Texto de Vilma Coccoz

Llegó Sancho a su amo marchito y desmayado, tanto, que no podía arrear a su jumento…
Ahora acabo de creer, Sancho bueno, que aquel castillo o venta es encantado, sin duda; porque aquellos que tan atrozmente tomaron pasatiempo contigo ¿qué podían ser sino fantasmas y gentes de otro mundo?…
…Lo que sería mejor y más acertado, según mi poco entendimiento, añadió Sancho, fuera el volvernos a nuestro lugar (…) dejándonos de andar de ceca en meca y de zoca en colodra, como dicen.
¡Qué poco sabes, Sancho, respondió Don Quijote, de achaque de caballería! Calla y ten paciencia; que día vendrá donde veas por tu vista de ojos cuán honrosa cosa es andar en este ejercicio.
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, parte III, cap. XVIII.

Quizás fuera este pasaje el que inspiró a Judith Miller cuando me nombró Sancho-Vilma en su comentario a la presentación de un caso de autismo. En ese texto ella alertaba también acerca del drama subjetivo padecido por cada niño cuando no recibe sino respuestas mortíferas a sus preguntas sobre los enigmas de la vida, de su vida: los soliloquios, las holofrases, los manierismos del niño autista, decía, testimonian que es, como todo niño, un sujeto de pleno derecho. Al no encontrar sino caprichos que amenazan su existencia, él se defiende al precio de un gran sufrimiento, precisamente por atrapar todos los matices y por ser particularmente sensible a cada entonación, sea imperativa, injuriosa o receptiva.

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