Texto de Marta Davidovich*

Jacques Lacan abre su seminario en enero de 1968[1] y desea a toda la audiencia un feliz año nuevo. Se pregunta por qué “nuevo” y dice que es como la luna, que cuando termina de decrecer, es nueva otra vez. Con esta metáfora del comenzar de nuevo, Lacan hace referencia a la transferencia y a la cuestión del Sujeto supuesto Saber. Lo nuevo es que no hay Sujeto supuesto Saber del lado del analista. Plantea que el amor de transferencia no desaparece en el transcurso o al final de la cura o cuando se ha hecho el pase o en la relación con la Escuela, donde es necesario que el amor de transferencia vuelva a empezar aunque de otra manera.

Podemos pensar el concepto de transferencia separándolo un poco de cómo lo piensa Freud, siempre como repetición, para tomar el amor de transferencia en esta nueva concepción que aporta Lacan del amor como invención. Tenemos dos concepciones del amor: repetición e invención.

Quizás lo nuevo en Psicoanálisis es tomar el amor no solo como repetición como hace Freud a partir del modelo de la madre y el niño. Se trata en este último de ese modelo como ideal de amor, del objeto perdido que siempre se añora, el pecho de la madre, y de ese objeto perdido que es la madre misma y la sexualidad prohibida de la madre. Sobre esto que se ha perdido se irían repitiendo, según Freud, una y otra vez, las experiencias en el amor.

Lacan le da un vuelta más como se ve bien en el ejemplo del Seminario 8.[2] En El Banquete de Platón, el amor entre Sócrates y Alcibíades no es pura repetición, hay algo nuevo que no es del pasado, sino que sucede en ese momento. Lo nuevo es trabajar con el amor y ponerlo como condición para establecer una cura. Según la idea que tengamos del amor de transferencia, tendremos también una idea de lo que es el final de la cura. Para Lacan, el final de la cura no es la desaparición de la transferencia, sino la apuesta de la transferencia a otro trabajo. Del trabajo de la transferencia a la transferencia de trabajo. La transferencia final nunca llega a nivel cero, de liquidación, como plantean los posfreudianos, lo que les lleva a la identificación porque no hay otra salida posible. En este sentido, Lacan propone ir más allá de las identificaciones y afirma que la transferencia, como la alienación o la castración, nunca pueden llegar a un punto cero. Siempre habrá diferencia entre ellas.

Haré una pequeña reseña de lo que es el amor en la teoría de Freud y de Lacan para luego hablar de los tiempos de la transferencia. Sólo para recordarlo. Freud dice que “cuando aman a una mujer no la desean y, si la desean, no pueden amarla”.[3] Esto es lo que Freud denomina la degradación de la vida erótica en el hombre, sujeta a la degradación del objeto sexual. Lacan llevará esta disyunción, la del amor y el deseo, a la condición de estructura en todo ser hablante en tanto es imposible la proporción sexual entre hombre y mujer. Habría un malentendido que siempre se produciría entre el hombre y la mujer y Lacan lo trabaja bien en este seminario. “Ella lo desea, es incluso por eso que cree amarlo. Él cree desearla cuando en realidad la ama. El amor hace su objeto de lo que falta en lo real”.

Podemos pensar en dos fórmulas , dos teorías o formulaciones del amor de Lacan. La primera corresponde al Seminario 8: “Dar lo que no se tiene a quien no es”.[4] La segunda teoría es más aristotélica y tiene que ver con lo que hay de saber en el Otro. En este sentido, la segunda definición de Lacan tendría que ver con suplir la falta de relación sexual. Él tomará el amor del lado de una suplencia. No se trata tanto de la falta del significante fálico que Lacan trabajará mucho tiempo como motor del amor, sino más bien de la falta de significante en el Otro: S (A/ ), que se tratará de suplir con el amor.

En el Seminario 20, Aún, tendrán un lugar preponderante el amor y las suplencias que por esa vía pueden hacerse. Allí el amor está tomado más del lado de la poesía, de la metáfora, que del lado de la falta o del deseo. También dirá allí que el amor es siempre recíproco,[5] lo que no hay que pensarlo en la relación entre analista y analizante, donde la relación es de disparidad, sino en la pareja amorosa, donde el amor es recíproco.

El psicoanálisis ha inventado un nuevo amor, que es el amor de transferencia. Si hay una lista de amores en la historia universal, nosotros podemos agregar uno nuevo. Si bien el analista debe hacer ese semblante que conviene para que el sujeto sienta que puede venir, que es acogido, que es escuchado, que es bien recibido, esto es algo que deberá luego salirse de la reciprocidad, será lo contrario.

Pensemos en los tiempos de este amor de transferencia:

1) antes del análisis,

2) la entrada,

3) durante la cura,

4) final de análisis,

5) post-analítico o después del pase.

En esos cinco tiempos el amor opera de maneras diferentes. El ejemplo que trajo Mercedes de Francisco, de Pierre Rey,[6] puede servir para ejemplificarlo.

Hemos visto como para Pierre Rey, la transferencia empieza bastante antes de la elección de un analista. Él ya había elegido a un analista, el Gordo, que no lo elige a él como sujeto en el análisis, no se coloca para él en el lugar del analista. En esa transferencia, él ya había hecho la elección, el que rechaza esa elección es el analista mismo: el Gordo.

Pierre Rey comenta que precisamente Lacan acogía pacientes que otros analistas no habían aceptado –lo comenta en relación a la cantidad de pacientes de Lacan que se han suicidado. Les daba lugar y él se pregunta si eso tenía que ver con Lacan.

Pensemos entonces en esos cinco momentos.

Antes del análisis ya está en juego la transferencia y la manera en que derivará el encuentro con el propio analista. Cuando uno elige un analista lo hace por algo, eso no ocurre por azar. Pierre Rey elige a Lacan y no a los otros dos analistas. En la transferencia siempre se juega algo del orden de un rasgo del analista que luego al final del análisis uno ve.

¿Qué tiene que hacer el analista en este primer tiempo entre la demanda y la entrada en análisis? Para cada sujeto esto se juega de manera diferente. Generalmente cuando un sujeto llega a análisis es porque hay un síntoma que le molesta, algo que se ha salido de su buen orden, y supone que el otro sabe algo de lo que le pasa y acude a consulta a preguntarlo. A veces su inconsciente ya ha hecho una interpretación al respecto.

La habilidad del analista en ese periodo de la entrada es la de jugar con la ficción de que hay ese amor para que luego se pueda ir desvaneciendo y surja el vacío.

En el primer tiempo, el sujeto se siente muy pleno con el amor de transferencia: hay alegría, fascinación, enamoramiento. Parece que ese amor completa al sujeto, llena su falta. La operación del analista consiste en soportar el semblante pero ir cavando la falta que llevará al sujeto a poner a trabajar su síntoma en tanto que hay un saber que le supongo al otro y por eso le amo.

La simple escucha no es suficiente, aunque alivie –los sacerdotes también escuchan y no curan a la gente. No basta con que el analista se limite a escuchar.

Debemos señalar dos ejes de la transferencia: el primero es el Sujeto supuesto Saber, que es el lugar de donde uno espera algo de la revelación analítica, algo de ese saber inconsciente. Miller se preguntaba qué hace que un paciente, después de aliviar algo sus síntomas, continúe en análisis. Se empieza a amar el inconsciente. Se espera una revelación.

Tanto el Sujeto supuesto Saber, del que Lacan habla en el Seminario 8,[7] como la definición que da en el Seminario 11 de la transferencia como puesta en acto de al realidad del inconsciente,[8] están determinados por la presencia y el hacer del analista. Si no entendemos que la clínica analítica se diferencia de otras clínicas por la presencia del analista y por la función del mismo, podríamos confundir la transferencia con la manera en que el psicoanálisis trabaja esta cuestión. Producir ese primer enamoramiento no es tan difícil: es un momento que se presta a ello y la asociación libre redobla este primer efecto. Es como si se le dijera al paciente que lo que dice vale, sirve. Es ahí donde el analista se transforma de erastés, amante, en eromenos, amado. El analista, por la metáfora del amor, es elevado a la dignidad del objeto de amor.

El uso que hace el analista del amor es inédito, no es habitual pues por lo general el uso del amor apunta a producir un efecto de ser. Si el analista sabe algo es que tiene que apuntar a la falta-en-ser que es lo que se encuentra al final del análisis y que, paradójicamente, produce un efecto de ser: al final, el sujeto podrá decir algo de su ser, de su ser de goce y nombrarse como tal. Esto finaliza la suposición de saber al analista: ahora se le desupone.

El amor de transferencia opera al final invirtiendo lo que aparece al principio. En los testimonios se ve cómo la incidencia del analista ha determinado el principio y el final del análisis a través de esos rasgos particulares que el sujeto ha encontrado en él.

Habría dos estrategias dispares: la del analizante y la del analista. Lacan decía que el analista hace una retención sostenida del amor, es decir, que trata de que surja pero que, a la vez, lo frustra, lo limita: hace como que no escucha, corta, interrumpe, produce efectos molesta, etc.

El dispositivo freudiano está programado para el amor. El analista organiza otra cosa: un final. Desde la entrada, donde surge el amor, está pensando que hay un final. Sabe que este amor no deja de ser un amor verdadero que, sin embargo, no debe de ser satisfecho.

Esta es la diferencia con los posfreudianos que pensaban que había que amar al paciente, que había que quererle de una manera particular, como Abraham del que Lacan dirá que quiere ser una madre completa.

En La dirección de la cura,[9] Lacan plantea que entre la demanda y la entrada hay un momento de enamoramiento. La regresión propia de ese tiempo, la satisfacción propia de la neurosis de transferencia favorecen eso. Sin embargo, sabemos que el enamoramiento es también un goce y el analista tiene la responsabilidad de dejarlo insatisfecho, pero sin reducir el amor de transferencia que es el que mantiene al sujeto en el dispositivo.

Si sustituyéramos el amor de transferencia por el inconsciente quizás sería más acertado. Es lo que planteaba Miller del amor de transferencia entendido como amor al inconsciente, que mantiene al sujeto en el dispositivo.

El analista rehúsa la reciprocidad del amor con el silencio, con la interpretación, con el corte, introduciendo el vacío y, paradójicamente, esa transferencia que no es repetición, permitirá que se vaya deslindando lo que es repetitivo en la vida del sujeto, que surgirá en la relación transferencial. La vía del amor permitirá abordar la lógica de la repetición, modificando las identificaciones del sujeto, haciendo caer los S1.

Estas modificaciones trastocarán inevitablemente las elecciones de objeto del sujeto, porque las identificaciones se sostienen siempre en el deseo. Cuando un sujeto abandona sus identificaciones se libera de las restricciones que la repetición imponía a sus elecciones. En este sentido podemos preguntarnos si hay una cura del amor al final del análisis. Me parece que lo que hace uno con el amor es liberarse de esa repetición que tantas limitaciones le ponía. Por eso Lacan hablará en el final del análisis de un nuevo amor, de las posibilidades de nuevos encuentros, de nuevos amores e introducirá la idea de un amor sin límites –un tema interesante para seguir pensando.

En el post-analítico hay un nuevo trabajo de transferencia, el que se abre después de la cura: la transferencia de trabajo. Es el destino fundamental de la transferencia porque abre la pregunta por la Escuela.

La transferencia de trabajo es una expresión que Lacan introduce en El acto de fundación,[10] de 1964, y lo hace una única vez aunque se haya escrito después mucho sobre ello.

En El banquete de los analistas,[11] Miller dice que el análisis no se abrió camino mediante el postulado de lo enseñable a todo el mundo, sino de lo enseñable uno a uno. La pregunta es cómo se transmite el psicoanálisis cuando no se está bajo el trabajo de transferencia, cuando ya no se está en análisis, cómo se produce esa transferencia uno por uno pero que pueda servirle a más de uno, cómo el saber de uno puede transmitirse a los otros. ¿De qué transmisión se trata? ¿Se puede poner al trabajo algo de la transmisión de la propia experiencia analítica? Esto es lo que hacen los analistas de la escuela en el testimonio de su pase, lo que hace Pierre Rey en su libro.

No basta con transferir los resultados de la experiencia analítica o los saberes conocidos, no basta con transmitir los matemas. Se trata, para Lacan, de transmitir un estilo.

Hay una paradoja en la experiencia analítica: el que trabaja es el analizante y no el analista y el problema es cómo poner al analista al trabajo para la transmisión del psicoanálisis. Ya no se trataría de amor al saber sino de deseo de saber: “Trabajadores que vayan contra la ignorancia en el sentido de la represión”.[12]

En la época de Lacan, muchos analistas iban a su seminario y se quedaban en silencio recibiendo sus enseñanzas. Lacan insiste en que no hay analista si no surge ese deseo de saber. En la Nota italiana, dirá incluso que si bien es posible que alguien llegue al final de su análisis, puede haber final de análisis pero no analista.[13]

La transferencia de trabajo es la transferencia del deseo de saber con el trabajo que ello implica. Cómo transmitir el deseo de saber en psicoanálisis, esto es lo que renueva la problemática del final de análisis como un ir más allá de la identificación, porque sabemos que el amor siempre conduce a la identificación. Me parece que aquí Lacan tiene otra solución que es ir más allá, del lado de la pulsión. El último punto es qué es la pulsión en el final de análisis. Aunque podría decir más cosas, lo dejo aquí: voy a ser un analista silencioso. Miller decía que para que haya amor tiene que haber siempre algo de la castración.

[1]*Intervención realizada en el Seminario de Investigación Presencia del analista, coordinado por Esthela Solano, en el Espacio de Investigación Madrileño (EIM), del NUCEP. Publicado en el volumen Presencia del analista, Madrid, NUCEP, 2002, págs. 81-88. Publicado con la amable autorización de los responsables del NUCEP.

Lacan, J., Le Séminaire, livre XV: L’acte psychanalytique, clase del 10 de enero de 1968. Inédito.

[2] Lacan, J., El Seminario, libro 8: La transferencia, Buenos Aires, Paidós, 2003, cap. XI.

[3] Freud, S., “Sobre la más generalizada degradación de la vida erótica” (Contribuciones a la Psicología del amor II), Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1984, pág. 176.

[4] Lacan, J., El Seminario, libro 8…, op. cit., pág. 45.

[5] Lacan, J., El Seminario, libro 20: Aún, Buenos Aires, Paidós, 1981, pág. 12.

[6] Rey, P., Una temporada con Lacan, Buenos Aires, Letra Viva, 2013.

[7] Lacan, J., El Seminario, libro 8…, op. cit., cap. XIX.

[8] Lacan, J., El Seminario, libro XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1987, pág. 181.

[9] Lacan, J., “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, Mexico, Siglo XXI Editores, 1984.

[10] Lacan, J., “El acto de fundación”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pág. 254.

[11] Miller J.-A., El banquete de los analistas, Buenos Aires, Paidós, 2000, pág. 172.

[12] Ibid., pág. 175.

[13] Lacan, J., “Nota italiana”, Otros escritos, op. cit., pág. 329.