El poeta toma como necesario, hasta hacerse un síntoma, algo que palpita en los intersticios del lenguaje. Así nos enseña algo sobre el arte de la interpretación, cuando la palabra cae como la piedra del estanque, hace círculos que se van desvaneciendo y que, entrelazados con otros círculos causados por otras que cayeron o se precipitarán, forman y reforman trazos cada vez más complejos, como un encaje de aros, curvas que generan nuevas curvas, que se congelan sin tomarse el tiempo de no sintomatizar ni de matizar lo que se escapa a la fugacidad. Con los poetas, vemos cómo las ondas se transforman en redondeles y los surcos hacen mella como barrancos fresados en una tierra que no existía antes de ser hollada por el pie cantado haciendo hipogramas, paragramas o anagramas, aros cuajados van trazando cadenas. Si algo echa raíz es como la grama tozuda que por un tiempo sujeta el suelo en superficie. Más que sembrar, la palabra erosiona el terreno, tal como cae la lluvia según la inclinación, hasta que se embalsa en carácter y quedó escrito.

Mejor, para no desbordar, dejarme guiar por la enseñanza de Lacan. Supongamos que, así como su Seminario Encore (“más todavía”) traía como anagrama un en corps, “en cuerpo”, el Seminario L’envers, el reverso, se lee también en vers, “en verso”. Algo chocante, cuando esa enseñanza es un rastro de la búsqueda lacaniana de un discurso sin palabras. Tomémoslo así.

El reverso de la trama

El reverso lo es de un texto tejido que contiene algo del revés de la verdad. Aunque la verdad es que el envés no remite a ningún haz en la que aparecería, como en el tapiz, desnuda la verdad, sino a medias y como es debido. En verso se dice cuando la verdad se funda en una repetición que hace sonar a la lengua dentro de ella misma, como un existir necesario. El goce retorna una y otra vez en pos de la recuperación de una falta. El plus de gozar es goce perdido; y eso se dice, sin que nadie lo quiera expresamente y sin que nadie lo sepa. El verso atraviesa el haz para encontrar el envés reiterando así el trazo que dejó el goce perdido.

La poesía se opone a la matemática. La matemática proviene de “una infracción, con respecto a la función del significante, de la regla siguiente, que todo puede significarlo salvo a sí mismo, sin lugar a dudas.”35 La matemática elimina el acontecimiento singular que es un significante en la lengua, anula la repetición en tanto que, al prescindir del rastro irrepetible que origina el significante, borra su singularidad. Lo que se repite en el verso en cambio es siempre diferente, ocurrencia irrepetible de un acontecimiento sin nombre. Si le damos nombre -Nombre del Padre de una muerte no anunciada, que vale por castración- entonces la repetición es represión causa de neurosis. Sin nombre, las más de las veces, es síntoma cualquiera (sinthome), también tratable con buen son.

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