María Eugenia Insúa

Después de haber estado durante un periodo como responsable de carteles por el Consejo de la ELP, se me presentan algunas cuestiones que me permiten reflexionar.*

Desde las distintas instancias de la Escuela se apuesta por hacer existir los carteles en una lógica opuesta a la de “hacer existir o hacer funcionar los carteles” del lado del discurso del amo. Para ayudar a “causar” carteles una puede servirse de los restos transferenciales generados por el propio trabajo en carteles.

Tengo el gusto de recordar, en esta ocasión, la experiencia de carteles en Galicia en los primeros años noventa. En ese momento, los acontecimientos institucionales se precipitaban y nos implicaban. Cuando se creó la Escuela Europea de Psicoanálisis (EEP), en otras comunidades había varios grupos, que se disolvieron, pero en Galicia había un solo grupo: el Círculo Psicoanalítico de Galicia, que pasó directamente a ser primero un Grupo de la EEP, y posteriormente una Sección de la EEP.

El significante “Escuela” empezó a funcionar. Su efecto más destacado fue un aumento del número de carteles. Construir la Escuela era alejarse de los efectos grupales homogeneizantes.

Los carteles permitieron poner los cimientos de la naciente Escuela en Galicia. Una amplia declaración de carteles implicó a la mayoría de los colegas y varias Jornadas Intercarteles dieron, y nos dieron, vida a la naciente Escuela.

El boletín x+1 que fue el anuario del trabajo de los carteles, se consolidó más adelante como Correo de la Sección de Galicia de la EEP. El cartel como puerta de entrada a la Escuela dio cuenta de esa experiencia. En esos carteles tomó forma un deseo de Escuela.

Pasaron los años y hubo momentos diferentes, también en las diferentes comunidades de nuestra Escuela, de mayor o menor auge del cartel. Pero podemos decir, por experiencia, que el cartel se presenta como un dispositivo apropiado para ser utilizado en esta época, caracterizada, en lo que al saber respecta, por una cierta caída del deseo.

El dispositivo del cartel, contrariamente a ello, sigue produciendo sorpresa en aquellos que se acercan a él por primera vez. Podemos reconocer ese entusiasmo a medida que avanza el trabajo del cartel. En él, puede surgir una nueva relación con el texto y con el saber, también con la escritura, para cada uno.

El trabajo en cartel comporta una experiencia del lazo social que permite a sus miembros encontrar algo nuevo, incluso donde ya creían saber. El trabajo en cartel es una experiencia original.

Cada miembro del cartel tiene la posibilidad de subjetivar el saber del que se trata, en función del tiempo de cada uno. No es el tiempo de un seminario, de un curso, de una jornada. Es un tiempo propio.

La constitución de un cartel se realiza conforme al interés común en un tema, lo que identifica, luego cada uno elige un tema particular. Un aspecto identifica y, otro, separa. Es la tensión que Lacan propone cuando da razones en sus textos para crear carteles. Propone una identificación temporal y una disolución. Tan importante es la constitución como la disolución; si esta última no comparece, obstaculiza la emergencia de un saber nuevo. La disolución introduce el tiempo en la eternización propia del confort grupal.

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