Texto de Araceli Teixidó

“El verbo no vale sino ante la mirada de la muerte”

Jacques Lacan, El acto psicoanalítico

Es un deseo humano mejorar la condición del hombre,[1] reducir el sufrimiento de su existencia.[2]

El poder que parece dar la ciencia ha orientado a los humanos, no ya a reducir el sufrimiento, eso que no cuadra dolorosamente, si no a hacer desaparecer el lugar donde eso no cuadra. El interés radica en perfeccionar al hombre eliminando esa falla que no se considera constitutiva sino accidental. Parece que se considera al hombre como a un ser contingentemente imperfecto pero que en esencia debe ser perfecto y a ese fin se consagran la medicina científico-tecnológica y la psicología cognitiva.[3]

Si es sufrimiento, se trata del cuerpo, pero ¿de qué cuerpo?

Desde esa perspectiva, el cuerpo se identifica a lo biológico que es su sustrato. Se trata de un cuerpo del que se espera una respuesta natural, del que se espera adaptación instintiva. Por ello se intenta eliminar todo lo que de extraño y misterioso[4] pueda tener tratándolo como una anomalía. Igualmente, se reduce el funcionamiento del cuerpo al ordenado por un computador central, el cerebro. Según esta perspectiva, el cuerpo responde, o debería responder, al funcionamiento que describen los avances actuales en computación o en robótica.

Después de que en el siglo XVII, Descartes formalizara una extensión que no correspondía a la verdadera esencia del hombre, a principios del siglo XIX algunos neurólogos[5] y psicólogos pusieron las bases de la ideología cognitivo- comportamental que intenta uniformizar al hombre a partir de la negación de lo único, de la patologización de lo único, de lo que hace la diferencia. Según esta ideología de poder, el cuerpo se podría manejar a voluntad. En nuestra época, siendo el cuerpo el centro de interés se evitan sus paradojas.

En el límite, se trata de un cuerpo que, por percibirse como disfuncional y por las necesidades que impone al sujeto que realiza, tiende a querer ser eliminado. Por eso hoy en día hay, entre algunos, el deseo de aspirar a una vida sin cuerpo,[6] paradoja que remite a cierto ideal religioso.

Es un cuerpo que debería funcionar según una programación, un cuerpo que se puede remitir a un universal, que es para todos, sin diferencias esenciales.

El cuerpo concebido por el Psicoanálisis

El cuerpo que concibe el psicoanálisis es otro, tocado por el lenguaje. No es del todo “natural”. La concepción del cuerpo del psicoanálisis recoge su inexacta adaptación a la ley natural. Decimos que el lenguaje desnaturaliza el cuerpo.

El ser hablante lleva en el cuerpo el resto de la operación significante que es. Al nacer a la vida, encuentra palabras que se le dedican y deja de ser un organismo sujeto a necesidades para pasar al registro del deseo que humaniza.[7] Se trata de una operación siempre fallida de resultas de la cual el cuerpo hablante queda en mal lugar.[8]

El ser hablante experimenta ese resto, la pulsión, como un exceso o como una falta, como aquello que no cuadra en la experiencia del cuerpo. Zona de silencio en que no se encuentran palabras sino de la que surgen síntomas o desde donde son posibles el acting-out y el pasaje al acto, pero también el amor, la transferencia y el acto. El psicoanálisis se podría definir a partir del descubrimiento de que ese resto se vincula a la palabra y la anima y que, en la misma operación, la pulsión toma mejor forma.

El cuerpo hablado, cuerpo hablante, queda desprovisto de orientación instintiva y por eso la sexualidad es tan complicada para el humano. Radicalmente: no hay norma dictada por el instinto, hay que apañarse.[9],[10]

El instinto guía al animal. La pulsión empuja al hombre. El instinto lleva consigo las instrucciones de funcionamiento del cuerpo, de la vida: indica qué, cuándo y cómo comer o cómo aparearse. En cambio, no existe para la pulsión un objeto natural o prefijado de satisfacción y por eso el hombre queda abandonado a su suerte y se ve obligado a decidir.

Cuerpo desordenado por el lenguaje, empujado por la pulsión, orientado por un deseo. El resto depositado por el lenguaje dará lugar a un sujeto que se experimentará como objeto del deseo de alguien no anónimo en el mejor caso o, en el peor, como objeto del goce de otro –por ser todo o por ser nada.

Al pensar en un cuerpo atravesado por el lenguaje, no es posible su olvido. Entonces, se pone el cuerpo en primer plano para poder encontrar los modos posibles de estar con él. Se trata de un cuerpo susceptible de deseo. Cada hombre deberá hacerlo a su medida, y cada hombre lo hace con más o menos fortuna. Para eso está obligado a pasar por un deseo que desconoce porque es el suyo pero también es del Otro.

En consecuencia, al pensar el cuerpo, el psicoanálisis da preeminencia a lo no universalizable, a lo más singular, lo que hace la diferencia. Con el cuerpo, con la vida, siempre se tiene que encontrar una solución particular, única. No hay universales en este ámbito.

Las elecciones y el “factor humano”

Si el ser humano queda sin instinto, entonces está obligado a “elegir” de qué modo vivir, eso es, de qué modo vivir la pulsión. Al mismo tiempo, la pulsión es lo que dificulta el ámbito de las elecciones humanas en general, porque aunque la razón puede orientar según el ideal, la pulsión desbarata toda intención.

Por eso, el hombre puede elegir contra sí mismo y a pesar de los mejores consejos que reciba. El lapsus y el acto fallido son señales de la incidencia de la pulsión.

Una filósofa y psicoanalista francesa, Clotilde Léguil, señala que cuando se habla del “factor humano” siempre se toma como un “error”.[11] El planteamiento siguiente debe ser la minimización de lo humano necesariamente, incluso la tendencia a su desaparición.[12] Hoy en día se idean robots de compañía, drones, vehículos sin conductor. Perfectamente limpios del error humano. Siniestros por su perfecta inhumanidad.

Se trata de eliminar el síntoma, el vínculo[13] y el lugar donde se alojan.

Gran parte de las propuestas que plantea la biotecnología y la psicología cognitiva se dirigen a reducir la necesidad de decidir, a reducir el impacto del azar y también a reducir el efecto de una mala elección, aquella que se considera errónea. Para ellos, la enfermedad mental es debida a un error del sujeto enfermo que aplica esquemas cognitivos erróneos. Estos psicólogos están convencidos de poseer los esquemas correctos y los enseñan al sujeto enfermo, le persuaden de la buena manera de pensar, la de ellos. Su idea de bien, su idea de moral, su objetiva verdad, su normalidad. Se considera que la diferencia es un error. Y, dado que la pulsión es la que descuadra todas las cuentas, su supresión se lleva a cabo omitiendo su existencia en toda contabilidad de la acción humana.[14]

La elección, como el síntoma, se considera un peligro y debe ser erradicada. Los modelos a seguir son la naturaleza animal, instintiva, sabia, ordenada y los programas informáticos que producen menos errores que los humanos.

Por otra parte, suprimir la diferencia esencial, no tener en cuenta las marcas singulares, lleva a la ilusión de creer que todo es posible, que existen tantas posibilidades como se pueda imaginar y al mismo tiempo que son universalizables. Por ello, cada nuevo acontecimiento será integrado en la escala universal obligando a un inútil y enorme esfuerzo. Véase la infinitización diagnóstica del DSM; véase la multiplicación de medidas de seguridad a cada nuevo atentado terrorista singular.

El cuerpo aumentado, sin pérdida

Hoy el cuerpo se puede “aumentar”, dicen, y hay ingenios maravillosos para ello. Pero al mismo tiempo –no siguiéndose necesariamente una cosa de la otra– la castración se rechaza.[15] Ese rechazo produce efectos, tanto más estragantes cuanto más se elide la pérdida.[16]

La medicina actual se rige por algo que cree ser una mirada absoluta, que daría la verdad del asunto.[17],[18] Sin embargo, tanto crece esta claridad, tanto mayor es la zona oscura. Tanto más abarca la mirada, tanto menos el humano es capaz de verse él mismo en la escena que organiza.[19]

Además si las ciencias de hoy intentan reducir el ámbito de la elección, forzando unas respuestas que se consideran correctas, por otro lado, plantean que se puede tomar todo y prescindir de una elección o bien elegir sin límite alguno.

Tanto más se insiste en el “sin límite” de las posibilidades, más se acelera nuestra sociedad y tanto más aparecen grandes malestares que constituyen frenos y trabas al progreso esperado. Angustia, burn-out, extrema dificultad en los lazos personales, violencia en las consultas médicas, no son más –ni menos– que el retorno en lo real de la negación de la diferencia que cada uno soporta. Negación del goce y del síntoma. Negación de la transferencia y elisión del acto.

Tanto más se pretende construir universales sin resto, tanto más se convoca al pasaje al acto.[20] Se convoca al “factor humano” en su peor faz.

El humano, un ser imperfecto, ¿disminuido?

Por tanto, “ser humano” es tratado como un síntoma médico y consecuentemente se considera como un problema a eliminar.[21] ¿Nos conviene este planteamiento?

Ser humano quiere decir estar afectado por el lenguaje y de ahí, depender del inconsciente y de la pulsión. Ser humano quiere decir estar sujeto a limitaciones para realizar todo aquello que se es capaz de imaginar. Al mismo tiempo ser humano es ser capaz de imaginar otra cosa. Se considera, a veces, que el animal es más libre, pero lo es menos porque él no puede imaginar otra cosa.

Creo que hay que repensar la libertad, que no tiene que ver con tener todo sin pagar, si no con poder elegir lo que se desea y asumir las consecuencias, pagar el precio. Pagar, especialmente, para poder saber algo de la zona donde nada cuadra y obtener de ello una orientación. Para eso sirve un psicoanálisis llevado hasta el final.

La zona donde nada cuadra

Ese lugar de pérdida constituye un obstáculo, pero al mismo tiempo es el motor de la vida.

Porque donde todo cuadra no hay deseo, elección, ni síntoma, ni amor. De ese lugar de pérdida surgen dios y el diablo, el amor, el odio, la poesía, la curiosidad científica y la búsqueda que conduce a las matemáticas. De esa imperfección surge el deseo de ser mejores y mejorar a los otros. Nuestro mejor síntoma, lo que más nos hace sufrir, la forma que ese empuje tomó privilegiadamente para cada uno, sale de ahí.

Eso que nos hace imperfectos y por ello humanos, es lo mismo que nos permite alcanzar lo mejor y lo peor de cada uno, sin eso, el hombre quedaría reducido a ser un robot. Y ¿qué interés tendría para un robot el sexo? ¿Para qué querría ser amado? ¿Qué empuje haría surgir de su mano un poema?

No hay norma, es decir, no hay última palabra, para la sexualidad humana. Que haya un empuje no prefigura su destino, su forma, ni su experiencia. No hay partenaire natural, ni manera natural de sentir o desear. Ni la biología, ni la computación pueden dar la clave del deseo sexual y las formas que va a adoptar.

Solo habrá acto.

Y el acto no cuadra las cuentas sino con quien lo sostiene.

Lo apasionante del humano es su capacidad de escapar a la programación. De decidir algo que nadie ha decidido antes y cambiarse a uno mismo y, a veces, cambiar el mundo. Sin azar y sin elecciones no hay encuentros posibles, no hay los malos, pero tampoco los buenos.

El mejor hombre no es el más virtuoso sino el que puede apañarse con sus defectos y orientarse a partir de ellos.

Pascal planteó su apuesta en una noche de angustia.

Cuando César cruzó el Rubicón, cuando decidió transgredir y cruzar la línea prohibida, creó un nuevo orden. Para llegar a esa decisión atravesó una noche de angustia. Fue un acto, es decir, la superación de un límite que no se mide por criterios de realidad.[22]

Quizá hoy su médico les habría dado un ansiolítico, suprimiendo el empuje de la zona donde nada cuadra.

Queremos reducir el sufrimiento, hay que intentar eliminar el sufrimiento, pero no de cualquier modo. No conviene que sea tocando la zona de donde este surge. Conviene escuchar el malestar, amasarlo con palabras y silencio, darle una forma mejor. Conviene que el malestar tenga interlocutores, imperfectos de la buena manera.

Me parece que es esto a lo que contribuye un psicoanálisis, a conseguir cierta disposición de la zona donde nada cuadra que queda libre para el acto. Operación para la que sin estar demasiado atentos, conviene estar siempre preparado si de psicoanálisis se trata. No se trata de una exigencia, sólo de dejar que pase. La apuesta es saberlo decir.

Acto que sólo surge del cuerpo hablante. Sin cuerpo, sin ese imperfecto cuerpo, el acto no es posible. Decirlo, tampoco.

 

 

Araceli Teixidó. AP, ELP. Psicoanalista en Barcelona.

araceliteixido@comb.cat

[1] Un resumen de este trabajo fue presentado en la mesa: “Contra la perfección” del 8ème. Colloque Médecine & Psychanalyse Les limites de l’homme: L’homme réparé, l’homme augmenté, l’intelligence artificielle. Espérances et désespérances en septiembre de 2016.

[2] Rita Levi-Montalcini publicó su biografía con este mismo título Elogio de la imperfección. En Barcelona, fue editado por Tusquets en 1999.

[3] Empecé a gestar este trabajo a partir de la visita a la exposición del CCCB, + Humans y algunas mesas redondas de esa convocatoria a las que asistí. Después leí el libro de Lierni Irizar, El cuerpo, extraño para el que fui invitada a la presentación. En este texto dedica un apartado al cuerpo aumentado, los cyborgs y el transhumanismo. Gran parte del trabajo que desarrollo aquí se inició en la conferencia dictada en ocasión de esa presentación en: https://www.youtube.com/watch?v=6iNVcvoIkZc Finalmente, la invitación a participar en el 8ème. Colloque Médecine & Psychanalyse, precipitó su escritura.

[4] Miller, J.-A., “El inconsciente y el cuerpo hablante”, en Briole, G., Lo real puesto al día, en el siglo XXI, Buenos Aires, Grama, 2014, págs. 317- 332.

[5] Babinski, J. & Froment, J., Hystérie-pithiatisme & troubles nerveux d’ordre reflexe, Paris, Masson et Cie. Éditeurs, 1918.

[6] Me refiero a los transhumanistas. Lierni Irizar escribió sobre ello en el capítulo “Rechazo y obsolescencia del cuerpo” de su libro El cuerpo, extraño, Bilbao, Beta III Milenio, 2016 págs. 46-61.

[7] Ibíd., págs. 76-84.

[8] Diría que una afirmación a explorar en esta vía es la de Lacan: “No hay elección entre la marca y el ser” en El Seminario, libro 15, El acto analítico, lección del 10 de enero de 1968. Inédito.

[9] Irizar, L., El cuerpo, extraño, op. cit, págs. 98-102.

[10] J. Caretti y otros, Elecciones del sexo. De la norma a la invención, Madrid, Gredos, 2015.

[11] Léguil, C., “La tecnificación de la ética”, Le nouvel Âne, nº 8, febrero 2008.

[12] Irizar, K., El cuerpo, extraño, op. cit., págs. 28-32.

[13] Tizio, H., La función del síntoma, Editorial Universidad de Granada, 2015.

[14] Lacan, J., “Psicoanálisis y medicina”, Intervenciones y textos 1, Buenos Aires, Manantial, pág. 92: “La dimensión del goce está completamente excluida de lo que llamé la relación epistemosomática. Pues la ciencia no es incapaz de saber qué puede; pero ella, al igual que el sujeto que engendra, no puede saber qué quiere”.

[15] Castración que introduce el lenguaje por la distancia que introduce con aquello que intentaba designar.

[16] Irizar, L., op. cit., pág. 59.

[17] Lacan, J., op. cit., pág. 93.

[18] Pera, C., El cuerpo silencioso. Ensayos mínios sobre salud, Madrid, Triacastela, 2009, págs. 303 y ss.

[19] Lacan, J., El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1987, apartado: “De la mirada como objeto a minúscula”, págs. 75-128.

[20] Caroz, G., “Cuando lo sagrado se vuelve sacrificador”, Lacan Quotidien nº 474: www.lacanquotidien.fr

[21] Dessal, G., “El hombre curado definitivamente del síntoma de ser humano” en: http://www.telam.com.ar/notas/201507/112636-el-hombre-curado-definitivamente-del-sintoma-de-ser-humano.html

[22] Miller, J.-A., “Jacques Lacan: observaciones sobre su concepto de pasaje al acto” en: http://nel-medellin.org/miller-jacques-alain-jacques-lacan-observaciones-sobre-su-concepto-de-pasaje-al-acto