Texto de Liana Velado

El término “locura” se usa con diferentes matices: a veces para señalar situaciones imprevisibles, conductas sorprendentes, esas que se distinguen claramente de lo sensato o lo razonable, otras, para referirse a las psicosis. A través del tiempo, la locura se ha abordado desde diferentes puntos de vista: filosóficos, religiosos y médicos. En el Diccionario de la RAE, “locura” es: “Privación del juicio o del uso de la razón; acción inconsiderada o gran desacierto; fig. exaltación del ánimo producida por algún afecto u otro incentivo”.

En Lacan, el término locura excede al de psicosis aunque alguna vez los puede superponer y usarlos como sinónimos.

En Acerca de la causalidad psíquica dice: “Fórmula general de la locura es […] una estasis del ser en una identificación ideal que caracteriza a ese punto con un destino particular”.[1] La locura sería creer en el yo, creer en uno mismo. En el mismo texto, añade: “Lejos, pues, de ser la locura el hecho contingente de las fragilidades de su organismo, es la permanente virtualidad de una grieta abierta en su esencia. Y al ser del hombre no sólo no se le puede comprender sin la locura, sino que ni aún sería el ser del hombre si no llevara en sí la locura como límite de su libertad”.[2] Es la grieta en la esencia del ser hablante, la división del sujeto de la que este último no quiere saber nada.

En el Seminario 2, capítulo 19, Lacan plantea “que el sujeto acabe por creer en el yo es, como tal una locura”.[3]

En el Seminario 3 se refiere a la locura y la psicosis, como sinónimos: “Las psicosis son […] las locuras”.[4] Más adelante, retoma el término y dice: “El famoso Elogio de la locura conserva todo su valor, por identificarla al comportamiento humano normal, si bien esta última expresión no se usaba en esa época”.[5] Unas líneas más abajo cita a Pascal quien formula que “hay sin duda una locura necesaria, y que sería una locura de otro estilo no tener la locura de todos”.[6] Antes Lacan había dicho: “Autentificar todo lo que es del orden de lo imaginario en el sujeto es, hablando estrictamente, hacer del análisis la antecámara de la locura”.[7]

Más tarde, en 1967, en una conferencia a los psiquiatras en Sainte-Anne expresará: “Bueno, entonces, para explicarles las cosas simplemente, hay hombres libres y como lo dije desde siempre, porque lo escribí en el Congreso de Bonneval, los hombres libres, los verdaderos, son precisamente, los locos. No hay demanda de objeto porque él [el loco] lo tiene. […] El loco es el hombre libre”.[8]

En el Seminario 20 se referirá a la locura en relación a las mujeres, a la erotomanía y al estrago.[9] Y, un año después, en el Seminario 21, aborda la locura con la teoría de los nudos, como desanudamiento, diciendo: “Cuando a ustedes les falta uno de esos redondeles de hilo, ustedes deben volverse locos”.[10]

La locura es un fenómeno, no una estructura, que puede corresponder a cualquiera de las estructuras clínicas, neurosis, psicosis, perversión.

Sexuación y locura

La sexualidad para Lacan es del lenguaje, no hay una sexualidad predeterminada en lo biológico. Plantea el término sexuación a partir de los años setenta para abordar la problemática de la identificación sexual. La sexuación en masculino o femenino es una inscripción en función del goce, más allá de lo imaginario y lo simbólico, independientemente de la anatomía y la biología y de la inscripción simbólica del sujeto. Será una elección en función del goce fálico: se elige inscribirse en el goce fálico pero también se elige una identificación sexuada. Se sitúan así, en masculino, los sujetos que están de lleno en el goce fálico y se posicionan en femenino los sujetos que estando en el goce fálico participan de Otro goce no fálico, no decible, ilimitado, representado por el matema S(A/ ). Desde el punto de vista de la anatomía, a ambos lados pueden inscribirse tanto hombres como mujeres.

Lacan escribe las fórmulas de la sexuación en El Atolondradicho y dice: “La primera, para todo x se cumple Fi(x), lo cual puede traducirse con una V que anota valor de verdad; esto traducido al discurso analítico, cuya práctica es dar sentido, ‘quiere decir’ que todo sujeto en cuanto tal, ya que es eso lo que está en juego en este discurso, se inscribe en la función fálica para precaverse de la ausencia de relación sexual […] la segunda, se da excepcionalmente el caso, […] en que existe una x para la cual Fi(x), la función, no se cumple, es decir que al no funcionar queda excluida de hecho. Es precisamente allí donde conjugo el todos de la universal, más modificado de lo que uno imagina en el paratodo del cuantor con el ‘existe uno’ que lo cuántico le aparea, siendo patente su diferencia con lo que implica la proposición que Aristóteles llama particular. […] El ‘existe uno’ en cuestión al hacer de límite al paratodo, es lo que lo afirma o lo confirma”.[11]

Todos los hombres están representados en la ley fálica o de la castración, todos representados en lo simbólico, la norma la funda que haya una excepción (el padre de la horda mítica): habría uno fuera del grupo que sería la excepción a la norma de la castración. Esa es la premisa para que haya una norma que se cumpla para todos, que haya una excepción, según la teoría de los conjuntos de Frege. Para la otra mitad, lado mujeres, “Negar, como lo marca la barra puesta arriba del cuantor, negar que ‘existe uno’ no se hace, y menos aún que paratodo se paranotod(e)a”.[12] Del lado femenino falta una excepción, no se establece una norma universalizante para todas las mujeres. Cada mujer no está sólo sometida a la función fálica, lo está en parte, pero otra parte participa de Otro goce.

No hay el universal de La mujer en el orden simbólico. La inexistencia del significante La mujer es un agujero en lo simbólico y cuando el ser hablante se confronta a este agujero surge un goce real, goce no Uno, no fálico, goce Otro fuera del orden significante, fuera de la palabra, no nombrable por nadie. Este goce hace a una mujer Otra para sí misma. Ese goce no se dice, es sin significación y sin palabras, es ilimitado porque no está localizado en un órgano concreto y no está limitado por el principio fálico, si se pretende explicar se está de nuevo en el goce fálico que sigue siendo insuficiente para decir algo sobre él. Nada puede decirse de ese goce Otro pero sigue llamando a decir o a actuar de forma ilimitada, singular, loca.

En El Atolondradicho, Lacan señala: “No existiendo suspensión de la función fálica, todo puede decirse de ella, aún lo proveniente de la sinrazón. Pero es un todo fuera de universo, que se lee de inmediato con el cuantor como notodo, […] notodas son, y en consecuencia y por ello mismo, ninguna tampoco es toda”.[13] En Televisión, plantea: “Así el universal de lo que ellas desean es locura: todas las mujeres están locas, como se dice. Es incluso por eso por lo que no son todas, es decir, no locas-del-todo/no para nada locas [pas folles-du-tout], acomodaticias más bien; hasta el punto de que no hay límites a las concesiones que cada una hace para ‘un’ hombre: de su cuerpo, de su alma, de sus bienes”.[14] El sin-límites acerca la locura a la mujer.

Las fórmulas de la sexuación son una estructura significante que determina la relación con el partenaire, relación sintomática, formalizada por Miller como pareja-síntoma. Del lado hombre, el sujeto se dirige y hace pareja con su objeto a de goce, objeto fetiche para él. Del lado mujer, ella apunta al falo en el hombre, pero por otra parte está divida por otro modo de goce, goce Otro: por un lado, goce Uno y por otro, goce Otro. Hay algo más en el goce que la pareja obtiene de ella, que hace que ella le demande palabras que den prueba de su amor, de su falta-en-ser. La palabra de amor, las cartas de amor, el signo de amor pueden ser una suplencia a la relación sexual que no hay. No hay relación sexual porque falta el significante de La mujer en el orden simbólico, falta un término para que la escritura de la relación sexual sea posible. Cuando el ser hablante se confronta a ese agujero responde un goce real no Uno, no fálico, extraño, ilimitado, que la hace Otra para los otros y para sí misma y que el amor haría soportable, es por ello la modalidad erotomaníaca en la relación con el partenaire, y la razón del sin límites en las concesiones que puede hacerle a la espera del signo de amor o para asegurarse el mismo. Es la locura femenina, la locura de amor. El estrago en relación a la demanda de amor infinita en relación a la madre estaría en este lugar.

Otras consecuencias de la clínica de la sexuación

Además del estrago y la erotomanía, también pueden situarse como consecuencia de la sexuación y del goce femenino, que después Lacan generalizó, los celos masculinos y también los femeninos.

En los celos masculinos el hombre la quiere toda para él, quiere saber qué es eso de lo que ella goza y no comparte con él, ese goce que la vincula al Otro S(A/), ese Otro que no es otro hombre sino un goce del que nada puede decir y, aunque el hombre insista en querer saber la verdad, ella no podrá revelarla porque de eso nada sabe. Los celos en la mujer están en relación a querer ser reconocida como única por su partenaire, a veces de forma furiosa o dolorosa. Pero eso es imposible de satisfacer porque ella está divida por su goce y hace pareja con la soledad, ella es Otra, no es única.

Otro punto es si la mujer acepta ser objeto de goce del hombre y se identifica totalmente al objeto a del partenaire quedando petrificada ahí.

También podrían situarse como consecuencia de la sexuación el travestismo, o algunos travestismos, las patologías del sin-límite como la anorexia, la bulimia y las toxicomanías. En todos ellos comanda un goce sin límite. Pero la clínica del sin-límite no siempre compete a una estructura psicótica. Se ve también en las neurosis, pero en estos casos se trata de un goce más allá del Edipo, pero no sin el Edipo, al amparo fálico.

Liana Velado. AP, ELP. Psicoanalista en A Coruña.

lianavelado@gmail.com

[1] Lacan, J., “Acerca de la causalidad psíquica”, Escritos 1, México, Siglo XXI Editores, 2009, pág. 170.

[2] Ibid., pág. 172.

[3] Lacan, J., El Seminario, libro 2: El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica, Buenos Aires, Paidós, 1983, pág. 370.

[4] Lacan, J., El Seminario, libro 3: Las Psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1984, pág. 12.

[5] Ibid., págs. 29-30.

[6] Ibid., pág. 30.

[7] Ibid., pág. 27.

[8] Lacan, J., “Breve discurso a los psiquiatras”, 10 noviembre de 1967. Inédito.

[9] Lacan, J., El Seminario, libro 20: Aún, Buenos Aires, Paidós, 1978.

[10] Lacan, J., Le Séminaire, livre XXI: Les non dupes errent, clase del 11 de diciembre de 1973. Inédito.

[11] Lacan, J., “El Atolondradicho”, Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, págs. 482-3.

[12] Ibid., pág. 489.

[13] Ibid., pág. 490.

[14] Lacan, J., “Televisión”, Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pág. 566.