Texto de Camilo Ramírez

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Lamentablemente ya no estamos en la época de las profecías a lo Malraux: “El siglo XXI será religioso o no será”, sino en la de las constataciones.* Lacan no se hacía ninguna ilusión con la idea de que los horrores cometidos por el impulso de los delirios colectivos identitarios y racistas a lo largo del siglo XX permitirían a los parlêtres obtener un saber y soñar con un horizonte pacificado para el siglo XXI. Sin hacer de Lacan el Nostradamus del psicoanálisis, sus famosas profecías sobre los nuevos fenómenos de segregación y racismo son la prueba de su sorprendente lucidez sobre el real propio del odio y la pulsión de muerte. No es pues tanto una cuestión de clarividencia como de aprehensión de la evolución del discurso de la ciencia y de sus consecuencias en el campo de la religión y de la creencia. Ahí tenemos una de las perspectivas que será explorada durante la Jornada de L’Envers de Paris en la primavera de 2017 con el título de Los nuevos rostros de la segregación.

Si desde las tesis freudianas en Massenpsychologie, odio y pulsión de muerte se desencadenan colectivamente en el momento en que se produce, a la manera de un eclipse, la conjunción entre el objeto y el Ideal compartido por la masa, podríamos esperar que el declive de las grandes figuras paternas autoritarias, incluso dictatoriales, así como el de los ideales de las grandes banderas ideológicas del siglo XXI, se acompañe justamente de una pacificación de la civilización. Nada de eso. El superyó encuentra otra forma de alimentarse y se muestra igualmente glotón. Las empresas colectivas más sombrías, las más mortales, ya no se hacen bajo la bandera de los extremismos políticos, a derecha y a izquierda, se hacen en nombre de la religión. Si los nostálgicos de los extremos siguen existiendo y aún sueñan con hacer soñar a los pueblos empobrecidos por los desperfectos del neoliberalismo con todo tipo de restauraciones, de vueltas de los años llamados “gloriosos”, vemos bien que los nuevos cementerios, los del siglo XXI, se hacen en nombre de Dios y de lo que podríamos llamar un racismo de los goces.

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