Manuel Fernández Blanco

Decidir el deseo es el título de esta mesa. Decidir el deseo es precisamente lo que no puede hacer el neurótico. Sea bajo la forma de insatisfacción en la histeria, de la imposibilidad para el obsesivo, o de la amenaza de desaparición en la fobia, para el neurótico el deseo siempre está marcado por el menos. Si el deseo va acompañado del no, la pulsión es siempre un sí, se satisface siempre. De ahí la pregunta, formulada por Jacques-Alain Miller, “[…] de si el deseo puede o no hacerse equivalente a la pulsión, y por eso se puede plantear la cuestión de lo que es la voluntad de goce después del final del análisis; es decir, en un momento donde el deseo, decidido, del final, podría equivaler a la voluntad de goce”.[1]

Lacan, al final del Seminario XI, expresa lo siguiente: “[…] Después de la ubicación del sujeto respecto de a, la experiencia del fantasma fundamental deviene la pulsión. ¿Qué deviene entonces quien ha experimentado esa relación opaca con el origen, con la pulsión? ¿Cómo puede un sujeto que ha atravesado el fantasma radical vivir la pulsión?”.[2] Lacan concluye esta última lección del Seminario XIafirmando que “El deseo del análisis no es un deseo puro. Es el deseo de obtener la diferencia absoluta, la que interviene cuando el sujeto, confrontado al significante primordial, accede por primera vez a la posición de sujeción a él. Sólo allí puede surgir la significación de un amor sin límites, por estar fuera de los límites de la ley, único lugar donde puede vivir”.[3]

La ubicación del sujeto respecto de a le permite realizarse como deseo. Si nos remitimos a cómo Lacan lo desarrolla en “Observación sobre el informe de Daniel Lagache…”, esto implica acceder, más allá de la reducción de los ideales de la persona, a lo que ha sido como objeto a para el Otro en su erección de ser vivo, en su venida al mundo. Es así, nos dice Lacan, “[…] cómo el sujeto está llamado a renacer para saber si quiere lo que desea…”.[4] Lacan añade que “es este un campo donde el sujeto, con su persona, tiene que pagar sobre todo el rescate de su deseo”.[5] El deseo tiene, entonces, que ser rescatado, pero de aquello que fuimos como objeto libidinal. Vemos como no hay que esperar al último Lacan para encontrar una articulación entre marca de goce y deseo como resultado del fin de análisis.

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