Texto de Jacques-Alain Miller

Siguiendo la regla de estas Jornadas mi comunicación será breve.[1] Lo será también porque se refiere a un punto, uno solo, tenue, minúsculo, ínfimo, pero también extremo: la punta misma donde se juega –donde se abre, donde se cierra– aquello que merece llamarse la experiencia psicoanalítica de las psicosis. Y ni la brevedad ni la vehemencia le van mal a aquello que se trata de indicar.

Lo introduciré mediante una pregunta: si Lacan nos propone al loco como el hombre libre,[2] ¿no hay en ello un rasgo de humor atroz, inhumano, verdaderamente infernal? Pues, ¿quién es menos libre en la práctica que el alienado? Si no está internado, esto es, separado de la vida social, no está autorizado a circular sino munido –la palabra lo expresa bien– de una “camisa de fuerza química”. ¿No es simple irrisión llamarlo libre? ¿Y no hay que tomarlo como una tontería inconveniente que solo puede venir de boca de alguien que ha roto todos los lazos con la fraternidad humana?

Respondo que no. Si no entendemos que la expresión “El loco es el hombre libre” es el axioma mismo de la experiencia psicoanalítica de las psicosis, ésta permanecerá cerrada para nosotros. ¿Es posible que nuestro estructuralismo se haya degradado por un abuso de mecanismos, aunque se trate del mecanismo del significante, para que estemos sordos en la actualidad respecto a lo que la expresión “El loco es el hombre libre” articula de esencial? ¿Creemos haberlo dicho todo de la causalidad de las psicosis cuando ponemos en función, como otros tantos mecanismos, las fórmulas que heredamos de Lacan: el fracaso de la metáfora paterna, la forclusión del Nombre-del-Padre y otras que hemos encontrado en su texto? El mismo Lacan no lo creía así, pues, en 1967, o sea diez años después de De una cuestión preliminar…, dice: “El loco es el hombre libre”.[3]

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