Texto de Antonio Di Ciaccia

En la presentación del tema del X Congreso de la AMP que tendrá lugar en Río de Janeiro en 2016, Jacques-Alain Miller no pone aparentemente el acento en la transferencia.*1 Digo aparentemente porque toda su intervención implica la siguiente cuestión: ¿Cómo analizar cuando el inconsciente de Freud es sustituido por el parlêtre de Lacan? Cito a Miller: “Analizar al parlêtre ya no es lo mismo que analizar el inconsciente en el sentido de Freud, ni siquiera el inconsciente estructurado como un lenguaje. Diría, incluso: apostemos porque analizar al parlêtre es lo que ya hacemos, y que tenemos pendiente saber decirlo”.

En la presentación de J.-A. Miller, el término transferencia aparece sólo en una referencia rápida, que le concierne directamente como el que opera a fin de que continúe la transferencia de trabajo que caracteriza a nuestra Escuela Una, cuyos hitos son los congresos. Pero, ¿se trata sólo de trabajo en esta transferencia? Me vienen a la mente las últimas frases de Lacan, cuando propuso que le siguieran aquellos que aún lo aman,2 el amor es central en la transferencia, y quizás sólo en la transferencia el amor es real, al menos en el sentido de que el amor oculta allí exactamente su papel: el de venir al lugar de la relación sexual que no hay.

Pero, ¿cómo manejar un elemento tan incandescente? Sobre todo cuando no es verdad, en efecto, que el amor de transferencia tenga un sentido único, es decir, del analizante al analista –Breuer al principio y Jung durante décadas han ilustrado que el analista cae en la red fantasmática, más o menos inconsciente, del analizante, no en menor medida de cuanto el analizante pueda quedar preso en la red del amor de transferencia respecto a la función del analista–.

Sabemos que Freud, al descubrir la transferencia y el amor que comportaba, intentó atrincherarse en aquel positivismo científico que lo habría protegido… ¿De qué? ¿De quién? Fue suficiente una frase de la joven Dora para que él fuera despedido como un criado inepto. Por lo que concierne a Lacan, podemos decir sin ninguna sombra de duda que fue un verdadero genio en el arte de la transferencia. Incluso sabemos que no retrocedía ante nada y que supo afrontar la cuestión del amor como pocos saben hacerlo. Y, diría, que en cierto modo supo afrontarla también para nosotros.

Conocemos su solución, aquella clásica: la transferencia es en sí amor, pero si no se quiere caer en las manifestaciones que están en su apogeo en cualquier infatuación del color que sea –romántica, tierna, sexual, pasional– es necesario que el hilo transferencial se sostenga sólidamente en una bisagra que permita la operación analítica contra la estasis y la inercia propias del discurso amoroso, al menos cuando se cree poder ocultar suficientemente, o de manera directa se cree poder suprimir, el hecho de que no hay relación sexual. Lacan llama a esta solución el sujeto supuesto saber. Mediante esta solución el amor de transferencia cede el paso al trabajo de transferencia. Y gracias a esta solución, nosotros mismos hemos atravesado –y hemos hecho atravesar a aquellos que nos confían su palabra–, sin demasiados daños, las olas del río, en la barquita del sujeto supuesto saber.

Sin renunciar de hecho al sujeto supuesto saber, la transferencia en el siglo XXI requiere que se tenga a disposición otra barquita para atravesar el río también aguas abajo, es decir –para retomar el ejemplo de Freud3– allá donde el Adigio casi completa su anillo en torno a la ciudad de Verona. ¿Qué nombre dar a esta otra barquita?

J.-A. Miller había comentado al margen de un párrafo de Televisión que la función del analista se resumía en la fórmula: “El objeto a encarnado”.4 A mi parecer, es el nombre de la otra barquita.

De esta fórmula, con frecuencia se pone el acento en el objeto a, del que se dice que el analista en su función hace semblante –término ya de uso, pero para el que Lacan inventó un uso inédito, si bien para nosotros los italianos pueda tener resonancias que se declinan desde el “como si” al “aparentar” (que sería la traducción corriente de faire semblant).

Si se sigue a J.-A. Miller en su intervención, me parece que puede decirse que es necesario en cambio acentuar el otro término: encarnación. Este término excluye cualquier posible engaño. En el rápido examen que hace, a partir de Descartes, se detiene en el término husserliano de Leib que, diferenciándose de Körper, es decir, del cuerpo físico, nos da aquel cuerpo humano viviente que Merleau-Ponty llama chair, carne. Término que Lacan retomará cuando evoque la carne que lleva la impronta del signo.

Nota al margen. Omito aquí el hecho de que, en mi opinión, no es casual que Lacan no recurra a las resonancias específicamente teológicas de esta temática. Pero no podemos pasar sin decir nada respecto al hecho de que el término Einverleibung, incorporación, o mejor aún, encarnación, sea un término propiamente freudiano utilizado para ilustrar aquel mecanismo fundamental en la constitución del sujeto humano que Freud llamó identificación, aunque ya se aprecien en el texto freudiano los deslizamientos que servirán a la deriva de los estadios a la Abraham.5

De todos modos, el misterio de la unión del alma y el cuerpo según Descartes, levanta el vuelo hacia el misterio de la unión de la palabra y el cuerpo de Lacan. De aquí el término parlêtre, neologismo adecuado para decir esta misteriosa unión. Sin embargo, el psicoanalista debe saber que, al atravesar con su analizante el río con su nueva barquita hacia la otra orilla, deberá arreglárselas con olas aún más impetuosas y tumultuosas porque el amor de transferencia –a veces en su versión de odio– vendrá más fácilmente a agitar las aguas, sin contar ya con el cobijo del pacificador sujeto supuesto saber.

Sería en todo caso oportuno que el analista no la pifie:* si bien se presta a revestir la función de sujeto supuesto saber, sabe sin embargo que no lo es; por lo que concierne al hecho de encarnar el objeto a, no ha de hacer más que realizarlo, es decir, hacerlo “real”.

Un psicoanalista se ocupará de que el analizante pueda cruzar el río de manera que el parlêtre, el cuerpo hablante, sea acorde con sus dos goces: el goce de la palabra, que preside la instauración pero también la castración del escabel –scabeaustration, escabellostración,6 como dice con gracia Lacan– y el goce del cuerpo, el que sustenta el sinthome.

Pequeña nota final: ¿no les parece que todo esto extiende la problemática de los goces de las fórmulas de la sexuación? ¿No podríamos quizás releerlas y retomarlas con los nombres de “goce de la palabra” y “goce del cuerpo”?

He aquí lo que ha sido para mí la intervención de Jacques-Alain Miller: un maravilloso rayo de luz sobre el último Lacan, tanto más necesario en la medida en que Lacan fue cuando menos parco en indicaciones sobre la práctica de sus últimos años de vida.

Antonio di Ciaccia. AME, SLP. Psicoanalista en Roma.

antoniodiciacciastudio@gmail.com

 

1* Intervención en el Dibattito preparatorio Convegno SLP Ravenna 2015. Traducción del italiano de Margarita Álvarez.

Miller, J.-A., “El inconsciente y el cuerpo hablante”, Scilicet. El cuerpo hablante. Sobre el inconsciente en el siglo XXI, Buenos Aires, Grama, 2016, pág. 28.

2 Lacan, J., “Primera carta al Foro”, 26 de enero de 1981, disponible en la web de la AMP.

3 Freud, S., “A propósito de un caso de neurosis obsesiva”, Obras Completas, vol. X, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984, págs. 207-20, nota 7.

4 J.-A. Miller en Lacan, J., “Televisión”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pág. 545.

5 Freud, S., “Massenpsychologie und Ich-Analyse”, Gesammelte Werke, XIII, S. Fischer Verlag, Frankfurt am Main, 1972, pág. 116 (“Psicología de las masas y análisis del yo”, Obras Completas, vol. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984, pág. 99, nota 2).

6 Lacan, J., “Joyce le Symptôme”, Autres écrits, Paris, Seuil, 2001, pág. 567. Edición en español: “Joyce el síntoma”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pág. 593.

* NdT: En italiano, que el analista “non prenda fischi per fieschi”, quiere decir literalmente que “no tome silbidos por frascos”.