Vicente Palomera

Si el sueño se presta a la interpretación es porque, de por sí, es una interpretación. Sabemos que el hecho mismo de que el paciente se valga de una actividad onírica es algo que favorece el trabajo analítico. Lo vemos también en la clínica de la psicosis: cuando un paciente delirante logra soñar los elementos de su delirio se produce una sedación importante de la angustia psicótica. Soñar es ya interpretar lo que se impone como puramente externo.

Tras el entusiasmo inicial producido por la revelación del inconsciente y sus enigmas, Freud comprobó que la función del sueño es, a veces,  la de cegar: una gran abundancia de sueños en el análisis y “ya no se ve nada allí”. En suma, el sueño puede adquirir una función de resistencia, protegiendo la indeterminación del sujeto y la interpretación de los sueños puede ser un obstáculo para el progreso de la cura. Pero, además, y puesto que el inconsciente no cesa de producir interpretaciones, el tema es saber cómo hacer con este “inconsciente-intérprete”. Es pues esta ambigüedad de la función del sueño la que justifica tanto que se invite a un sujeto a hablar de sus sueños como que se rehúse escucharlos. Esto es algo que encontramos en el recuerdo que libró Alix Strachey a Masoud R. Khan  al recordar la práctica de Freud. Veremos cómo la interpretación debe apuntar a la pulsión.

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