Conferencia de Judith Miller

Hablaré en francés.* En primer lugar porque nos acoge el Instituto Francés al que agradezco haber respondido a la iniciativa de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano y de los colegas catalanes que han asumido la concepción y la concreción de esta reunión.

A ellos y a todos los demás les agradezco su participación y su respuesta a esta bella iniciativa. Finalmente, les agradezco que me hayan propuesto participar en ella para abrir este Coloquio Jacques Lacan, autorizándome a hablar en francés aunque la lengua del Campo freudiano sea el español. Son muy numerosos los hispanohablantes que aprenden francés para leer a Jacques Lacan en su lengua; numéricamente, una mayoría, y, cualitativamente, motores dentro del Campo freudiano, así como de la reconquista que Lacan le dio por finalidad hace ya más de veinte añsos.

Es, pues, un Coloquio Jacques Lacan 2001 lo que ahora empieza, uno más entre los cuarenta homenajes, aproximadamente, que le han rendido, con ocasión del centenario de su nacimiento, quienes inscriben su trabajo en el Campo freudiano en buena parte del mundo. Sin duda, el Campo freudiano no ha sido el único en celebrar este centenario, aunque su presencia en el mundo le ha permitido aportar un testimonio de su deuda con Jacques Lacan en esta serie amplia.

¿Se puede hablar, con todo, de serie? Sí, si se escucha lo serio que habita en la serie. Seriedad no significa aburrimiento, al contrario. Lo serio supone que uno ponga su parte, aquí y ahora, que ya antes lo haya hecho y que esté decidido a seguir poniendo más todavía.

Poner “su parte”, es lo que espera Jacques Lacan de su lector, en 1966, al final de la “Obertura” de sus Écrits.1 Esta espera sigue vigente y está tan justificada como antes.

Jacques Lacan no es un autor fácil, no es un autor como los demás, su estilo hacía de él un autor difícil. Sin embargo, él decía que su estilo era cristalino. En efecto, cristaliza, de la misma forma que, en Stendhal,2 el amor es captación repentina e instantánea de uno, el amante, el éron en griego, por el otro, el erómenos,siguiendo la terminología platónica de El Banquete.3 La mano surgida del leño ardiente pone de manifiesto la reciprocidad de los sentimientos, la mutación del erómenos en erón, tal como lo describe Jacques Lacan al inicio de su seminario sobre La Transferencia.4

Coloquios Jacques Lacan constituye una serie en la que cada uno es distinto de los demás, bajo los auspicios de Eros y no de Tánatos. Ésta fue la perspectiva abierta por Jacques-Alain Miller en Buenos Aires, en julio de 2000. No voy a detallarlos. Solo mencionaré los siguientes: Belo Horizonte, Lyon, Varsovia, Jerusalén, Sofía, Erevan y La Habana.

En cada oportunidad y de acuerdo con la situación local, regional, en la que se produce, el Coloquio Jacques Lacan hace la misma apuesta: permitir que dé un paso más el psicoanálisis que Freud, su inventor, muy pronto, tuvo que vigilar con rigor para que no fuese degradado a la categoría de las sandeces psicosociológicas. El filo cortante de este psicoanálisis solo subsiste hoy en día en el mundo gracias a la enseñanza de este psicoanalista, Jacques Lacan (y no de ningún otro), que volvió al texto, y a todo texto de Freud, cuando la IPA, la corriente por un tiempo dominante, la de la Egopsychology, dócil a la American way of life, conseguía refundirlo en una psicología general que limitaba la radical inventiva y, en consecuencia, lo específico del descubrimiento freudiano. Siguiendo esta pendiente resbaladiza, las nociones de instinto y de energía sustituían a los conceptos de inconsciente y de sexualidad, en nombre de la tripartición del ello, el yo y el superyó de la segunda tópica, empleada de forma caricaturesca y considerada como la invalidación de la primera: consciente, preconsciente, inconsciente.

¿Qué tienen que ver con todo esto los avestruces?

La política del avestruz es la del animal que entierra la cabeza en la arena para no ser visto, ignorando que no por presentar a la mirada tan solo su trasero consigue eludirla. Pero, de esta forma, lo seguro es que no ve nada, que no responde a las sorpresas de las que su situación está plagada, sorpresas que debería afrontar, por muy desagradables que le resulten, para vivir su vida, su única vida, que sacrifica de esta forma en el altar de su mortal comodidad.

Lo que yo digo es que Jacques Lacan, a estos avestruces, les hizo sufrir un descalabro.

He elegido esta expresión para dar a entender que Jacques Lacan no era un hombre de resentimiento, menos aún de venganzas. Cuando alguien dejaba pasar algo que podía dar valor a su vida, él no se lo reprochaba, tomaba buena nota y pasaba página. Sin duda, algo le podía afectar, pero no se dejaba herir. Él seguía, perseveraba en lo que le importaba, sin aplastar a nadie, o sea en lo que hacía cuando psicoanalizaba, armado con el dispositivo ad hoc inventado por Freud. E invitaba a otros a hacer como él, a circunscribir cada vez de manera más precisa lo que está en juego en la experiencia analítica. Nada más que eso, pero nada menos. Sin venganza, Jacques Lacan es un hombre de las Luces.

Esos otros a quienes invitaba a hacer como él fueron, en primer lugar, psicoanalistas que por profesión usan el dispositivo freudiano, un diván en el que uno se estira y, asociando libremente, le dirige a otro, sin verlo, su palabra.

Enseguida, esos otros fueron pensadores y artistas, cada uno de ellos innovador en el campo que había elegido, ya fuese el teatro, la filosofía, la pintura, las matemáticas, la lógica, la poesía, la lingüística. No podría ser exhaustiva, porque solo hace un mes y medio supe, por ejemplo, que Jacques Lacan había ido regularmente a visitar el laboratorio de un biólogo emérito, François Forestier –a quien espero ver dentro de poco–, a la vanguardia de la investigación en genética, antes de empezar su propia jornada de trabajo, entre las siete y las ocho de la mañana. Esto era a mediados de los años setenta, y si dicen que las afirmaciones que hace Jacques Lacan en aquella época son proféticas, ello es sin duda con razón, porque Jacques Lacan no habla de oídas, sino tras haberse instruido bien junto a uno de los mejores especialistas en aquello de lo que se ocupa.

Algunos pudieron ver en ello una agresión, como Derrida, otros no se sentían del todo preparados cuando Jacques Lacan fue a interpelarlos, como Gilles Deleuze a quien todavía puedo recordar en Saint-Tropez, en la playa junto a mi padre, que trataba de hacerle entender por qué la invención freudiana no puede ser obviada ni ignorada por la filosofía. En 1958, Gilles Deleuze era, es cierto, muy joven, apenas había alcanzado la celebridad, pero estaba dotado de un evidente talento. Poco antes de partir hacia Barcelona,5 durante aquella conversación, pensé: Gilles Deleuze no ha aprovechado la oportunidad ¿acaso era demasiado pronto para él? Escondió la cabeza en la arena. Mucho más tarde se interesaría en la esquizofrenia, fiándose de Guattari. A mi modo de ver, ésta es la razón por la que en su día tuvo la imprudencia de poner objeciones a la cualificación de Jacques Lacan para ser director científico del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de París 8, poco después de Mayo del 68. Hoy en día no da una crédito a lo que oye, pero así fue. Ese desenlace es ejemplar; en él, el ridículo requiere una fuerte dosis de humor para no ser mortífero: rehuir el kairós lleva a recurrir a una Ersatz que conduce a lo peor.

El kairós no implica en absoluto unirse a una causa sino captar lo que en ella está en juego y extraer sus consecuencias. La incidencia de la enseñanza de Lacan es múltiple: sin lugar a dudas es, antes que nada, clínica, pero va mucho más allá.

Y si este coloquio se desarrolla en oleadas sucesivas es porque surge de un contexto en el que, desde hace más de tres décadas, se reitera y se renueva, de año en año, el encuentro con Jacques Lacan de una comunidad de trabajo que se va ampliando y que hoy se cristaliza, en España, en la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano. Pesada responsabilidad la de ocupar ese lugar.

Diría que esta responsabilidad ha sido asumida porque en este Coloquio están presentes psicoanalistas de la IPA. Les agradezco que estén aquí. No llenan de arena sus oídos ni cierran los ojos para no oír ni estudiar nada. Por lo menos son curiosos, se mueven, están presentes y se exponen tomando la palabra aquí. Les doy las gracias, porque alivian la dura tarea de los lacanianos del Campo freudiano, recordándoles que corren el riesgo de la ortodoxia, como les decía Jacques-Alain Miller hace quince días a sus colegas de la École de la Cause freudienne, pero también a los de todas las escuelas que reúne la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

Ellos nos ayudan a abrir los ojos y a escuchar, a analizar lo que hoy surge en la civilización. ¿Hay que designar con el púdico término de malestar la barbarie que se revela? Una barbarie tanto más horrible cuanto que es más sofisticada y asocia la tecnología más refinada con el radicalismo religioso; tanto más terrible cuanto que destina a niños a convertirse en bombas vivientes y elige a sus víctimas en el anonimato del azar.

Jacques-Alain Miller hizo que se publicaran los Autres écrits6 el día del aniversario del nacimiento de Jacques Lacan, el pasado 13 de abril –el 13 y no el 14 como se ha dicho–: Jacques Lacan adoraba el número trece, por eso me permito hacer esta rectificación aparentemente anodina.

Quisiera destacar la lucidez que requiere su lectura, que es múltiple. Elegiré un texto que no se puede separar del conjunto, un conjunto en tensión y puesto una y otra vez en el telar de la enseñanza de Jacques Lacan.

Separar este texto de los demás, como hacen, al menos en Francia, algunos universitarios que dan diplomas de Psicología clínica, es volverse sordo y ciego; y es convertirse en avestruz promulgar su admisibilidad en nombre de su no pertenencia al futuro teoricismo, supuestamente desarraigado de la clínica, en el que Jacques Lacan se habría perdido más tarde, con la consiguiente amenaza de extraviar también a otros.

Este texto es el titulado “Los complejos familiares”.7 Lo leerán ustedes en los Autres écrits, y en él encontraran puntuadas las coordenadas sobre las que Jacques Lacan trabajará una y otra vez, a lo largo del Seminario que sostuvo sin flaquear durante treinta años, tanto releyendo a Freud como afrontando los puntos en los que la docta ignorancia de Freud tropieza en su propia elaboración de la clínica, cuya emergencia había hecho posible. Ciertamente, Jacques Lacan, que dijo siempre ser freudiano, no se conformó con elucidar el conjunto de esta elaboración, despejando la escansión que describe su lógica, los momentos en que toma nuevo impulso y sus giros cruciales. Jacques Lacan se permitió estar atento al alcance de las notas que Freud pudo añadir en el momento en que se reeditaba tal o cual de sus trabajos. Situó sus razones y sus límites. Por ejemplo, en el mismo momento que les dice a sus alumnos que a ellos les está permitido llamarse lacanianos, pero que, por su parte, él se califica como freudiano, Jacques Lacan critica la forma en que Freud construyó su segunda tópica. Él es, en efecto, freudiano, porque retoma las cuestiones planteadas por Freud de forma explícita como, la del “continente negro” que para él siguió siendo la sexualidad femenina, o la del fin del análisis, así como la de los tiempos del Edipo, su disimetría y su universalidad, reformulada esta última como la del Uno, significante paradójico por no remitir a ningún otro.

Ninguna de estas invenciones de Lacan, que responden a los horizontes de Freud, abiertos, pero a veces también llenos de trabas, que responden a sus interrogaciones y a los límites de su progresión, se encuentra ausente en este texto que en apariencia es muy académico.

Este texto fue escrito para una enciclopedia, a petición, incluso diría por encargo, de Henri Wallon. Se publicó en 1938 en la Encyclopédie française, y creo que nunca fue reeditado antes de 1984, al impedir su extensión que figurara en los Escritos en 1966.

La semana pasada me decidí a estudiar de nuevo este texto, estimulada por el trabajo que un colega, Daniel Roy, presentó, no a estudiantes de psicología clínica, sino a personas que trabajan en casas para niños abandonados y huérfanos, de cero a tres años, en Bulgaria, el segundo complejo estudiado en “Los complejos familiares”, el complejo de intrusión.

Es un trabajo llevado a cabo en aquel país por el Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Niño, una iniciativa relativamente reciente del Campo freudiano, que se desarrolla desde hace cuatro años en Sofía. Se trata de stages de formación que reciben anualmente al pediatra, al psicólogo, el educador, la enfermera y el director o la directora de alguna de estas casas; cada año cinco de estas instituciones participan en el trabajo. Este stage ha transformado la vida profesional del personal de dichas casas, así como la vida de los niños que en ellas habitan. Su esfuerzo ha consistido en hacer salir a esos niños del anonimato en que estaban inmersos. Hoy, quienes se ocupan de ellos, se preocupan, uno por uno, por las pequeñas disputas, las grandes peleas o las agresiones contra sí mismos a las que se libran estos niños. Y Daniel Roy les hablaba del complejo de intrusión en “Los complejos familiares”, para esclarecer que no toda manifestación de agresividad es necesariamente un signo inquietante. Hablar de esta forma –lo resumo brevemente– hubiera sido imposible durante el primer año, cuando el modelo institucional era el modelo húngaro de Lóczy,8 que produce niños perfectamente pacíficos, lo cual mantiene una vida paradisíaca en la institución, pero comporta grandes problemas para esos niños cuando se van a vivir fuera de aquel paraíso pacificado.

Así, Daniel Roy se vio llevado a plantear lo que se entiende por complejo, e introdujo esta noción siguiendo el texto de Lacan. Por mi parte volví a él, siguiendo los pasos de Roy, y una de sus frases, que nunca había advertido, me impresionó.

En dicho texto, perfectamente freudiano, Lacan dice: “Repudiando el apoyo que el inventor del complejo [Freud] creía deber buscar en el concepto clásico de instinto, [Lacan] creemos que, mediante una inversión teórica, es el instinto el que en la actualidad podría esclarecerse por su referencia al complejo”.9

Esta frase merece ser escrita en letras doradas. Expresa el trabajo llevado a cabo por Lacan en lo que él llama “retorno a Freud”: restituye al inventor su invención y armado con el rigor recuperado de dicha invención, produce un vuelco que demuestra su potencia. El concepto de complejo, lejos de encontrar su fundamento en la necesidad del instinto supuesto al que Freud apelaba, permite, por el contrario, elucidar qué se debe entender bajo esa noción tan confusa como clásica.

En efecto, una vez reconocido en qué consiste el complejo freudiano, resulta posible situar lo que el clasicismo, a falta de contar con los útiles para definirlo, eludía. El instrumento sería el resto de una programación que en cierto modo toma el relevo de una laguna, de una falla inscrita en el programa de la especie humana, falla que por otra parte no consigue reducir.

El plural de los complejos no carece de razón: no se trata de un complejo familiar, como pudiera ser el complejo de Edipo. Una vez introducido en el bucle, cada complejo, recibiendo su sentido del siguiente, se esclarece gracias a aquello a lo que puede conducir.

El complejo de intrusión rubrica los efectos del complejo de destete y encuentra su razón en el llamado complejo de Edipo, que puede permitir al sujeto encontrar la vía para construir su lugar, sobre el fondo de las coordenadas que le son tan necesariamente propuestas como impuestas de forma del todo contingente. De la conjugación de esta necesidad con esta contingencia resulta la variedad que ofrece la clínica.

No voy a detallar aquí la riqueza clínica de este artículo que despliega, ordenándola, toda esa variedad. Sólo deseo leerles una segunda frase de este texto, que verifica hasta qué punto el artículo en cuestión encuentra su pleno sentido a partir de la enseñanza que Jacques Lacan sostendría en el futuro.

Esta frase tiene su punto de partida en una evidencia, a saber, que la formación de un ser humano depende radicalmente de la cultura en la que nace, y descompone de esta forma los tres registros del complejo, en cuya definición supone ya dominado por factores culturales bajo su triple aspecto de relación, de conocimiento, de formas de organización afectivas, así como por las exigencias y choques con lo real. No sólo los tres registros, de lo simbólico, lo imaginario y lo real intervienen ya y se encuentran en el lugar que les corresponde, sino que está en marcha su combinatoria, la cual desarrollará luego, paso a paso, una lógica imparable –que quizá no hubiéramos percibido sin la lectura que Jacques-Alain Miller nos ha proporcionado– en la perspectiva descrita por la enseñanza de Lacan durante treinta años.

“Los complejos familiares” ya conducen a una interrogación sobre el anudamiento entre los tres registros, pero también sobre el punto de capitón que el complejo de Edipo asegura de forma declinante, como lo hace la familia paternalista cuando tiende hacia la familia conyugal moderna, con la atomización que ésta comporta e implica.

Creo que el curso de Éric Laurent y de Jacques-Alain Miller, El Otro que no existe,10 se dedicó a exponer algunas de las consecuencias de este declive. Yo no lo seguí en su día, de modo que sólo puedo darles esta información. Algunos avestruces, que se instalaron en la mortal facilidad que, en el recorrido de la enseñanza de Jacques Lacan, se detiene en el Nombre del Padre, en singular, sufrieron un descalabro. No voy a desarrollarlo, pero les indico, para proponerlo a nuestra reflexión, que la suspensión decidida por Jacques Lacan de su seminario sobre Los Nombres del Padre podría prestarse a un contrasentido, o sea, a un sentido contrario a lo que yo afirmaba, con aparente inocencia, cuando decía que él no era un hombre de resentimiento ni de venganza, sino que prefería perdonarles la vida a los avestruces.

Pero el avestruz no supone simplemente una política, su reputación se debe también a su estómago. Se lo traga todo, hasta lo más indigesto.

Ustedes saben, sin duda, que el clínico Jacques Lacan fue el que no retrocedió ante la psicosis, demostrando a los psicoanalistas dignos de este nombre que su tratamiento es posible. También saben ustedes, ciertamente, que Jacques Lacan se negó a todo prejuicio sobre lo imprevisible que supone una cura analítica, como lo implicaba y lo implica todavía la noción de “psicoanálisis didáctico”, que desconoce este carácter imprevisible. En efecto, se preguntaba Jacques Lacan, ¿a qué respondería una cura que no fuese didáctica? ¿Acaso sus efectos terapéuticos no resultan de un saber nuevo? El psicoanálisis no tendría ningún sentido si no diera con este saber de aquel que pone su inconsciente a trabajar, un saber que el analista sostiene y relanza. Si fuera así, el psicoanálisis se mezclaría con lo peor, en la panoplia de las psicoterapias.

No queremos decir, a partir de estas dos incursiones, la psicosis y el saber que está en juego en todo análisis, que Jacques Lacan haga de la clínica analítica un órgano análogo al estómago de un avestruz. No, sin duda. Si se pasa por el aparato del dispositivo analítico, advierte Jacques Lacan, el resultado puede ser poco recomendable. Sitúa dos modalidades de este resultado: el cínico y el canalla. Yo no me dedico a la clínica, y si he visto producirse numerosas mutaciones subjetivas en quienes llevaban a cabo su análisis con Jacques Lacan, fue a base de encontrármelos en la rue de Lille o en el patio del número 5, donde Jacques Lacan practicaba. Por supuesto, nunca he sabido nada del secreto del despacho de analista de Jacques Lacan. Siempre he ignorado quien era admitido allí o no lo era, salvo una vez. Un día, a la hora de la comida, mi padre nos dijo que le había negado a alguien la talking cure. Era, precisó, un torturador del ejercito francés, que por entonces estaba en guerra con Vietnam.

Por el contrario, como analizante, o sea, en su seminario, Jacques Lacan nunca le cerró a nadie la puerta. Su seminario estaba abierto al público, y en ello veo para un analista la forma más simple –lo cual no significa la más confortable– de sostener su lugar en la ciudad, en su época, por tormentosa que ésta sea.

Tengo que confiarles de qué forma, la buena, sin duda, me convertí en una de las que siguieron el Seminario de Jacques Lacan. Lo confío aquí en homenaje a Jacques Lacan. Fue un compañero de estudios, en 1960, quien me habló de un descubrimiento inaudito que acababa de hacer: el seminario de un psicoanalista llamado Jacques Lacan, para él una revelación, motivo de su insistencia en citarme en el café de La Sorbonne. La extraña situación en la que por entonces me encontraba se debía a que, en aquella fecha, yo no llevaba todavía el apellido de mi padre, sino el del primer marido de mi madre, Georges Bataille. Así fue como le pregunté a Jacques Lacan si yo también podía asistir al seminario en Sainte Anne, su seminario sobre La Transferencia, el mismo que evoqué al principio. Jacques Lacan no puso ninguna objeción. Cuando lo pienso, esta acogida estaba lejos de ser evidente: exigía un tacto seguro, desprovisto de cualquier signo de inquietud, marcado, al contrario, por una alegría gozosa y temperada, además de curiosa.

Esta confidencia sólo tiene interés si trasciende la anécdota. A mi modo de ver, transmite la amplitud de lo que Jacques Lacan, a lo largo de su vida, supo asumir, a saber, una presencia, un lugar permanente al cual dirigirse, una disponibilidad sin igual para cualquiera.

Todavía hoy, algunos dicen, hablando de Jacques Lacan, “lo echamos de menos”. Es verdad. Sostenía el lugar de aquél junto a quien cada uno sabía que, en los peores momentos, podía encontrar el último recurso, para él mismo o para alguien que le era querido. Jacques Lacan estaba allí, incluso cuando ellos, fuesen quienes fuesen, no se dirigieran a él ni le enviaran a nadie. Con una presencia plena, inquebrantable, sin desfallecer, él estaba allí, y todos sabían que el estar ahí de Jacques Lacan significaba que no abandonaría, que no era posible ninguna clase de abandono.

La expresión “hacerse cargo” es inadecuada para caracterizar aquella presencia: no implicaba de ningún modo la eliminación del peso del sufrimiento que estaba en juego, sino su tratamiento posible, por el hecho de que había otro que aceptaba enfrentarse a lo imposible de soportar.

Jacques Lacan, clínico sin igual, clínico del caso por caso, da cuenta de lo que este caso por caso le enseña a él y descalabra a todos aquellos que sólo se llaman freudianos para esquivar a Freud más fácilmente y traicionarlo. Tengo que dirigirme un momento a quienes pertenecen a este conjunto: la IPA de aquella época, tal como aparece en el texto que forma parte del dossier de este Coloquio.

Jacques Lacan les reserva un tratamiento muy particular. Dice con franqueza, retomando la expresión de Voltaire “Aplastemos a la infame”,11 o sea, la impostura de una ortodoxia que no sólo va de la mano de una Iglesia sin fe, sino también de un ejército sin patria. Creo que es una extraña forma de acoger a aquellos, de cuya presencia me felicitaba al abrir este Coloquio, la de ponerles este texto en la nariz.

Con ellos aquí presentes, ¿podré sostener de todas formas que Jacques Lacan descompone, hasta separar cada uno de sus elementos, el veneno de la cocina de la IPA, sin abandonar la tarea que ésta le imponía, sin venganza, como un hombre de las Luces? Si Jacques Lacan, en 1958,12 creía que podía plantar su olla en la cocina de la IPA a partir de su retorno a Freud, condición sine qua non de la ética, tenía una extraña forma de presentar su esperanza. Hombre de las Luces, Jacques Lacan, abre una vía para escapar de la esterilización de la invención freudiana, para huir de la ortodoxia que es antitética al psicoanálisis mismo. Éste sólo es tal si se reinventa, decía él, en el uno por uno de cada cura, y ya no está presente cuando se impone la uniformidad que, cultivando el yo mediante el único instrumento disponible, la sugestión, aplasta toda posibilidad de que el sujeto emerja.

De lo que habla Lacan, en 1958, es de la clínica autoritaria. Con ello apunta a la Egopsychology. Creo que los psicoanalistas de la IPA que acudirán a este Coloquio estarán de acuerdo conmigo en decir que esa Egopsychology ya no es la corriente dominante y que, hoy en día, ya ha durado todo lo que tenía que durar.

Jacques Lacan les pide a sus alumnos: “Hagan como yo, no me imiten”.13 Hoy, en este Coloquio intervienen psicoanalistas de la IPA. Mis colegas de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, y yo misma, no imitamos a Lacan: hacemos como él, tanto aquí y ahora, como en Roma y en Buenos Aires, en los Coloquios Jacques Lacan que ya han tenido lugar. Los de la IPA no pueden ser ortopedistas, aunque sólo sea por el hecho de que tienen una curiosidad, un interés, preguntas y, por lo tanto, una transferencia con el psicoanálisis verdadero, el que puede reinventarse, que es como Jacques Lacan lo definió.

Sea este Coloquio nuestro kairós común, ocasión que no pueden perder los miembros de la IPA para hablar de su relación con la causa analítica, y en cuanto a los miembros de la AMP, una ocasión para no caer en la ortodoxia, mortal para el psicoanálisis y para su ética, estoy convencida de ello. Hago votos porque yo misma y los miembros de la AMP hagamos como Jacques Lacan y no lo imitemos: sigo pensando que ningún analista puede sostener su lugar durmiendo a pierna suelta para no oír y cerrando los ojos para no ver. Hoy en día, el tiempo de la Egopsychology ya se acabó. En la IPA actual, el fénix Lacan puede renacer de sus cenizas. A los alumnos de Lacan les corresponde obrar de forma tal que no se pierda la ocasión de una nueva transferencia de trabajo, común al conjunto del movimiento psicoanalítico.

Agradezco a todos que han venido a informarse pero también a transmitir la llama que esta transferencia de trabajo cultiva y anima, suscitando así la causa analítica, porque Jacques Lacan la sostuvo sin cesar.

A todos nosotros, pues, nos corresponde hacer como él sin imitarle.

Gracias.

1 Lacan, J., “Obertura de esta recopilación”, Escritos 1, Madrid, Biblioteca Nueva, 2013, pág. 22.

2 Sthendal, Del amor, Madrid, Alianza Editorial, 1998.

3 Platon, “Banquete”, Diálogos III, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos, 1986.

4 Lacan, J., El Seminario, libro 8: La Transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2003, cap. III.

5 A primeros de septiembre de 1958, Judith Miller acompañó a Jacques Lacan a Barcelona donde este último participó en el IV Congreso Internacional de Psicoterapia, celebrado en esta ciudad.

6 Lacan, J., Autres écrits, Paris, Seuil, 2001. Edición española: Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012.

7 Lacan, J., “Los complejos familiares en la formación del individuo”, Otros escritos, op. cit., págs. 33-96.

8 Pedagogía de la pediatra húngara Emmi Piekler (1902-1984) quien en 1946 asumió la dirección de un orfanato o casa-cuna en la calle Lóczy de Budapest, donde muchos niños estaban afectados de hospitalismo.

9 Lacan, J., “Los complejos familiares en la formación del individuo”, op. cit., pág. 39.

10 Miller, J.-A., El Otro que no existe y sus comités de ética, Seminario en colaboración con Éric Laurent, Buenos Aires, Paidós, 2005.

11 En francés, “Écrasons l’infame”. Voltaire utiliza esta expresión en una carta el 19.12.1776, en referencia a la religión.

12 El 3 de septiembre de 1958, Lacan dio en el paraninfo de la Universidad de Barcelona una ponencia titulada El psicoanálisis verdadero y falso, en el marco del IV Congreso Internacional de Psicoterapia, antes citado (ver nota 5). Este texto, inédito en español hasta entonces –aunque justo incluido en los Autres écrits unos meses antes–, fue publicado con motivo del Coloquio en un pequeño opúsculo que se entregó a los asistentes, y cuya portada, obra del artista catalán Josep Guinovart (1927-2007), reproducimos al principio.

13 Lacan, J., “La tercera”, Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, pág. 81.

* Conferencia inaugural del Coloquio Jacques Lacan (1901-2001) en el Instituto Francés de Barcelona los días 9 y 10 de noviembre de 2001. Publicada originalmente en el volumen Coloquio Jacques Lacan (1901-2001). Textos reunidos por la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis del Campo Freudiano. España, Barcelona, Paidós-Campo Freudiano, 2002. La traducción es de Enric Berenguer. En la presente edición, publicamos solo la conferencia, sin el debate, actualizando algunas de las referencias del texto según la traducción establecida en los Otros escritos. También hemos añadido las notas. Conferencia publicada con la amable autorización de Eve Miller-Rose.