Dos obstáculos

Los objetos tecnológicos como “órganos auxiliares”, a modo de extensiones del cuerpo, es una idea que ya está en Freud, en El malestar en la cultura: “El hombre se ha convertido en una suerte de dios-prótesis, por así decir, verdaderamente grandioso cuando se coloca todos sus órganos auxiliares; pero estos no se han integrado con él, y en ocasiones le dan todavía mucho trabajo”12. Claro que él se refería a gafas y largavistas, gramófonos y teléfonos, incluso a la fotografía, sin poder imaginar los sofisticados aparatos de hoy en día. Aún así, señalaba ya, anticipadamente, su incidencia problemática en nuestras vidas y la fallida, casi diría sintomática “integración” con nuestros cuerpos.

Pero no hay nada grandioso ni divino en los cuerpos confinados, encerrados con dichos objetos como único medio para hacer subsistir el trabajo, la circulación de bienes materiales y simbólicos, y ante todo, el lazo.

También el lazo particular que supone el psicoanálisis. La presencia del analista, y la del psicoanálisis, hoy, y por un tiempo aún indeterminado (al menos en Argentina), está mediada por unos objetos técnicos que extienden el alcance de aquellos extraídos por Lacan de su experiencia como psiquiatra: mirada y voz. ¿Se sorprendería de verlos instrumentados para hacer subsistir el discurso analítico cuando él mismo advertía, ya en 1964, de “la ciencia que invade cada vez más nuestro campo”13, y tomaba nota de la condición “planetarizada” de la voz y la omnipresencia de la mirada? ¿Nos sorprendemos nosotros, en verdad? ¿Esta modalidad de la práctica no era una especie de secreto a voces, como se dice?

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