Marga Auré

Vamos a interesarnos por la función de suplencia o de sinthome que puede tener, para algunos sujetos, el vínculo del matrimonio, debido al estatuto que procura a los casados. Las consecuencias del matrimonio no son solo jurídicas, económicas o psicológicas: apuntan sobre todo a lo real. El matrimonio, en tanto que contrato, determina un cambio en la posición social de un individuo, que deviene un hombre o una mujer casado(a) en el seno de la comunidad. El vínculo marital define una nueva identidad, un nuevo vínculo con el Otro, con un nuevo apellido que, para algunos sujetos, se convierte en un significante primordial sobre el que poder apoyarse para dar un nombre al goce. En nuestro trabajo se tratará de interrogar la función de suplencia del matrimonio en tanto que cuarto elemento unificador del nudo borromeo que vendrá al lugar del Nombre-del-Padre, o más bien al lugar de uno de los nombres del padre, función sintomática que estructuraría o protegería al sujeto de una descompensación psicótica así como de las manifestaciones de _0. Distinguimos, por un lado, la suplencia —que se encuentra en la vertiente del significante y del S1 con su función de nominación— y, por otro, la función del sinthome que aparece del lado del objeto a y del goce, por la vía de la invención y de un saber hacer ahí con ello.

No se tratará, en ningún caso, de universalizar esta forma ni de promover el vínculo del matrimonio como factor de felicidad ni como remedio al malestar social. Ningún matrimonio podrá hacer barrera a la ausencia de relación sexual, lo que ilustra toda la clínica psicoanalítica. La falta de armonía entre los sexos no puede en modo alguno ser combatida a través del matrimonio, por bien o mal acomodados que estén los dos partenaires, por muy sintomática que sea su relación.

Las 48 Jornadas de la ECF intituladas “Gai, gai, marions-nous ! La sexualité et le mariage dans l’expérience psychanalytique”,[1] han estudiado bajo todos los ángulos y todas las perspectivas, de maneras distintas y variadas la clínica del matrimonio. En los numerosos casos presentados en las Jornadas hemos podido observar la repetición de esta función de anudamiento y de suplencia que puede adquirir el matrimonio para algunos sujetos. En numerosos casos representativos de lo más actual de nuestra clínica, pudimos observar una reiteración de descompensaciones melancólicas justo después de un divorcio, de una separación o como reacción a la pérdida de un conjungo sobrevenida en el momento de la viudedad. Son momentos en que el mundo se derrumba literalmente para el sujeto al tiempo que el imaginario de su cuerpo se inviste dolorosamente con una hipocondría. Hemos podido constatar también episodios delirantes con una temática de reivindicación litigante, de perjuicio, de persecución o reivindicación querulante que comenzaban con la separación o la ruptura del matrimonio. Hemos visto también casos contrarios de desencadenamiento de una psicosis que debutaban en el momento de la propuesta de matrimonio. Estos casos recordaban aquel que Freud puso como ejemplo: la descompensación de una mujer joven que debía convertirse en la esposa legítima de un hombre y cambiar de apellido. Finalmente hemos puesto de relieve ciertos episodios de perplejidad, seguidos de un desencadenamiento, después de la constatación dolorosa de la infidelidad del partenaire, infidelidad que hacía volar en pedazos el ideal narcisista de la pareja y el irrepresentable de la infidelidad aprehendida como lo imposible en la pareja.

Lo que sorprendía en numerosos casos era que se trataba de una primera descompensación con ocasión de la pérdida del vínculo conyugal en sujetos que hasta entonces habían presentado cierto equilibrio y una relativa estabilidad en sus vidas. Se podría decir que el individuo se había apropiado de la fórmula que el estatuto del matrimonio le concedía para “ordenar su experiencia, la de su mundo”,[2] de la misma manera que la función paterna, es decir como uno de los nombres del padre. Estos sujetos desarrumados del significante del Nombre-del-Padre habían podido encontrar en el matrimonio una identidad y un nombre, un sitio y un lugar en el mundo. Con el matrimonio, encontraban su punto de capitón esencial por medio de la nominación que asegura su identidad de “esposa” de un hombre o de “esposo” de una mujer en la existencia del sujeto.

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