Texto de Daniel Roy

Ellos [los autistas] no logran escuchar lo que ustedes tienen que decirles, en tanto que ustedes se ocupan de ellos. […] Es lo que hace que no los escuchemos. El caso es que no les escuchan. Pero, finalmente, sin duda hay algo que decirles.

Jacques Lacan, Conferencia en Ginebra sobre el síntoma.1

  1. ¿De qué se trata cuando nos ocupamos de alguien, de un niño, por ejemplo?* En principio, es un modo de presencia entre dos cuerpos, donde uno tiene la iniciativa en relación al otro. Esta iniciativa hace existir para aquél del que nos ocupamos un deseo enigmático: ¿qué me quiere éste que se ocupa de mí? Este enigma circula por los canales de la demanda, donde se despliega el malentendido de la palabra. A este malentendido no le faltan recursos: podemos pedir al otro un objeto de sí mismo que situamos en él; podemos suponer que el otro pide un objeto de sí mismo para sacar provecho de él; pedimos que el otro dé o que se niegue a dar. Lacan nos enseñó que el objeto en cuestión se pierde en la demanda, que se vuelve por ello más interesante y resurge allí donde no se lo espera: objeto que causa el deseo. La transferencia es lo que anuda el malentendido de la palabra y el objeto del deseo.
  2. El niño autista tiene muchas dificultades para dar su consentimiento a la iniciativa del otro, él no pasa por los malentendidos de la demanda. Esos canales están cerrados. ¿Por qué? Si partimos de la perspectiva del “cuidado”, no podemos saberlo. En efecto, si nos ocupamos de él, estamos ocupados con él, nuestro cuerpo, nuestra presencia se orientan con su presencia. Entonces, los canales de la demanda se transforman en lanza-proyectiles peligrosos –los significantes–, y en instrumentos de predación que buscan tomar posesión de los objetos de su cuerpo: el sonido de nuestra voz, el trayecto de nuestra mirada, pero también la mano que se adelanta, y toda intención de oferta o de intercambio, devienen amenazas “reales”.
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