Texto de Rosa Apartin

Biopolítica

Foucault define el concepto de biopoder como el ejercicio del poder sobre la vida y mortalidad de los hombres, en tanto masa, donde la decisión política recae sobre lo biológico y no sobre los sujetos. De este modo permite al Estado moderno separar entre lo que debe vivir y lo que debe morir. Lo que amenaza es lo biológico que pone en peligro la vida de la población, volviendo a la muerte admisible. La política se fue transformando en biopolítica, ocupándose de la vida biológica de la población articulándose con el poder, cuestión que Foucault determina como el pasaje del Estado territorial al Estado de población. ¿De qué se ocupa el biopoder? De la salud, las migraciones, la reproducción, la alimentación, la educación, promoviendo la invención de nuevas tecnologías, por ejemplo, la psiquiatrización de la infancia, las políticas de inmigración, las políticas de evaluación generalizada. Así se reformula el concepto de poder a partir de la idea de espacio relacional. Esto quiere decir que las relaciones de poder se definen como campo estratégico. Sitúan una pluralidad de dispositivos interesados en la apropiación de los cuerpos, en tanto categoría analítica y en la producción de la individualidad. En la actualidad se trata de encontrar evidencias que llevan a categorías homogéneas a través de estadísticas.

El campo de la psicopatología es fundamental para la biopolítica[1] como medio dominante de gestión de las poblaciones en reemplazo del antiguo proyecto clínico de la descripción de las enfermedades del cuerpo social. El DSM como clasificación de clasificaciones previas de los sujetos, en su funcionalidad, se instala para gestión de las poblaciones.

Foucault diferencia una sociedad de leyes y una sociedad de normas. En la primera, se da una margen entre el adentro y el afuera, lo prohibido y lo que permanece dentro de la ley. Esta última da lugar a lo excepcional. En la segunda, propia de nuestra sociedad contemporánea, plantea un “para todos”, donde el adentro y el afuera se relacionan de modo tal que el sujeto nunca está en las normas ni tampoco fuera de ellas. Se podría pensar en una topología moebiana.[2] Pero nos encontramos con un problema: ya no hay márgenes, y los representantes de la ley son siempre sospechosos de transgredir lo prohibido.[3] Laurent nos dice que esas fronteras de confinamiento y de identificaciones son susceptibles de deslizamiento. Así como el espacio del Otro para el sujeto contemporáneo está a la vez reglamentado por una multitud de normas, vuelto del revés y agujereado por zonas de no derecho. Estas zonas se producen en medio de reglas implacables y contradictorias con contornos mal definidos. Foucault propone el concepto de racismo de Estado en relación a una política de muerte, lo que para Espósito está articulado con la protección y la seguridad. El hacer vivir como mantenimiento de la vida y sus procesos al precio de la seguridad, equilibrio y protección no son sin la amenaza y el peligro vinculado al racismo de Estado. La idea de “dar muerte” conlleva la idea de muerte de algunos así como también la exclusión, segregación, discriminación.

Segregación

En 1967 en la Proposición del 9 de octubre, Lacan nos revelaba que “nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación”.[4] Así, acentúa lo heterogéneo y de ahí que prevé la imposibilidad de un ordenamiento común de goce, dando cuenta de los efectos que el discurso de la ciencia tiene sobre los agrupamientos sociales. Lo universal es la consecuencia lógica del imperio del Uno[5] y la globalización con su tendencia a lo homogéneo, con la cicatriz de la evaporación del padre, podemos pensarlo como una segregación ramificada, que se entremezcla y multiplica cada vez más las barreras.5 El problema es que en la medida en que la ciencia apunta a la uniformidad, al para todos, se manifiesta lo disforme, encontrando sus límites en los modos de goce de cada uno.[6] Pero también se desorienta ante el goce del Otro que se manifiesta como no semejante engendrando segregación.

Lacan en 1974 profetizó en su texto de Televisión la escalada del racismo que, a través de la imagen, se mete en la casa de uno. Lo que denominó como “el extravío de nuestro goce”[7] tiene que ver con el modo de goce del Uno como fundamento del odio del Otro del que nosotros estamos separados.

La cuestión de la intolerancia no alcanza al sujeto de la ciencia o a los derechos del hombre, más bien tiene que ver con el goce del Otro que me sustrae del mío. El Otro es Otro dentro de mí mismo. Si el Otro está en mi interior, en posición de extimidad, es también mi propio odio, entonces es el odio al propio goce.[8] Un testimonio de esto es la erección de los muros con los que parar a los inmigrantes para que no entren en nuestros propios patios traseros.[9] Refugiados que escapan de las guerras, de una vida de hambre, sin futuro, llamando a las puertas de los países desarrollados.

Para quienes viven detrás de estas puertas, esos refugiados son sujetos que causan una inquietud aterradora. Como nos aporta Osvaldo Delgado,[10] habrá que situar el malestar en la cultura como modo de estar en la misma, y un malestar que no es del mismo orden, sino malestar como hostilidad, efecto de segregación.

Biopolítica y segregación

Agamben toma de Foucault el concepto de biopolítica, para referirse a la ciencia de la política que puso en acto el nazismo donde se dio una compleja articulación de sus fines políticos y de la ciencia, sobre todo de la genética. Desde el concepto de biopoder también se ha producido una lógica que hace de los sujetos objeto de desecho de la civilización, como fueron los campos de concentración nazis, de la dictadura militar, así como los exterminios étnicos, la manipulación genética con seres humanos.

Se invade así el terreno del derecho, la familia, el lazo social, quedando todo bajo control. El concepto de Estado de excepción da cuenta de la relación entre violencia y el derecho donde la excepción toma forma de segregación. Se trata de una forma legal de aquello que no puede tener forma legal, que tiene como corolario la existencia del refugiado en un espacio geográfico determinado donde la vida y la muerte humana son llevadas al extremo de la degradación. Espacio anómico donde se pone en juego una fuerza de ley sin ley. La pérdida del valor de la vida, raíz de su manipulación por el aparato del Estado, traspasa el límite de una segregación sin retorno.

Podemos decir que para Foucault el biopoder se orienta hacia el hacer vivir y dejar morir. En cambio, para Agamben, el biopoder apunta al hacer sobrevivir donde el Estado de excepción se convierte en el goce del amo aunque falle. El poder toma el control de asegurar la vida, a través de la tecnociencia para resolver los problemas de los sujetos con la muerte, pero a su vez se presenta el dejar morir que tiene que ver con el trastrocamiento de la vida de los sujetos, por ejemplo, la exclusión, el racismo y la segregación, bombardeando, regulando y exigiendo seguir las evaluaciones.

La tecnología de vigilancia actual se desarrolla en dos frentes y sirve a dos objetivos opuestos: por un lado, el del confinamiento, mantener dentro de la valla; por el otro, el de la exclusión, mantener más allá de la valla. La aparición entre las masas globales de exiliados, refugiados, demandantes de asilo,[11] es un ejemplo de esto. La declinación del Nombre del Padre produce como efecto una sociedad de control con abusos autoritarios. Podemos tomar como ejemplo los campos de refugiados definidos como ilegales, pero atrapados en un estatus sin leyes, ni derechos. Los sujetos forman parte de un campo que no forma parte de nada, son extranjeros, un cuerpo extraño, segregados del resto del mundo, pero vigilados. El haber sido expulsados del mundo, del “para todos”, donde el problema fundamental es la ausencia de hacia dónde que los deja ubicados como resto del mundo.

Vivimos en una época donde cada vez más se somete a los cuerpos a la comercialización que implica someterlo a una especie de contrato mercantil, donde se da una intensificación de las normas, así como el control de los cuerpos mediante tecnologías médicas en función de combatir la mortalidad natural. La sociedad de capitalismo informático alía la biología con el poder a través de la conquista del mundo como imagen, que, como tal, es el fenómeno fundamental de la Edad Moderna, como Heidegger sostuvo.

Por lo tanto, el poder es más compacto que nunca porque hay un Otro que funciona regido por la técnica y el capital y que ha alcanzado un orden capaz de subsumir a los cuerpos y las subjetividades en la forma de mercancía.[12] Nuestra vida transformada en estadísticas se ha ampliado por la necesidad de seguridad donde nadie escapa a la vigilancia. Este auge de la vigilancia produce una sociedad de la sospecha, donde todos somos supuestamente sospechosos y potencialmente culpables. El efecto es la invasión de lo íntimo.

El psicoanálisis y la invención de un saber hacer ahí

La experiencia psicoanalítica supone un nuevo tipo de vínculo social que se construye alrededor del analista como desecho, representante de lo que del goce permanece insociable.[13] Es sabido que el psicoanálisis permite descubrir que el Otro no existe. Las respuestas que se pueden obtener no son universales sino que tiene un valor para cada sujeto con su modo de gozar singular. La vida de cada uno se da en un cuerpo que goza. Sin el cuerpo vivo como real, no hay goce, pero el discurso del amo en cambio, se interesa en los cuerpos biológicos, homogeneizados que se vuelven dóciles a los intereses de producción.

Miller en La experiencia de lo real en la cura psicoanalítica dirá que el fin un análisis tiene que ver con “la modificación del cuerpo propio experimentada como satisfacción”. Esto enfrenta al sujeto a un atolladero donde la posibilidad de una relación está librada a la contingencia y a la invención de un saber ahí, donde no hay control sino que está regulado por un saber del cuerpo. El síntoma como acontecimiento del cuerpo es algo que a un sujeto le ocurre como lo más singular y conlleva una satisfacción. Por lo tanto, el psicoanálisis apunta hacia la caída de las identificaciones, así como se sitúa en el reverso de las clasificaciones imperantes de la época.

Rosa Apartin. AP, EOL. Psicoanalista en Buenos Aires.

rosaapartin@hotmail.com

[1] Laurent, É., Estamos todos locos. La salud mental que necesitamos, Madrid, Gredos, 2014.

[2] Ibíd.

[3] Laurent, É., El goce sin rostro, Buenos Aires, Tres haches, 2010, pág. 41.

[4] Lacan, J., “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pág. 276.

[5] Brousse, M. H., “La paz es un sueño, la guerra una pesadilla” en: http//w.w.w.telam.com.ar/notas.

[6] Lacan, J., “Nota sobre el padre”, Revista Lacaniana de Psicoanálisis, EOL, nº 20, Buenos Aires, junio 2016.

[7] Lacan, J., “Televisión”, Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, pág. 560.

[8] Miller, J.-A., Extimidad, Buenos Aires, Paidós, 2011, pág. 50.

[9] Bauman, Z., Extraños llamando a la puerta, Buenos Aires, Paidós, 2016, pág. 12.

[10] Delgado, O., Conjeturas Psicoanalíticas, Buenos Aires, JCE, 2011, pág. 31.

[11] Bauman, Z., La cultura en el mundo de la modernidad líquida, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2013), pág. 73.

[12] Alemán, J., Soledad: Común. Políticas en Lacan, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2012, pág. 28.

[13] Lacan, J., “El fenómeno lacaniano”, Revista Lacaniana de Psicoanálisis nº16, Escuela de Orientación Lacaniana, Buenos Aires, abril 2014, pág. 10.