Texto de Rosa López

El destino tiene una lógica que vamos forjando no tanto con lo que nos antecede como con lo que encontramos por delante, por eso es fundamental estar bien despierto para atrapar al vuelo las oportunidades que nos salen al paso. Marta Davidovich supuso para mí, y me consta que para otros muchos, una de esas oportunidades afortunadas que cambian el rumbo de una vida.

Corría la década de los ochenta en Madrid cuando en la Facultad de Psicología pudimos escuchar por primera vez un discurso diferente al de la manipulación de las ratas en el laboratorio. Las pocas conferencias que impartió Marta abrieron un nuevo horizonte en ese desierto de la subjetividad que dominaba la Psicología en España. Un horizonte en el que ya no éramos deducibles mediante el estudio del comportamiento de las ratas porque, en su punto de partida, establecía una frontera nítida entre la vida animal y la existencia del ser hablante. Desafortunadamente, solo una minoría de los estudiantes presentes supimos encontrar en este nuevo enfoque la orientación que nos faltaba.

En mi caso, estaba a punto de conseguir la licenciatura en una disciplina que me resultaba absolutamente ajena y de la que pensaba desembarazarme. Cinco años escuchando palabras que no me decían nada. Por contra, lo que transmitía Marta Davidovich me incumbía de un modo inapelable y aunque no acababa de entender este nuevo discurso, intuía que allí encontraría una explicación no solo sobre la causa de mis síntomas sino, fundamentalmente, sobre el enigma de la locura familiar.

A través de Marta volví a encontrarme con la psicosis, pero ahora desde otro lugar, y lo que hasta ese momento constituía un agujero insondable se convirtió en la causa de un deseo de saber, porque solo por medio del saber del inconsciente podemos evitar la repetición que nos envía a un destino fatal. Con su particular forma de ser, Marta, conseguía restar dramatismo a nuestros fantasmas más temidos y, entonces, la clínica se convertía en una actividad apasionante.

Pero aquí no acababa su función pues, al tiempo que cumplía con el trabajo de formación, nos ofrecía un lugar en el mundo, de modo que una nueva familia se iba construyendo alrededor de ella. Su casa era una suerte de refugio que nos acogía en nuestras diversas orfandades. Allí hablábamos de psicoanálisis y festejábamos la vida.

Después nos fuimos haciendo mayores en los mismos lugares, compartiendo proyectos, coordinaciones y responsabilidades en el Campo freudiano. He tenido la fortuna de trabajar estrechamente con Marta en la causa común del psicoanálisis. Todos lo que la conocimos sabemos que era incansable y que siempre encontraba la manera de llegar al nivel del pacto y de no enredarse en las derivas imaginarias.

Como dije antes, Marta no era proclive al drama y llevó su enfermedad con una discreción digna de admiración. Nos quedan sus palabras, el recuerdo de su persona y el agradecimiento por la función que llegó a cumplir en algunas vidas.

Rosa María López. AME, ELP. Psicoanalista en Madrid.

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