Texto de Éric Laurent

¿Hay una política de los afectos, estas pasiones del cuerpo social?* La cuestión opone a los poseedores de la razón y los que apelan a las emociones. Los primeros lamentan que los afectos atraviesen el cuerpo social y proponen más bien purgarlos. Esto es lo que hacía por ejemplo Alain Badiou, en una conferencia notable, poco después de los atentados del 13 de noviembre de 2015. Observaba que si todo atentado o fenómeno de homicidio en masa desencadenaba afectos, había sin embargo que desconfiar de éstos y que esa era justamente la fuerza de la razón de superar la cólera o la tristeza que podrían conducir a una sed de venganza o de otros extravíos. Convendría más bien apoyarse en el universal de la razón para poder apreciar el horizonte político del acontecimiento y luego purgarse y purgar el cuerpo social de los afectos que pueden atravesarlo. “Cuerpo social” es a entender en el sentido spinozista. En esta perspectiva, llamamos “cuerpo” a lo que es susceptible de ser atravesado por afectos. No es el cuerpo individual ni el cuerpo biológico sino el cuerpo como “lo que puede ser atravesado por afectos”. En este sentido, hay claramente un cuerpo social, ya que hay unos afectos que conciernen de entrada a los grupos y atraviesan los límites individuales.

En oposición a los que solo quieren fiarse del universal de la razón, Georges Didi-Huberman pone el acento, en un libro reciente,[1] en “la política de las lágrimas”. Comenta una escena del Acorazado Potemkin de Eisenstein en la cual, después de los primeros disparos del ejército sobre los manifestantes, se ve un plano donde una madre llora a su hijo muerto. Roland Barthes ya había comentado esta imagen, subrayando que las lágrimas de la madre le parecían un pathos en desacuerdo con la frialdad general de la película y de la narración extremadamente tensa de Eisenstein. Encontraba que constituía un punto de relajación en la perfección de la película. Al contrario, G. Didi-Huberman subraya la detención de Eisenstein en este plano y sitúa allí el momento en que todo bascula. Si hasta las madres lloran, entonces se produce la señal de caída del amo inicuo.

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