Traducción de Gracia Viscasillas

Publicado on line en Lacan Cotidiano nº 494

Desde que recuerdo he sabido y sentido de una desigualdad en las oportunidades ofrecidas a los chicos y chicas en lo que concierne a las posibilidades sociales.

El autor se dirige a un público que defiende la causa de las mujeres, pero que por otro lado, es indiferente, hasta hostil, al psicoanálisis, muchas veces percibido como una doctrina demasiado falocrática. Su escritura es orientada en un esfuerzo por hacer pasar la cosa del psicoanálisis, envolviendo lo insoportable con lo soportable. Evidentemente, se trata de decir, pero no decir todo, permite quedarse en la zona de lo escuchable audible.

En mi familia el discurso que se sostenía sobre este tema era mas bien progresista, pero a veces algunos enunciados venían a recordar los prejuicios propios de la tradición y la religión, comenzando por los de mi abuela, que repetía que “una chica, eso no vale gran cosa”.

Así pues, siempre he sido feminista, esto iba de suyo. Pero haber hecho esa elección decidida de manera precoz –elección a menudo sujeta a burlas y críticas- no me otorga una particular legitimidad para tomar hoy la palabra ante ustedes, que comparten esos valores y esas elecciones, cada uno y cada una de una manera que le es propia.

Si tomo la palabra hoy en nombre de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, gracias a la confianza que deposita en mí su presidente Miquel Bassols, es para transmitir qué luces puede lanzar el psicoanálisis sobre las discriminaciones que sufren las mujeres y para contribuir a hacer progresar los saberes y las costumbres en ese dominio. Es pues en tanto que ejerzo la práctica del psicoanálisis desde hace muchos años, que considero tener algo preciso para aportar.

El psicoanálisis, disciplina orientada por los saberes científicos, es ante todo una experiencia subjetiva, llevada de manera ordenada. Propone un lugar, un dispositivo donde cada sujeto puede acudir a hablar de su sufrimiento y de los conflictos que le dividen. La contribución del psicoanálisis a la causa de las mujeres consiste pues en darles la palabra, escucharlas testimoniar, una por una, en su diversidad, de sus dificultades con lo que ellas piensan que es lo femenino. El psicoanálisis no pretende en ningún caso formular enunciados de tipo normativo sobre los deseos que les animan o los conflictos que las dividen. Pero puede modelizar los funcionamientos psíquicos necesarios para encontrar soluciones susceptibles de satisfacer a los sujetos. Yo hablaré hoy de uno de ellos: la identificación.

Desde su nacimiento con Freud al inicio del siglo XX, el psicoanálisis ha evolucionado mucho, pues siempre se despliega en contacto directo con la época. Jacques Lacan formalizó sus cimientos. El más fundamental es el vínculo orgánico entre el inconsciente freudiano y el lenguaje: “el inconsciente está estructurado como un lenguaje”. A este propósito, en 1970, dirigiéndose a los participantes de un coloquio sobre el estructuralismo mantenido en la universidad Johns Hopkins en Baltimore, decía: “It is not a special sort of language, for example mathematical language, semiotical language or cinematographical language. There is only one sort of language: concrete language English or French for instance, the language that people talk… The unconscious is a thinking with words, with thoughts that escape your vigilance, your state of watchfulness”2. El inconsciente sexual no es el instinto, decimos en la lengua que hablamos comúnmente. Los pensamientos de los que está hecho se adaptan a las evoluciones del discurso en el cual vivimos cotidianamente. Los procesos de identificación que permiten a cada sujeto representarse sexuado, son procesos de lenguaje. Nos definimos por categorías de lenguaje y de pensamiento que constituyen la realidad en la cual creemos.

Las lenguas habladas están ordenadas por un binario fundamental: hombre/mujer. Por consiguiente, la experiencia de un análisis constituye un notable observatorio de lo que actualmente quiere decir para cada uno “ser un hombre” o “ser una mujer”, enunciado en términos a menudo diferentes de aquellos en uso en el tiempo de Freud. Sin embargo, el mecanismo subjetivo en juego es el mismo.

El “gender” y el registro simbólico

El primero es una identificación a palabras, a significantes, que son también prescripciones de roles y de lugares. Para un sujeto humano, los hombres y las mujeres son seres de discurso y sólo esto. El discurso es lo que constituye el lazo social que es el lazo sexuado.

Constituye un verdadero modo de uso en una sociedad dada, en una época dada, modos de satisfacción permitidos o prohibidos. Está hecho de sedimentos arqueológicos de los enunciados de una lengua, se elaboran a lo largo del tiempo a partir de esos estratos. Esas categorías segregativas, hombres/mujeres, no son menos exigentes, pues se imponen al sujeto como marcos a priori de su realidad sexuada.

La única posibilidad de separación para con la lógica de un discurso se obtiene por la aparición de nuevas coordenadas vía la emergencia de otro discurso, primeramente minoritario.

El orden simbólico define, pues, un “ser una mujer” y un “ser un hombre”, categorías de discurso que prescriben lugares, roles sociales, así como modos de gozar diferenciados. Estas categorías estaban hasta hace poco determinadas por el sistema simbólico de base, la estructura familiar. Lacan se interesó mucho por la familia, y la obra de Claude Levi- Strauss Las estructuras elementales del parentesco fue una referencia para él.

Por otra parte, ese sistema descansa sobre la dualidad hombre/mujer. Las susodichas mujeres son definidas en el seno del sistema familiar por un cierto número de funciones que se imponen a los sujetos: hija, hermana, esposa o concubina y, sobre todo, madre. El inconsciente define la feminidad a partir de esos lugares, verdaderas autopistas de las identificaciones. Una vez instaladas contribuyen a definir otros lugares y funciones, esta vez fuera del sistema de parentesco: solterona, puta, bruja, loca, etc. Una joven en análisis decía hace poco: “El espacio público, se nos permite pasar por él, pero no investirlo”. Recientemente la AMP ha tenido que defender a tres colegas psicoanalistas que habían sido, una hecha prisionera, otra amenazada, la última internada, porque su práctica profesional les llevaba precisamente al espacio público.

Tomemos dos ejemplos del tipo de enunciados por los cuales funciona el sistema de identificación sexuada.

Ejemplo histórico: las obras de médicos higienistas del siglo XIX –que constituían los archivos de un trabajo que llevé a cabo en el momento de mis estudios sobre las nodrizas en el siglo XIX- y en las que todos afirmaban lo mismo: “Las mujeres han nacido para ser madres”, frase que transforma la maternidad en destino natural. Sin embargo, ellos constataban precisamente que en la realidad no era este el caso: condenaban esos casos y querían modificar esa realidad.

Ejemplo reciente: el 24 de noviembre de 2014, el primer ministro turco M. Erdogan afirmaba que las mujeres no pueden ser consideradas como los iguales de los hombres y que “su rol en la sociedad es hacer niños”.

En esos dos casos se puede constatar que se trata de significantes-amos, del modo imperativo y de juicios de modalidad universal (“todas las mujeres son…”). Frente a estas identificaciones impuestas que revelan procesos segregativos, la experiencia analítica, permitiendo el despliegue de otro discurso, hace volar en pedazos esta universalidad. Se produce entonces la caída o el mantenimiento, elegido esta vez, de una identificación.

Desde hace algunos decenios, en las sociedades occidentales sobre todo, los sistemas de parentesco conocen una mutación de gran amplitud bajo el empuje de la economía, de la ciencia y de las costumbres, mientras que su estructura había cambiado poco desde el neolítico. Resulta de ello una fragilización de las identificaciones tradicionales. En particular, parece posible que Padre no coincida necesariamente con Hombre y Madre con Mujer. Las recientes manifestaciones que han tenido lugar en Francia contra el matrimonio para todos, es decir contra el matrimonio entre personas del mismo sexo, son el signo de la violencia de los conflictos que afectan a los sujetos actualmente en el establecimiento de sus identificaciones.

Los analistas pueden escuchar en el diván las divisiones internas que derivan de identificaciones contradictorias y las elecciones nuevas que tiene para efectuar cada sujeto.

El “gender” y el registro imaginario

Pero existen también las identificaciones a imágenes cuya matriz es la imagen especular. Estas participan del discurso, pero revelan la dimensión de lo imaginario, tal como Lacan lo definió a partir de la relación específica que mantiene el pequeño ser humano con su imagen en el espejo. A nivel de lo imaginario, se puede afirmar que hay machos y hembras, como en la mayor parte del reino animal. Estas categorías remiten a la imagen del cuerpo, ya que es en función de la percepción de la imagen como generalmente se puede diferenciar el sexo en la mayoría de las especies: colores, formas, tamaños, etc. En la especie humana, esas diferencias de imágenes ligadas a la reproducción sexuada son redobladas o corregidas por los marcadores sociales, por tanto simbólicos. La potencia de la huella producida por la percepción inmediata de las imágenes, tanto la del cuerpo global como la de sus componentes, viene a paliar la ausencia de consistencia material del want to be simbólico. Esta empuja pues a pasar del macho al hombre y de la hembra a la mujer. La referencia a una “naturalidad” del género, esencial en la tradición en particular religiosa, tiende a ese recubrimiento del significante y de los lugares simbólicos por la imagen y su supuesta naturalidad.

Sin embargo, las mujeres testimonian en análisis de embarazos con su cuerpo, de dificultades para asumirlo, para aceptarlo. Esto se revela tanto más difícil cuanto que los modelos, difundidos masivamente por una civilización que agita cada vez más y más imágenes, se imponen de manera planetaria. Testimonian también de la necesidad para cada una de definir su cuerpo, en función de su historia singular, según sus propias normas imaginarias. Algunas experiencias, las primeras reglas por ejemplo, hacen aparecer que, para una mujer o una niña, su propia feminidad corporal es frecuentemente un enigma.

¿Los gametos tienen un “gender”?

En fin, el paisaje se complica con los avances de la biología que muestran que la reproducción no es ni el hecho de identificaciones simbólicas, ni el hecho de identificaciones imaginarias, sino que descansa en última instancia en lo real de la diferencia entre espermatozoide y ovocito. Esto permite cortocircuitar el ser mujer/ser hombre, así como la imagen masculina o femenina, es decir todas las referencias por identificaciones. Finalmente, a nivel de lo real lo masculino y lo femenino se reducen a células y se emancipan de referencias exclusivas que constituían antes la imagen global del cuerpo y el discurso del amo.

Esos tres niveles, actualmente más precisamente diferenciados, exigen por parte de los sujetos, decisiones más individuales y más solitarias que en el pasado. Requieren también de un anudamiento, y a la larga ofrecen a las mujeres, y también a los hombres, posibilidades más numerosas en términos de diversidad de elección de vida y de modos de goce. La superioridad ancestral atribuida a lo masculino en términos de valores o incluso la complementariedad supuesta entre hombre y mujer, ya no constituyen hoy la unanimidad. Han perdido el alcance de verdad que la creencia les otorgaba. Ya Freud había constatado que no eran sino un mito, no resistiendo a la realidad del análisis de los vínculos entre los hombres y las mujeres. La misma constatación empujará a Lacan a formular una proposición que en su tiempo hizo escándalo: afirma y demuestra que no hay relación sexual… que pueda escribirse entre los hombres y las mujeres –“relación” a entender en el sentido de una ley natural. Lo que implica que entre los sujetos que hablan no hay lazo sino por el discurso. Estos vínculos están pues en constante evolución. Ninguno puede pretender ser una ley eterna y valer universalmente.

Ese movimiento de diversificación no se lleva a cabo sin caos ni sin violencia. Jacques-Alain Miller en una intervención en el VIII Congreso de la AMP desarrollaba en qué los sujetos contemporáneos están desorientados, sin brújula. Esos cambios de paradigmas de discurso se acompañan, en efecto, de deseos nuevos y de síntomas inéditos. Es a ese nivel individual que interviene el discurso analítico. Ofrece un espacio de palabra que puede hacer caer las identificaciones obsoletas ligadas a enunciados y a imperativos congelados. Vuelve entonces posible elecciones decididas en función de lo real al cual cada uno, cada una, está confrontado(a).

Para concluir, daré la palabra, en forma de chiste, a una analizante en el final de análisis: “Quiero llegar a ser la mujer de mi vida”. En lo que concierne al género, la experiencia analítica está organizada por el siguiente principio, que por otra parte vale para los supuestos hombres y las supuestas mujeres: cada uno tiene por construir su definición propia del género. Lacan podía decir en 1974: “El ser sexuado no se autoriza sino de sí mismo… y de algunos otros, es en ese sentido que hay elección”3.

Marie-Hélène Brouse. AME. Psicoanalista en París. Miembro de la ECF y de la AMP

mh-brousse@orange.fr

1 Exposición presentada en la mesa redonda “Gender Equality and Sexual Diversity in relation to the Empowerment of Women: A Psychoanalytic Point of View”, organizada por la AMP en el marco de la 59a sesión de la Comisión de la Condición de las Mujeres (CSW) de la ONU, la cual estuvo dedicada al “Empoderamiento  de  la  mujer”, tercero de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM). La CSW es una comisión funcional de la ONU-Mujeres en el Consejo económico y social de las Naciones Unidas (ECOSOC) que ha admitido a la AMP como una ONG con el estatuto de consultante especial.

 

2 Jacques Lacan, “Of the structure as the inmixing of an Otherness”, exposición hecha en Baltimore en un coloquio que tuvo lugar en Baltimore, Languages of Criticism and the Sciences of Man, the Structuralist Controversy, ed. R. Macksey and E. Donato, John Hopkins Presse, 1970: “No se trata aquí de ningún lenguaje especial, tal es por ejemplo el lenguaje matemático, semiótico o cinematográfico. No hay sino una especie de lenguaje: el inglés o el francés, por ejemplo, el lenguaje que habla la gente… El inconsciente piensa con las palabras, con pensamientos que escapan a vuestra vigilancia”.

3 Lacan J., Seminario 21. Los no incautos yerran, lección del 9 de abril de 1974, inédito.