Tomamos el misticismo como un hecho válido en sí mismo, sin referencia a ningún otro fenómeno que pudiera valer como su causa. El místico es un ser hablante que regula su existencia como ex-sistencia, fuera de sí; en este sentido, es la expresión de la ex-sistencia del sujeto mismo, en el sentido de Jacques Lacan. Lo particular del místico es que hace de ello un modo de goce aceptado y que, algunas veces, no muy a menudo, da testimonio de esa posición de sujeto.

Podemos comenzar con las formas de expresión del místico citando una expresión cara a san Juan de la Cruz: sicut passer solitarius in tecto1, “como el pájaro solitario sobre el tejado”, separado de su habitación, la cual está vacía por el mismo hecho de la ex-sistencia del pájaro. La vida del místico es una vida dedicada a la búsqueda del éxtasis, de ese ex-stare en el que encuentra un goce que va más allá del deseo y que se excluye de la razón fálica. Si es cierto que santo Tomás de Aquino tuvo, hacia el final de su vida, arrebatos místicos, eso fue lo que le hizo contemplar toda su obra escrita hasta entonces y valorarla con la famosa expresión sicut palea, “como estiércol”. Esto nos da la medida del goce del éxtasis, que supera cualquier comparación.

A los psicoanalistas, el éxtasis nos interesa porque es algo que se sitúa más allá de la inhibición, del síntoma y de la angustia. Freud describió esta tríada; Lacan le dio el sentido de un vector que orienta la dirección del deseo. Pues bien, el éxtasis es un paso más, que podemos añadir tras la angustia. Pierre Janet, por ejemplo, tituló así una de sus obras principales: De la angustia al éxtasis. Más recientemente, la madre Marie de la Trinité, de quien hablaremos más adelante, tituló el texto que dedicó a su psicoanalista, el doctor Jacques Lacan, precisamente, De la angustia a la paz, entendiendo que se trataba ahí de la paz que proviene de la aceptación del éxtasis.

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