Texto de Dalila Arpin

Una frase había marcado mi venida al mundo: “Te esperamos durante cuatro años”. Mis padres se habían conocido casi a los cuarenta años y, luego, mi madre, había tenido problemas para quedarse embarazada. Si yo había interpretado esta frase como un reproche por mi retraso al llegar, se escuchaba, más allá de lo dicho, un deseo fuerte.

El haber sido tan deseada había impreso en mí una marca indeleble: toda mi vida “supe lo que quería”: desde el primer vistazo al menú en un restaurante o en un negocio, hasta las decisiones más importantes como la carrera que quería estudiar y ejercer, así como la orientación que elegí como psicoanalista.

Sin embargo, en la vida amorosa, hecha del nudo entre el amor y el deseo, este axioma no se aplicaba: siempre tuve muchas dudas en la elección del partenaire. Se vislumbraba entonces que lo que yo leía como el deseo decidido escondía una cierta precipitación que constituyó el tejido interno de mi caso, justamente porque como “había llegado tarde”, tenía que apurarme constantemente y no perder tiempo antes de tomar una decisión. La frase inaugural —“Te esperamos durante cuatro años”— tenía repercusiones cotidianas: “Apúrate” o “¡Vos, todo en el último momento!”, cantinelas constantes que me recordaban mi retraso inicial. Decidía rápidamente porque yo “sabía lo que quería”. Esto me valió la suposición de saber por parte de mis padres y una interpretación del analista: “Usted tiene una brújula en la vida”.

Debes acceder para ver el resto del contenido. Por favor . ¿Aún no eres miembro? Únete a nosotros