas de Rennes acaban de publicar una obra sobre la no-relación sexual en la adolescencia a partir del teatro y del cine1.
Todas esas definiciones justamente no se confunden. Lo que podemos decir, de un modo general, es que la adolescencia es una construcción. Y decir hoy de un concepto que es una construcción, conlleva siempre la convicción, puesto que el espíritu de la época es que todo es una construcción, de que todo es artificio significante. Esta época, la nuestra, es muy incierta en cuanto a lo real. Llegué a decir que es una época que habitualmente niega lo real, solo reconoce los signos, que son por lo tanto semblantes. La originalidad de Lacan fue articular la pareja «semblante» y «real». Y hoy, cuando hablamos de real, encontramos muchas veces una filiación con el discurso de Lacan, con el acento que ha puesto sobre lo real.
Puesto que la adolescencia es una construcción, nada resulta más fácil que deconstruirla. Es lo que hace con ánimo comunicativo un psicólogo americano llamado Robert Epstein que es también periodista, fue jefe de redacción de Psychology today. Sin tener un conocimiento directo de su obra, publicada en 2007, los textos que se leen en internet al respecto indican que es alguien que claramente gusta mucho de ir contracorriente. Su tesis, para nada necia, es que estamos creando la experiencia adolescente de hoy
impidiéndoles a los adolescentes, en inglés a los teenagers, de thirteen a nineteen, de trece a diecinueve años, ser o actuar como adultos. Observa que, en la historia de la humanidad, los adolescentes fueron considerados sobre todo como adultos. Vivían con adultos y podían tomarlos como «modelo», puesto que ese término es una categoría de la psicología. Mientras que ahora, hacemos vivir a los adolescentes entre ellos, aislados de los adultos, y en una cultura que les es propia, donde se toman unos a otros como
modelo. Son culturas que están sujetas a modas, a auges, etc.
De hecho, no es seguro que la adolescencia haya existido antes del siglo XX. Así, su libro se llama The case against adolescence. Rediscovering adult in every teen, (”El caso contra la adolescencia. Redescubriendo al adulto en cada adolescente”). Es un eslogan simpático.
¿Qué es la adolescencia en psicoanálisis?
A decir verdad, me parece que en psicoanálisis nos ocupamos esencialmente de tres cosas.
La salida de la infancia.
Primero, nos ocupamos de la salida de la infancia, es decir, del momento de la pubertad, momento biológicamente y psicológicamente demostrado. Es lo que Freud aborda en el último de los Tres ensayos de teoría sexual, ensayo que se titula ”Las metamorfosis de la pubertad”. Aquí tienen un texto que será una de las referencias de orientación para la IV Jornada del Institut de l’Enfant, utilizable en todo el campo que concierne a la infancia. Es también el momento de la toma en consideración, entre los objetos del deseo, de lo que Lacan destacó como el cuerpo del Otro.
La diferencia de los sexos
En segundo lugar, nos interesa la diferenciación sexual tal como se afronta en el período puberal y postpuberal. Para Freud, la diferencia de los sexos, tal como se configura con posterioridad a la pubertad, es suprimida mientras perdura la infancia. Es un modo curioso de expresarlo. Escribe, frase que le ha valido cierta revancha por parte de los movimientos feministas, que «la sexualidad de las niñas tiene un carácter por entero masculino». No obstante Freud observa al pasar y aunque para él es una nota preliminar y luego va a lo esencial, no deja de observarlo, que hay «predisposiciones reconocibles desde la infancia» a la posición femenina y a la posición masculina. Destaca a este respecto que las inhibiciones de la sexualidad y la inclinación a la represión son más significativas en la niña. La niña se muestra más púdica que el niño. Subraya y es más bien la vía que seguirá Lacan, la precocidad de la diferenciación sexual. La niña se hace mujer ya muy tempranamente y es sobre todo en ese sentido en el que nos dirige. La pubertad, de todos modos, tanto para Freud como para Lacan, representa una escansión sexual, una escansión en el desarrollo, en la historia de la sexualidad.
Para la próxima Jornada, podríamos estudiar la diferenciación sexual pre y post puberal. Es un tema que, a decir verdad, hasta el momento no fue tocado por nuestras Jornadas. ¿Cómo podemos hacer algún progreso respecto a esta predisposición y esta diferenciación precoz, la de la niña en tanto que niña y la del niño en tanto que niño?
La intromisión del adulto en el niño
En tercer lugar, nos interesa lo que llamaría, sin gustarme la expresión, el «desarrollo de la personalidad», los modos de articulación del yo ideal y el ideal del yo, es decir, todo lo que es presentado en ”Introducción del narcisismo”2 de Freud. La pubertad es un momento en el que, en efecto, el narcisismo se reconfigura. Daría como referencia, para estudiar también a este respecto, el esquema R de Lacan, tal como figura en el texto de los Escritos sobre las psicosis3 y tal como es abundantemente comentado por Lacan en su Seminario Las Psicosis4. Es verdaderamente muy conciso en el escrito, a la vez muy exacto y muy preciso, y para comprenderlo mejor hay que leer el Seminario.
En ese capítulo tenemos también al adolescente André Gide. En el texto de Lacan sobre Gide, sobre el cual di un curso que fue publicado y sobre el que Philippe Hellebois hizo un libro5, Gide nos es descrito en sus días de adolescencia, y tal vez incluso de una adolescencia prolongada, ya que su personalidad no se considera acabada sino hasta sus 25 años, lo que resulta cuanto menos bastante tardío. Por ejemplo, Lacan nos describe al André Gide teenager, que se compromete a proteger a su prima Madeleine de 15 años, dos años mayor que él. Escribe: «en su situación de muchacho de trece años, presa de las más «rojas tormentas» de la infancia, […] esa vocación de protegerla signa la intromisión del adulto». Eso cumple con el programa del señor Epstein, si puedo decirlo. Se capta aquí, y me gusta mucho esta expresión, «la intromisión del adulto» en el niño. Podríamos justamente procurar precisar los momentos de tal intromisión. Hay como una anticipación de la posición adulta en el niño.
Por otra parte, es también con un asunto de intromisión que la personalidad se supone acabada. Para Lacan, la personalidad de Gide acaba cuando se aferra al mensaje de Goethe. Habla entonces de «intromisión del mensaje de Goethe». Hay pues allí una forma lógica que puede ser estudiada por sí misma: la forma de la intromisión.
De lo nuevo sobre la adolescencia
He aquí nuestras bases. Ello no impide que haya algo nuevo y que algunos de nuestros colegas ya lo hayan investigado. La referencia de sus aportes me fue facilitada por la tesis de una colega del Campo Freudiano de Argentina, Damasia Amadeo, que trata sobre el adolescente actual en el psicoanálisis6.
Una procrastinación
La prolongación de la adolescencia, evocada por Epstein, ya fue observada por Siegfried Bernfeld en 1923, hace un siglo, y retomada por Philippe La Sagna, cuya consideración de que el adolescente de hoy permanece «colgado de un futuro líquido en el sentido de Zygmunt Bauman»7 es muy interesante. «Tenemos un sujeto», dice, «que está ante varias opciones posibles y que las pone un poco a prueba». Es cierto que esta conducta se observa frecuentemente.
Yo me inclinaría por remitirla, entre otros factores, a la incidencia de lo digital, a la incidencia del mundo virtual que se traduce por una singular extensión del universo de lo posible, de mundos posibles. Por otra parte, el objeto actual es un objeto personalizado, un objeto con múltiples opciones, que siempre reclama entonces un benchmarking, es decir, un estudio para saber cuál es la mejor. Hoy, si quieren comprar un nuevo smartphone, se les muestra una cantidad increíble de productos, se les propone seleccionar algunos, compararlos. Esta multiplicación del elemento de lo posible puede traducirse en una dilación infinita. Por otra parte, eso es lo que hace que yo conserve el mismo durante años, hasta que se rompa, y que entonces confíe a otro la tarea de escoger el siguiente modelo. Hay allí, en efecto, un aplazamiento hasta lo más tarde posible y, de un cierto modo, lo que todo el mundo constata, desde Bernfeld, La Sagna, Epstein… es que la adolescencia misma es una procrastinación, si se me permite decirlo.
Una autoerótica del saber
La incidencia del mundo virtual, en el que los adolescentes viven más que quienes como yo pertenecemos a otra generación, es que el saber, antes depositado en los adultos, esos seres hablantes que eran los educadores, incluyendo a los padres cuya mediación era necesaria para acceder al saber, se encuentra actualmente disponible de forma automática ante una simple demanda formulada a la máquina. El saber está en el bolsillo, no es ya el objeto del Otro. Antes, el saber era un objeto que había que ir a buscar al campo del Otro, había que extraerlo del Otro por vía de la seducción, de la obediencia o de la exigencia, lo que implicaba pasar por una estrategia con respecto al deseo del Otro.
La fórmula que empleé, el saber en el bolsillo, hace recordar lo que Lacan dice del psicótico que tiene su objeto a «en el bolsillo», y que justamente no tiene necesidad de pasar por una estrategia para con el deseo del Otro. Hoy hay una autoerótica del saber que es diferente de la erótica del saber que prevalecía antiguamente, porque aquella pasaba por la relación con el Otro.
Una realidad inmoral
Muchos colegas han dicho cosas interesantes, no cito sino a algunos. Marco Focchi, de Milán, se refiere a lo que eran, en las sociedades tradicionales, los ritos de pubertad, de iniciación.8 Se enmarcaba el acceso a la pubertad, el momento de la pubertad, por medio de ritos de iniciación que comenzaban con un registro sagrado o místico. Hoy, para decir las cosas en estos términos, los progresos de la cognición puberal –los psicólogos estudian eso, más pensamientos abstractos, etc.– conducen, según Focci, a una desidealización. Hay allí una caída del gran Otro del saber y no una sublimación. Para él, la pubertad actualmente comienza con «una realidad degradada e inmoral». Encontré muy interesante este adjetivo de inmoral y me pregunté a qué podía hacer referencia. Hemos observado cómo se propagan hoy las teorías del complot, al punto de que nos atemorizamos por el número de escolares y colegiales que se adhieren a ellas. Ese sería su modo de evocar al gran Otro, pero bajo una forma degradada y como muy malvado. Eso encaja bastante con lo que se dijo: la realidad inmoral del Otro del complot.
Una socialización sintomática
Nuestra colega Hélène Deltombe estudió los nuevos síntomas articulados al lazo social y observó que podían convertirse en fenómenos de masa, incluso en epidemias: alcoholismo, conocemos las alcoholizaciones grupales, toxicomanía, pone en la misma serie la anorexia-bulimia, la delincuencia, los suicidios en serie de adolescentes, etc9. Esta socialización de síntomas de los adolescentes me parece que debe tenerse en cuenta, la adolescencia como momento en el que la socialización del sujeto puede hacerse bajo el modo sintomático.
Un Otro tiránico
Otra referencia es la de Daniel Roy10, que recibió adolescentes que presentaban una queja. Por ejemplo, se quejaban de la injusticia. Por un lado, observa que la demanda que emana del Otro familiar o escolar es recibida como un imperativo tiránico. Por otro lado, durante momentos de crisis producidos por las adicciones, se intenta proteger a los adolescentes instaurando reglas tiránicas, en nombre de la protección de la adolescencia. Se ve este doble llamado al Otro tiránico y la presencia de éste en ambas partes: en el sujeto que interpreta como tales las exigencias de su familia, y en lo que viene de la sociedad, el deseo de tiranizar la adolescencia en crisis y de instaurar una autoridad brutal al respecto.
Mutaciones del orden simbólico
Decadencia del patriarcado
Es sobre los adolescentes que se hacen sentir con la mayor intensidad los efectos del orden simbólico en mutación que hemos estudiado los años anteriores en el Campo Freudiano, incluso dedicándole un congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP)11 , y entre esas mutaciones del orden simbólico, ante todo la principal, a saber, la decadencia del patriarcado. En la última enseñanza de Lacan, el padre ya no es el que era en su primera enseñanza. El padre se volvió una de las formas del síntoma, uno de los operadores susceptibles de efectuar un nudo de tres registros. Dicho de otro modo, la función que le era eminente es degradada conforme las limitaciones naturales son rotas por el discurso de la ciencia. Ese discurso, que nos ha llevado a las manipulaciones de la procreación, ha producido también que, vía los gadgets de comunicación, la transmisión del saber y las maneras de hacer, de un modo general, escapen a la voz del padre.
Destitución de la tradición
Los registros tradicionales que enseñaban lo que conviene ser y hacer para ser un hombre, para ser una mujer, retroceden. Intimidados ante el dispositivo social de la comunicación, son destituidos. Estos registros tradicionales son tanto las religiones como todo lo que era –emplearé nuevamente una expresión que me encanta– la common decency, la decencia común de las clases sociales. Antes, un discurso de las clases populares decía lo que había que hacer para ser «un hombre de provecho» y «una chica como se debe». Todo eso fue socavado, borrado progresivamente. Había también un discurso como ese en las clases medias, lo había en la burguesía, y es evidente que no era precisamente el mismo en la aristocracia. Todo ellos han sido desbancados.
Vilma Coccoz, nuestra colega de Madrid, estudió casos donde los padres se vuelven compañeros de sus hijos porque ya no saben cómo ser padres; y pasan de la completa permisividad a una rigidez inexorable12.
Déficit de respeto
También encontré muy significativa una observación de Philippe Lacadée, quien analiza para estos sujetos adolescentes la demanda de respeto, una demanda incondicional de respeto: «Quiero ser respetado». Pero, al mismo tiempo, como observa, está desarticulada del Otro: nadie sabe «quién podría satisfacer [esta demanda], en tanto la cuestión del Otro al que se dirige permanece oscura»13. Yo diría incluso que es una demanda vacía, es verdaderamente la expresión de un fantasma: ¡que estaría bien ser respetado por alguien a quien uno respetara! Pero como no se respeta nada ni a nadie, se está en déficit de respeto consigo mismo.
Esas son entonces las situaciones sin salida. Los adolescentes, me parece, padecen especialmente puntos de estancamiento propios del individualismo democrático, producto a su vez del desmoronamiento de ideologías, de grandes relatos, como decía Jean-François Lyotard, y del hundimiento del Nombre del Padre, no de su desaparición, sino de su hundimiento. Ello tiene profundos efectos de desorientación que se hacen sentir en los adolescentes de hoy y menos en los adultos experimentados, que al menos se beneficiaron de un orden simbólico que funcionaba. Por otra parte, es lo que inspira las consideraciones del señor Zemmour, quien propone que toda la sociedad retroceda, de golpe, para volver a poner todo en orden, lo cual presentaría otras dificultades…
Frente a la ciencia, otra tradición: el islam
Cuando Lacan habló del Nombre del Padre precisó que lo hacía según la tradición y fue llamado así «según la tradición». ¿Pero qué tradición? La cristiana, por lo tanto la judeocristiana, en la medida en que el cristianismo se apuntala en el judaísmo. Pero la mutación del orden simbólico, esta mutación que ve al Nombre del Padre dejar un lugar vacío, dibuja a las claras el lugar donde ha venido bruscamente a inscribirse otra tradición, que no fue invitada, pero que se encontraba en camino, y que se llama el islam. Es un problema que no se habría planteado antes de este año. Realmente hizo falta que nos viésemos sacudidos para que lo percibiéramos. El islam permaneció intocable frente a las mutaciones del orden simbólico en Occidente y llegó al mercado occidental, disponible, accesible a todos, por medio de todos los canales de la comunicación. No obstante, estaba allí hacía algún tiempo, le faltaba la publicidad que le han aportado algunas «actions marketing» recientes.
El islam no fue intimidado por el discurso de la ciencia, como sí lo fueron el judaísmo y el cristianismo. Y el islam dice lo que hay que hacer para ser una mujer, para ser un hombre, para ser un padre, para ser una madre digna de ese nombre, allí donde los curas y los rabinos, y ni hablemos de los profesores laicos, vacilan. Ahora se nos promete «la educación cívica». El islam es especialmente adecuado para dar una forma social a la no-relación sexual. Prescribe una estricta separación de los sexos, cada uno destinado a ser educado por separado y de modo altamente diferenciado. Dicho de otro modo, el islam se adecúa especialmente a la estructura. Hace de la no-relación sexual un imperativo que proscribe las relaciones sexuales fuera del matrimonio y de un modo mucho más absoluto que en las familias que son educadas con referencia a otros discursos en los que hoy todo es laxo.
Y Alá, si puedo pronunciar ese nombre sin poner en peligro esta reunión, es un dios que no es un padre. No soy un entendido en todas las escrituras islámicas, pero me han asegurado que el calificativo de padre está absolutamente ausente en los textos que se refieren a Alá. Alá no es un padre. Alá es el Uno. Es el Uno sobre el cual di un curso hace un tiempo. Es el Dios Uno y único. Y es un Uno absoluto, sin dialéctica y sin compromisos. No es el Dios que les delega su hijo para esto, para lo otro, y luego, el hijo va a quejarse al padre «me abandonaste»… y la mamá, etc. , toda una historia de familia. No hay esta pequeña historia de familia con Alá. Es sin dialéctica y sin compromiso. No les contamos las iras de Alá como sí las de Jehová, que en un momento echa pestes contra los judíos, no puede verlos ni en pintura, los castiga, luego les da de comer, etc.
¿Qué más lógico, para los adolescentes desorientados, que encomendarse al islam? El islam es un verdadero salvavidas para los adolescentes. Es incluso un salvavidas que podríamos recomendar, en fin… si este islam no tuviera algunas desviaciones. En tanto que tal, el islam es tal vez el discurso que tiene mejor en cuenta que la sexualidad hace agujero en lo real, que coagula la relación sexual y que organiza el lazo social sobre la no-relación. El Estado islámico, que es una desviación del islam, evidentemente, aporta tal vez una solución original al problema del cuerpo del Otro. Pero para eso quizás haya que volver a pasar un poco por Freud.
El problema del cuerpo del Otro
Para no extenderme demasiado, me contentaría con decir que Freud pensó que, a excepción del caso del goce oral del pecho de la madre, un goce vinculado a un objeto exterior, según él –Lacan pensaba, por el contrario, que el pecho formaba parte del cuerpo del niño–, excepto el caso del niño en la teta, el goce pulsional es fundamentalmente autoerótico. En la pubertad, agrega, el goce cambia de estatus y se vuelve goce del acto sexual, goce de un objeto exterior. En ”Las metamorfosis de la pubertad”, Freud estudia el problema de la transición del goce autoerótico a la satisfacción copulatoria. Lacan plantea que eso no se produce, que se trata de una ilusión freudiana, que, fundamentalmente, no gozo del cuerpo del Otro, no hay goce sino del cuerpo propio o goce de su fantasma, de fantasmas. No se goza del cuerpo del Otro. Nunca se goza sino del propio cuerpo. Sabemos bien cómo, sobre esta idea de que gozo del cuerpo del Otro, se orientó toda una mitología de la pareja perfecta, donde se corresponden los goces, el amor, etc.
Me preguntaba si, en el fondo, el cuerpo del Otro no se encarna en el grupo. La pandilla, la secta, el grupo, ¿no dan un cierto acceso a un gozo del cuerpo del Otro del que formo parte? Eso puede efectuarse bajo las formas de la sublimación: cantamos en grupo, gozamos de su acuerdo, hacemos música juntos, eso trasciende, etc. Pero evidentemente, yendo hacia la sublimación, no se satisface directamente la pulsión. ¿Sería posible una nueva alianza entre la identificación y la pulsión? Saben que Lacan dice justamente en los Escritos que el deseo del Otro determina las identificaciones, pero que éstas no se satisfacen en la pulsión14. Las escenas de decapitación, prodigadas por el Estado islámico a través del mundo entero, y que le han valido millares de reclutas, y el entusiasmo de estas escenas, ¿no daban cuenta de una nueva alianza entre la identificación y la pulsión, especialmente la pulsión agresiva, dado que aquí no se trata de sublimación?
Evidentemente, eso se inscribe en el marco del discurso del amo. En S1, el sujeto, identificado como servidor del deseo de Alá que se vuelve agente de la voluntad. Cuando son los cristianos, se dice «voluntad de castración inscrita en el Otro», porque es una relación de padres e hijos. Aquí, es la voluntad de muerte inscrita en el Otro. Ella está al servicio de la pulsión de muerte del otro. S1 es el verdugo, S2 es la víctima arrodillada; la flecha de S1 hacia S2 es la decapitación. Yo satisfago esta voluntad de muerte.
En el cristianismo, se supone que el proceso conduce a la castración del sujeto mismo. Conduce, como dice Lacan, al «narcisismo supremo de la Causa perdida»15. Me pudro, me privo, me castro, y soy grande porque me hice devoto de la causa perdida. Pero en el islam no hay fascinación alguna por la causa perdida, ni historia alguna de castración. Allí, en esta desviación que es el Estado islámico, hay: corto la cabeza del otro y estoy en el narcisismo de la causa triunfante, no el de la causa perdida. Allí no se está en la lógica de la tragedia griega, se está en el triunfo islámico. Por el momento, no conozco lo suficiente la literatura islámica como para saber exactamente lo que sería análogo a la tragedia griega. Digo: triunfo islámico. Eso tiene una consecuencia muy simple. Hoy se nos habla de la desradicalización de sujetos que fueron tomados por este discurso, porque se imagina que se va a poder deconstruir esta construcción, mientras que yo considero que ésta no es semblante, que está vinculada a un real del goce que no vamos a poder desmontar así, aflojando tuercas, excepto que se lo tome completamente desde el principio. Como creo que tenemos que vérnoslas con lo real, la conclusión política que extraigo de esta consideración psicoanalítica es que, con este discurso, el del Estado islámico, la única manera de acabar con él, es derrotarlo. Eso es todo.
1. Page, C. & Jodeau-Belle, L., Le non-rapport sexuel à l’adolescence. Théâtre et cinéma, Presses universi-taires de Rennes, 2015
2. Freud, S., «Introducción del narcisismo», Obras Completas, Tomo XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1979.
3. Lacan, J., «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis», Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971, p. 534.
4. Lacan, J., El Seminario, Libro III, Las Psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1990.
5. Hellebois, P., Lacan lecteur de Gide, Paris, éditions Michèle, 2011.
6. Amadeo, D., «Consideraciones clínicas sobre el adolescente actual», tesis de tercer ciclo defendida en agosto de 2014, bajo la dirección de Claudio Godoy, en la Universidad Nacional de San Martín (Argentina), de pronta publicación.
7. La Sagna, P., «L’adolescence prolongée, hier, aujourd’hui et demain», Mental n° 23, décembre Freud, S., «Introducción del narcisismo», Obras Completas, Tomo XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1979.
8. Focchi, M., «L’adolescence comme ouverture du possible», Mental n° 23, op. cit., pp. 29-40
9. Deltombe, H., Les enjeux de l’adolescence, París, éditions Michèle, 2010
10. Roy, D., «Protection de l’adolescence», Mental n° 23, op. cit., pp. 51-54
11. AMP, Scilicet – El orden simbólico en el siglo XXI. No es más lo que era. ¿Qué consecuencias para la cura?, Buenos Aires, Grama, 2011 & Volumen del VIII Congreso de la AMP, Buenos Aires, Grama, 2012.
12. Coccoz, V., «La clinique de l’adolescent : entrées et sorties du tunnel», Mental n° 23, op. cit., pp. 87-98.
13. Lacadée, P., «La demande de respect: un des noms du symptôme de l’adolescent», Le malentendu de l’enfant, nouvelle édition revue et augmentée, Paris, éditions Michèle, 2010, p. 346.
14. Lacan J., «Del Trieb de Freud y del deseo del psicoanalista», Escritos 2, op. cit., p. 832 : «que las identificaciones se determinan allí por el deseo sin satisfacer la pulsión».
15. Lacan, J., «Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano», Escritos 2, op. cit., pp. 806-807