Buenas tardes, es un placer para mí poder estar aquí para hablar de Santa Teresa, del goce místico y del goce femenino. Agradezco la invitación de Amanda Goya, directora de la biblioteca y de su equipo, que me ha permitido descubrir en Santa Teresa a una mujer extraordinaria, que si bien no era para mí una total desconocida, tampoco era alguien que suscitara mi interés a causa del velo de ortodoxia con el que la Iglesia Católica la había cubierto. Bajo ese manto gris, construido con diversos títulos y honores: Doctora de la Iglesia, patrona de España y santa, se esconde una mujer alegre que confiesa haberse divertido mucho, una mujer decidida con un deseo imparable que busca, más allá de la tranquilidad
y del bienestar, una felicidad diferente que ella encuentra en el goce que la perturba: el goce de Dios.

Santa Teresa es una mística, es decir, alguien que vislumbra la ex-sistencia de un goce que está más allá del goce común al que los psicoanalistas llamamos goce fálico y tiene su máxima expresión en el orgasmo.

Teresa de Cepeda y Ahumada nace en Ávila en 1515. Los 500 años que mañana cumple no han hecho que pierda ni un ápice de la juventud que la fuerza del deseo nos transmite. Teresa nos habla hoy.

En el siglo XVI, un grupo de hombres y mujeres inician en España un modo distinto de vivir la religiosidad, en el que la temática religiosa y la temática erótica se anudan de una manera especial. La mística cristina tiene la pretensión de identificarse a la pasión de Cristo, de esta manera el término “pasión” sufre una transformación pasando de ser algo pasivo, a tener una connotación opuesta que implica actividad: hay en el místico una voluntad de querer vivir la pasión, de querer experimentar esta mezcla de éxtasis y sufrimiento, que va más allá del principio del placer, principio del que Freud dice que es un límite a no sobrepasar cierto nivel de tensión y cuando este límite se sobrepasa, el placer y el sufrimiento se amalgaman en eso que Jacques Lacan nombrará como goce.

La pasión del amor místico con Dios tiene una relación con Otro goce, lo llamamos Otro, a la manera en que lo hace Lacan, para diferenciarlo del goce fálico en cualquiera de sus versiones, del goce perverso “normal”. Desde esta perspectiva Lacan considera que Angelus Silesius, a quien se considera un místico, no es hablando con propiedad un místico porque confunde su ojo contemplativo con el ojo con el que Dios lo mira, es decir, que entre él y el Otro, Dios, pone el objeto mirada, mientras que el místico tiene una relación directa con Dios.

El psicoanálisis se diferencia de la religión en su modo de situar la causa: para la religión la causa está en el Otro, en Dios; para el psicoanálisis, al contrario, la causa está del lado del sujeto, sólo que el sujeto habrá de hacer en la experiencia analítica cierta travesía que le permitirá no desconocerlo.

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