Xavier Esqué

Hoy podríamos considerar que para referirnos a la relación entre los sexos, el significante discordia queda corto, tal es el vendaval, el desorden creciente, que agita la sexuación de los parlêtres. J.-A. Miller apunta a este desorden cuando, señalando los límites de la simbolización de lo real, se refiere al binomio hombre-mujer “como si los seres vivientes pudieran estar repartidos tan nítidamente”.[1]

Una verdad insostenible

La primera parte de la enseñanza de Lacan se caracterizó por la prevalencia del deseo y la primacía de lo simbólico, y se desarrolló en detrimento de la pulsión. Pero esta terminaría por surgir como una necesidad lógica puesto que se hacía necesaria una articulación y una nueva elaboración del goce. Al inconsciente organizado por el significante y estructurado como un lenguaje de Función y campo[2] vendría años más tarde en Posición del inconsciente[3] la pulsión, un inconsciente que incluía la pulsión. De este modo se abría el campo de la satisfacción y se entraba al campo del goce, de lo real. Esta nueva concepción del inconsciente que incluía la sexualidad implicó un verdadero corte y determinó una nueva articulación fundamental entre el inconsciente y el objeto pulsional. El inconsciente concebido a partir de la sexualidad ya no es el mismo que el de Función y campo, ahora es discontinuidad, hiancia, tropiezo, un inconsciente que se abre y se cierra, hay en él una pulsación temporal. El cierre, precisamente, forma parte del concepto de inconsciente porque en el cierre lo que hay en juego es la interferencia de la sexualidad en la forma del objeto a. Esta es la articulación del inconsciente con la pulsión. En efecto, “la realidad del inconsciente es (…) la realidad sexual”,[4] es decir, la puesta en acto del objeto a. Lacan dice que Freud eso lo había señalado, pero que se fue olvidando porque la relación del inconsciente con lo sexual es una “verdad insostenible”.[5]

La sexualidad tuvo desde el inicio un lugar esencial en la teoría y la clínica psicoanalítica, Freud introdujo una nueva concepción de la sexualidad en el mundo. Pero esta sexualidad no es la biológica, ni tiene nada que ver con la sexología, ni tampoco con la cuestión de los géneros. Para Lacan, “la sexualidad solo concierne al psicoanálisis en la medida en que se manifiesta en forma de pulsión”.[6] Es la pulsión la que representa la sexualidad en el inconsciente, la cuestión para el ser que habla es que la pulsión siempre es parcial: “Esta es la carencia esencial, a saber, la de aquello que podría representar en el sujeto el modo en su ser de lo que es allí macho o hembra”.[7] El hecho de que la pulsión sea parcial significa ya de algún modo que en el inconsciente no hay relación con el Otro sexo. Lo podemos leer como una anticipación de lo que más adelante será planteado como no hay relación sexual. La representación psíquica del Otro sexo falta en el nivel del inconsciente, las representaciones que tenemos de masculino y femenino no son más que semblantes, quedan del lado del gran Otro. Lo que del lado del Otro viene, de lo que hay que hacer como hombre y mujer, son semblantes, y estos cambian con el tiempo, y de qué manera.

La sexualidad está ligada a una carencia esencial, no está directamente ligada al saber, por eso Lacan dice que en realidad el psicoanálisis “opera muy poco sobre la sexualidad. Nada nuevo nos ha enseñado sobre el funcionamiento sexual. No ha producido ni siquiera un asomo de técnica erotológica”.[8] Freud delimitó un campo donde la sexualidad queda aislada del saber, es reprimida. En efecto, en la relación íntima que el sujeto tiene con su sexualidad siempre tropieza con algo que no acaba de encontrar, ningún saber alcanza, ya sea para obtener el placer anhelado, ya sea para asegurar su ser sexuado, asegurarlo en relación al tipo de identificación masculina o femenina prevalentes en el ideal de su época. No es posible definir una sexualidad normal, eso ahora en nuestros días resulta manifiestamente evidente. En efecto, cada época fabrica irremediablemente sus propios órdenes sintomáticos.

Lo que Freud mostró es que si la sexualidad era reprimida no era tanto por una cuestión de tradición y de moral sexual, sino por lo que esta tiene de enigmático, de incomprensible. Si se reprime es porque no se quiere saber sobre algo que empuja para ser reconocido, y eso que exige ser reconocido es que hay un agujero en el saber.

La función de la falta en la constitución sexual del sujeto hablante

Freud plantea que la relación que un sujeto mantiene con sus objetos es una relación lábil, que el objeto puede cambiar, que incluso cualquier objeto puede llegar a funcionar como objeto sexual: una prenda íntima, o una falda de cuero, o un zapato, son objetos que pueden convertirse para algunos sujetos en objetos de goce. Precisamente esta concepción extraída de su práctica clínica sobre el objeto y el fin de la sexualidad llevará a Freud a estudiar el tema de las perversiones.

La pulsión tiene un fin, una meta, es la satisfacción. Pero esta satisfacción es paradójica, Lacan lo ilustra muy bien cuando señala que los pacientes con los que tratamos “no están satisfechos con lo que son” por eso acuden al análisis, sin embargo “todo lo que ellos son, lo que viven, aun sus síntomas, tiene que ver con la satisfacción”.[9] Y agrega que el asunto de un análisis está, precisamente, en saber qué se satisface.[10]

La pulsión a diferencia del instinto animal no tiene un objeto predeterminado, tampoco existe un saber del objeto que podría determinar. El saber de la pulsión es acéfalo, sin cabeza. Esta inadecuación estructural entre la pulsión y el objeto es el fundamento de la existencia del inconsciente. El mismo concepto de inconsciente viene determinado entonces por la represión de lo sexual: el sujeto no puede saber del origen de sus síntomas porque no quiere enterarse de que en el saber sobre el sexo hay un agujero. La represión es un saber escindido, un no querer saber sobre la castración, sobre la falta fálica y sobre la extraña labilidad del objeto de la pulsión.

Para Freud masculino y femenino no están en el punto de partida, sino que son puntos de llegada. En este sentido tuvo que delimitar de un modo más preciso el Complejo de Edipo. ¿Cuál es la fuerza causal de lo que ocurre entre el niño, la madre y el padre? Freud introdujo un nuevo objeto, el falo. El falo es la premisa universal del pene, es decir, la creencia de que los niños y las niñas tienen pene, de que no hay diferencia sexual, de que unos ya lo tienen y a las otras ya les crecerá. De aquí se desprende que existe un solo órgano y que este es de naturaleza masculina.

El falo como tal no se puede representar, se puede imaginar, hay montones de figuras en la cultura representándolo imaginariamente, pero en realidad el falo es un no representable. La castración implica precisamente la confrontación con el falo, con la diferencia sexual. El niño ante la diferencia de los sexos experimenta la amenaza, tiene un pene pero podría llegar a perderlo. La niña, por el contrario, no lo tiene, para ella no existe amenaza, por tanto lo anhela, lo envidia. En efecto, amenaza y envidia son términos que nombran el caso del varón y el de la mujer en el interior de esa estructura que Freud llamó complejo de castración.

Ahora bien, sabemos que en lo real no falta nada. Eso significa que la castración desde el psicoanálisis no tiene que ver con la anatomía, no tiene que ver con las referencias biológicas, lo que introduce el complejo de castración es la función de la falta en la constitución sexual del sujeto hablante.

La concepción freudiana de la sexualidad se estructura entonces por una falta, a dos niveles: una a partir del falo; otra por la pulsión la falta ahí está en relación a su parcialidad, a que ella no tiene determinado su objeto. En Freud tenemos dos mitologías, la del Edipo y la de las pulsiones. La tarea de Lacan fue transformar estas dos mitologías en una lógica. Del Edipo Lacan elaboró la lógica del falo y de la mitología de las pulsiones elaboró la lógica del objeto a.

Para Freud no fue sencillo mantener con firmeza su tesis de que había una sola libido para los dos sexos y que esta era masculina. De ahí arrancó lo que en la historia del movimiento psicoanalítico se conoce como la querella del falo. Es lo que combatieron algunas psicoanalistas feministas de la época, Karen Horney y Helene Deutsch entre otras. Para Freud estaba claro: no hay libido femenina, no hay simetría entre los sexos. La feminidad permanece como un enigma, un continente negro. Lacan dirá que la teoría de la sexualidad freudiana está inacabada, non liquet, puesto que “la mediación fálica no drena todo lo que pueda manifestarse de pulsional en la mujer”,[11] el falo no alcanza a nombrar todo el goce sexual.

Freud en Análisis terminable e interminable[12] se encuentra con un imposible, un real con el que cada uno tendrá que arreglárselas. Es un real que tiene que ver con la diferencia de los sexos y con las secuelas resultantes del complejo de castración en el inconsciente del hombre y de la mujer. Hay algo común en los dos sexos, es el rechazo de la feminidad. Ahora bien, cada uno de los sexos toma una posición diferente: envidia del pene en la mujer y rechazo de la feminidad en el hombre. Freud hace mención a “la roca” de la castración, una metáfora que apunta a un posible hecho biológico que podría llegar a fundamentar este rechazo de la feminidad. Se trata para él de un imposible, de un límite último del sentido, es su modo de aludir a un real, resultado de la incidencia del no-todo en una lógica que aspiró a ser totalizadora.

La inscripción del sujeto de acuerdo con el significante fálico

Lacan dará cuenta de la insuficiencia del modelo edípico para tratar lo más específicamente femenino. Si Freud se mantuvo en la dialéctica del tener, el aporte de Lacan será el de introducir el “ser” en dialéctica con el “tener”. Se pueden seguir bien estos desarrollos en sus escritos de 1958, La significación del falo, Ideas directivas para una sexualidad femenina, y Juventud de Gide.[13]

También para Lacan la clave de la asunción del sexo es la castración, o sea la inscripción del sujeto de acuerdo con el significante fálico, cosa que implica el encuentro del cuerpo con el significante fálico. El falo para Lacan no es una fantasía, no es un objeto, no es un órgano, sino que es un significante. El sujeto se constituye y se desenvuelve a partir de un hay o de un no hay, esta es una oposición propia de la dimensión simbólica, porque insistimos que en lo real no falta nada.

Lacan formaliza el mito edípico; con la metáfora paterna ilustra una segunda incidencia de lo simbólico. El padre metaforiza el deseo de la madre otorgándole una significación fálica, esta operación es significante y de ella dependerá la estructura del sujeto. La función del padre es la de producir un efecto de castración sobre el imaginario fálico. De este modo, la sustracción simbólica producida, la negativización del objeto imaginario significante del deseo permitirá otro uso del falo distinto del de la identificación. Lacan apunta a la “función de nudo”, a la función de regulación que tiene el complejo de castración, puesto que instala al sujeto en una “posición inconsciente sin la cual no podría identificarse con el tipo ideal de su sexo, ni siquiera responder a las necesidades de su partenaire en la relación sexual, e incluso acoger con justeza las del niño que es procreado en ellas”.[14] Por tanto, sin castración no hay asunción sexual, es lo que por otra parte nos enseña la psicosis.

La castración, entonces, no solo produce una disimetría en el desarrollo de la sexualidad del niño y de la niña, sino que impide pensar “una relación de objeto concebida por adelantado como armoniosa y uniforme”.[15] Es decir, que al tiempo que Lacan introduce la función normativa de la castración plantea que el factor simbólico que permite al sujeto asumir una posición sexuada es el mismo que impide cualquier camino natural y armonioso de acceso al otro sexo. Más que armonía lo que hay, dirá Lacan, es “fracaso perpetuo”,[16] es lo que muestra la experiencia cotidiana.

En esta misma perspectiva, señala también que el Edipo “normaliza” en dos sentidos: por una parte, por los efectos normalizantes que tiene, por otra, por los efectos neurotizantes.[17] “Por tanto, el complejo de castración si bien posibilita la identificación al tipo ideal del sexo no anula los problemas, oscilaciones y duplicidades de la vida sexual del sujeto. Se trata de “un desarreglo no contingente, sino esencial de la sexualidad humana”, apuntado ya por Freud, subraya Lacan.[18]

En un momento posterior de su enseñanza, Lacan va a deconstruir la conexión Edipo-castración para considerar esta última como un efecto estructural del lenguaje. De este modo Lacan “des-edipiza” la castración, no anula lo anterior, pero con la introducción del objeto pequeño a lo que va a producir es una ampliación del marco teórico del Edipo y también su más allá. Con el objeto a Lacan introducirá una nueva estructura de la falta que ya no será significante, puesto que allí, tal como se desarrolla en El Seminario 10, el cuerpo está comprometido, y la función del corte permite concebir la separación de un resto. La articulación entre el falo y el objeto a es fundamental, el falo concebido como significante del deseo y el objeto a siendo la causa del deseo.

La sexuación

El falo es el significante privilegiado de la diferencia entre los sexos, pero lo es también de su insuficiencia para organizar una convincente asunción de papeles en la distribución de los sexos. Con el falo transitamos entre asunción y fracaso.

Hablar de “asunción” sexual implica que la posición del sujeto respecto del significante fálico puede ser de consentimiento o de rechazo. Es una elección, una decisión subjetiva. La sexuación es elección, el sujeto elige su objeto en función de la satisfacción, elige en qué fórmula sexual se inscribe, y eso más allá de su anatomía, de su sexo biológico. Una cosa es el género, que siempre será del orden del decir, y otra la elección de goce.

Más allá del Otro y de las identificaciones imaginarias y simbólicas, lo que se juega es una elección del ser. Hay elección por la estructura: el sujeto acepta o no inscribirse en la función fálica, pero hay también elección por la modalidad de inscripción en la función fálica. A este hecho electivo se refiere Lacan en Aún cuando apuntando al hombre dice: “colocarse allí es, en suma, electivo, [agrega] y las mujeres pueden hacerlo, si les place”.[19] También cuando, en relación al lado mujer, dice: “A todo ser que habla, sea cual fuere, esté o no provisto de los atributos de la masculinidad (…) le está permitido (…) inscribirse en esta parte”.[20] No se trata entonces de determinación, sino de elección. Desde el psicoanálisis, de nuestra posición de sujetos somos siempre responsables, también de nuestra posición sexuada: “el ser sexuado no se autoriza sino de sí mismo”, señala Lacan.[21]

Ante la imposibilidad de escribir la relación sexual, Lacan propone unas fórmulas proposicionales como suplencia, ellas se fundamentan en la teoría de conjuntos y se despliegan en un espacio topológico. Con ello se trata de formalizar la manera en que el ser hablante, hombre o mujer, se sitúa en relación al falo y al goce sexual. J.-A. Miller señala que Lacan intentó captar los callejones sin salida de la sexualidad en una trama lógica matemática, y agrega, fue una tentativa heroica de hacer del psicoanálisis una ciencia de lo real, como lo es la lógica. “Pero esto no es posible sin encarcelar el goce en la función fálica, un símbolo”.[22]

Es en el Seminario 18 donde Lacan plantea la imposibilidad de poder decir “todas las mujeres”, este universal no existe. De ahí la barra sobre L/a mujer, que indica que este es un lugar vacío de sentido y de esencia. Falta el significante que podría decir su ser. Si la feminidad tiene alguna esencia es la del no-todo.

El hombre está del lado del todo, pero no se satisface solo del goce fálico, de ahí que busque en el cuerpo del Otro su complemento, por medio del objeto a. De ahí que su única relación al Otro sexo es a través de a, y esta relación se establece con el fantasma ($<>a). Por consiguiente, la modalidad de relación al Otro sexo en el hombre es fetichista ($→a). Mientras que del lado de la mujer es erotomaníaca (L/a → S(Ⱥ)).

En la mujer tenemos un desdoblamiento, por una parte cada mujer se relaciona con el falo desde el semblante del ser o del tener, y en tanto partenaire-síntoma de un hombre se hace semblante del objeto a del fantasma de este, haciéndose causa de su deseo. Pero hay Otro goce, es el goce femenino. Este goce suplementario del goce fálico es un goce opaco, no tratado por la norma fálica. Es este goce el que la hace no-toda, el que la convierte en partenaire de S(Ⱥ), de ahí la dimensión erotomaníaca del amor femenino. El goce femenino es inaprensible, se lo puede experimentar como acontecimiento de cuerpo, pero no se puede decir nada de él directamente.

En fin, que cualquier ser hablante puede inscribirse de un lado u otro de las fórmulas, o mejor dicho aún: hombres y mujeres están concernidos por los dos lados de las fórmulas de las tablas.[23]

El cambio de perspectiva producido por Lacan en los últimos años de su enseñanza nos conduce definitivamente a considerar que el goce es lo que hay, el goce es primero, el acontecimiento de cuerpo —emergencia contingente de goce producido por el encuentro de lalengua y el cuerpo— es anterior al sentido que vendrá después. Por tanto, el gran Otro, el Nombre del Padre y el falo no son primeros, no son estructurantes, son conectores, semblantes y, como tales, se sitúan entre lo simbólico y lo real. Su función es la de grapa entre elementos disjuntos.[24]

El goce, sustancia del cuerpo vivo, exige ir más allá del límite fálico, sobre todo para repensar el estatuto del goce femenino en el parlêtre. El goce femenino, al no estar limitado por la castración, está marcado por la infinitud. En la última enseñanza de Lacan este goce no-todo fálico se generaliza y se revela en la singularidad del sinthome, lo que nos separa definitivamente de toda perspectiva edípica.

El amor

Del perpetuo fracaso ante cualquier camino natural y armonioso de acceso al otro sexo del Seminario 4 pasamos al “eso fracasa” de una relación sexual que no cesa de no escribirse. J.-A. Miller plantea que finalmente es eso lo que separa al psicoanálisis de la ciencia, si la ciencia se sostiene de un “eso marcha” el psicoanálisis lo hace de saber que “eso fracasa”. La práctica lacaniana, agrega J.-A. Miller, no puede tener otro principio si ella quiere distinguirse de las otras, que un “eso fracasa”.[25] Esta es la brújula de la orientación lacaniana, la ética del psicoanálisis.

No hay salida del síntoma. La relación entre los sexos, al no poder escribirse, es siempre sintomática. Ninguna identificación sirve para zurcir el agujero de la relación sexual. El mejor apaño siempre que no ignore el real que lo soporta es obra del amor y del sinthome.

La experiencia psicoanalítica es capaz de llegar a producir un nuevo amor, un amor más digno, decía Lacan. Un amor fundado en el reconocimiento de la singular contingencia de un encuentro, un amor que hace lugar al héteros, que b(i)en-dice la diferencia sexual. Un amor que es producto de la salida del parlêtre de la prisión de la lógica fálica. En definitiva, un amor en el que no se rehúsa la feminidad, aunque tampoco se hace de ella ningún ideal.

Xavier Esqué, AME, AE (2003-2006), psicoanalista en Barcelona
esque@ilimit.es

[1] Miller Jacques Alain. Scilicet, Un real para el siglo XXI, Publicación de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, Grama, Buenos Aires 2014, p. 26.

[2] Lacan, Jacques. “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis”, Escritos 1. Siglo XXI, Buenos Aires, 2001.

[3] Lacan, Jacques. “Posición del inconsciente”, Escritos 1. Siglo XXI, Buenos Aires, 2001.

[4] Lacan, Jacques. El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós, Buenos Aires,  2010, p. 156.

[5] Id.

[6] Ibíd., p. 274.

[7] Lacan, Jacques., “Posición del inconsciente”, op. cit. p. 828.

[8] Lacan Jacques. El Seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, op. cit. p. 274.

[9]  Ibíd. p. 173.

[10] Íd.

[11] Lacan Jacques. “Ideas directivas para un congreso de sexualidad femenina”, Escritos 2. Siglo XXI, Buenos Aires,  2002, p. 709.

[12] Freud Sigmund, “Análisis terminable e interminable”, en Obras completas. Biblioteca Nueva, Madrid, 1997.

[13] Dichos textos de Lacan se encuentran en Escritos 2, op. cit.

[14] Lacan Jacques. “La significación del falo”, Escritos 2. Siglo XXI Buenos Aires,, 2002, p. 665.

[15] Lacan Jacques. El Seminario, Libro 4, La relación de objeto. Paidós, Buenos Aires, 2005, pp. 214-215.

[16] Lacan Jacques. El Seminario, Libro 4, La relación de objeto, op. cit. p. 375.

[17] Lacan Jacques. El Seminario, Libro 5, Las formaciones del inconsciente. Paidós, Buenos Aires,  2009, p. 172.

[18] Lacan Jacques. “La significación del falo”, op. cit., p. 665.

[19] Lacan Jacques. El Seminario, Libro 20, Aún. Paidós, Buenos Aires,  2012, p. 88.

[20] Lacan Jacques. El Seminario, Libro 20, Aún, op. cit.  p. 97.

[21] Lacan Jacques. El Seminario, Libro 21, Los no incautos yerran, lección del 4 de abril de 1974. Inédito

[22] Miller Jacques Alain. Un real para el siglo XXI, op. cit., p. 26.

[23]  Esquema de las tablas en El Seminario, Libro 20, Aún, de J. Lacan, op. cit., p. 95.

[24]  Miller Jacques Alain. La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica. Paidós,Buenos Aires, 2003, p. 258.

[25]  Miller Jacques Alain. “Una fantasía”, El Psicoanálisis nº 9, Revista de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, p. 12.