José Ramón Ubieto

La pregunta por el acto analítico y por la presencia del analista en las instituciones es muy antigua, casi tanto como el psicoanálisis mismo. Para la IPA, con su teoría de la doble verdad, la respuesta era fácil, puesto que disociaba radicalmente psicoterapia y psicoanálisis tomando como pretexto las condiciones del encuadre.[1] El analista quedaba a resguardo del acto en la institución por ese impassetécnico. Su deseo no entraba en juego.

Jacques Lacan va a introducir, en este debate, algunas orientaciones que nos permiten pensarlo de manera diferente al “todo o nada”. La pregunta verdadera no atañe a las cuestiones técnicas, sino a la misma ética del analista, a su posición y a su discurso, ligados al deseo del analista.[2] Deseo vinculado al discurso analítico y opuesto a un discurso del amo, que promueve un naming generalizado, que deja poco lugar a la singularidad del sujeto. Y un furor sanandi más allá de la voluntad del sujeto, al que se anticipa en sus deseos. La curación, aspecto central al que Lacan se refirió en diversas ocasiones, no es una cuestión menor y él mismo se interrogó por ella hasta el final a partir de la redefinición que operó de la repetición como iteración de goce. Y constató cómo hay siempre un hiato entre el acto analítico y el efecto de curación, por lo que no es posible establecer una linealidad propia de la relación entre causa y efecto. Éric Laurent proponía pensarla en relación al psicoanálisis puro y a través de la experiencia del Pase.[3]

La orientación hacia lo Real requiere entonces de un tercer elemento, junto a la institución y el caso, que es el deseo del analista, función operatoria de ese discurso analítico. Pensar el asunto en términos de la dupla institución-caso nos lleva siempre a un impasse porque o bien destacamos las exigencias de la institución como guía, y nos situamos entonces en la extraterritorialidad, o, por el contrario, hacemos de la queja del sujeto un principio absoluto y desconocemos los límites mismos de nuestra práctica, que termina siendo una pura sugestión.

El deseo del analista nos permite pasar de la extraterritorialidad a la extimidad, lo que implica otra topología más acorde con la sociedad de la norma en la que vivimos. Este deseo es constitutivo de la función de analista y eso no es posible sin la singularidad, para lo cual se requiere del análisis del propio analista. Sólo allí, en la experiencia analítica como analizante, es posible producir ese deseo que supone el paso de analizante a analista.

Es un deseo impuro que pone en juego la relación entre el deseo y la pulsión y que exige que el analizante se haya encontrado con su propio goce pulsional, ahora ya sin el auxilio del fantasma. Es un deseo de saber en lo Real —allí está la orientación— correlacionado a la causa del horror de saber que le permite operar en el análisis como incógnita, para dejar un lugar vacío y hacer semblante de objeto, permitiendo así la invención.

Por eso no tiene el confort del saber estandarizado, sino más bien la impureza de su acto. No es un deseo vacío, sino encarnado para que pueda ser usado. En ese sentido es una elección, una opción de servirse de eso que cada uno ha identificado como su satisfacción propia y que le anima con su saber hacer. Dicho de otro modo: para estar disponible a la lalengua del otro hay que hacer, en nuestra experiencia analítica, la lectura de nuestra propia lalengua.

Este deseo del analista encarnado en su presencia es el operador común a cualquier acto, sea en la institución o en su gabinete

A partir de aquí, en un lugar o en otro, es posible interesar al paciente en el campo del análisis, que quiera volver, como decía Miller, para saber algo de su deseo y de su goce vinculado al sufrimiento.[4]

Los límites de esa praxis vienen, en primer lugar, por el recorrido del propio analista y hasta dónde ha llegado en su análisis. Pero también del propio analizante que puede consentir o no, y hasta qué punto, en su trabajo analítico. Y, por supuesto, como tercer elemento, hay que tomar en cuenta las particularidades del lugar en que esa experiencia se lleve a cabo: la consulta, una institución orientada por el discurso analítico o una institución situada claramente bajo el régimen del discurso del amo.

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