Eric Laurent[1]

En cuanto se evoca la interpretación surge un malentendido. El binario entre el texto y su interpretación nos confunde. Caemos inmediatamente en la ilusión de que existiría un lenguaje del inconsciente y que este llamaría a un metalenguaje, la interpretación. Lacan no dejó de martillear que la experiencia del psicoanálisis le permitió afirmar no sólo que no había metalenguaje, sino que decirlo daba la única oportunidad para orientarse correctamente en esta experiencia. A partir de ahí se despejan dos proposiciones fundamentales: el deseo no es la interpretación metalingüística de una confusa pulsión previa; el deseo es su interpretación. Ambas son del mismo nivel. Ha de añadirse una segunda proposición: “Los psicoanalistas forman parte del concepto de inconsciente, puesto que constituyen aquello a lo que este se dirige”.[2] El psicoanalista sólo puede dar en el blanco si se pone a la altura de la interpretación que produce el inconsciente, ya estructurado como un lenguaje. También es necesario no reducir este lenguaje a la concepción mecánica que puede tener la lingüística. Es preciso añadir la topología de la poética. La función poética revela que el lenguaje no es información sino resonancia, y muestra la materia que une el sonido y el sentido. Revela lo que Lacan llamó motérialisme, que encierra en su centro un vacío.

El vacío y el sujeto

Los Seminarios se explayan sobre la cuestión de la interpretación como práctica de descubrimiento del vacío central del lenguaje. Las primeras líneas del Seminario 1 indican: “El maestro interrumpe el silencio con cualquier cosa, un sarcasmo, una patada. Así procede, en la técnica zen, el maestro budista en la búsqueda del sentido. A los alumnos les toca buscar las respuestas a sus propias preguntas. El maestro no enseña ex cathedra una ciencia ya constituida, da la respuesta cuando los alumnos están a punto de encontrarla”.[3]

Conviene no equivocarse, esas líneas afectan no sólo a la forma que debe adoptar la enseñanza en general, tienen como objetivo la interpretación analítica en su práctica más arraigada en la experiencia de la cura. Lo veremos más adelante. Admitamos este vínculo entre la interpretación y el “cualquier cosa” en el sentido más amplio, heterogéneo. Seguiremos entonces más fácilmente el desarrollo de la reflexión de Lacan sobre la interpretación, desde su primera enseñanza hasta que fue llevado por su última enseñanza a “pasar al revés” la interpretación, según la problemática puesta al día por Jacques-Alain Miller. En el horizonte más radical de esta nueva perspectiva, Lacan se verá conducido a fundar la posibilidad misma de la interpretación en una nueva dit-mansion,dicho-mansión”, mezcla heterogénea del significante y la letra. Esta nueva dimensión, contribución específica del psicoanálisis que añade funciones de la lengua desapercibidas por la lingüística, incluso la de Jakobson no obstante tan sensible a la función poética, es la que ajusta la interpretación a la definición del síntoma como acontecimiento de cuerpo. La interpretación deviene así acontecimiento del decir que puede elevarse a la dignidad del síntoma o, según la expresión críptica de Lacan, “extinguirlo”. Este es el camino que emprendemos en este artículo. En primer lugar, vamos a interrogar lo heterogéneo de la interpretación. A continuación, expondremos el pasaje al reverso de la interpretación. Consideraremos después la interpretación como jaculación, entre oral y escrito. Terminaremos sobre algunos aspectos de la práctica de la nueva “dicho-mansión” así revelada, y cómo nos permite circular entre los diferentes niveles de la interpretación que son movilizados en el curso de la experiencia psicoanalítica misma.

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