Texto de Félix Rueda

En su Acto de fundación, Jacques Lacan hizo del control algo inseparable de su Escuela, uniendo en este lazo el deber ético del analista en formación y el de la Escuela.[1] Ésta no propone una norma sino que el control se orienta por el deseo: el deseo del analista en formación, el deseo del controlador y fundamentalmente por el deseo de ese sujeto que es la Escuela Una,[2] como subrayó Jacques-Alain Miller.[3] Es así como entiendo que el control es también el control del lazo que el sujeto que analiza mantiene con el psicoanálisis como partenaire.[4] Conviene, por eso, recordar cómo el Congreso de la AMP de 2002 celebrado en Bruselas y consagrado a la formación de los psicoanalistas dedicó una de sus plenarias al control. La conversación y los temas que allí se desarrollaron bajo el título de La confidencia de los controladores[5] tienen plena vigencia hoy en día, por ejemplo, la propuesta de Miller de pensar la garantía a partir de los controles. Doce años más tarde, el Congreso de la AMP celebrado en París el 2014 dedicó, de nuevo, otra plenaria al control.[6]

En cuanto al control de la práctica, Lacan plantea que la demanda de control la realiza “un sujeto sobrepasado por su acto”.[7] El psicoanalista no opera con su división subjetiva, “el psicoanalista en el psicoanálisis no es sujeto”.[8] Siendo el control una manera de subjetivar la posición del analista que en su acto está en posición de objeto.

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