Texto publicado en La Cause du désir nº 79

Traducción de Azucena Bombín

Lacan y el sánscrito

Las referencias a la India en la obra de Lacan son escasas pero precisas. Nada de ensoñaciones orientalistas sino fragmentos de textos en sánscrito o traducidos del mismo. Sin pretender ser exhaustivo, estos son los más conocidos.

Un texto domina a los otros. En los Écrits, la versión reescrita del “Informe de Roma” acaba con una larga cita de los Upanishads poniendo en escena a Prajapati, dios del trueno, rogado por las divinidades (los Dévas), los hombres y los demonios (los Asuras): “¡Háblanos!” le piden. Tres veces seguidas, Prajapati emite la sílaba “Da” y cada vez unos y otros comprenden ese fonema en sentidos diferentes. Los Dévas comprenden Damyata, someteos; los hombres comprenden Datta, dad; los Asuras comprenden Dayadhvam, perdonad. Entonces resuena la voz del trueno del dios Prajapati, “Da, da, da” Sumisión, don, gracia y a todos les dice “me habéis oído”1.

Es el extracto más conocido de Lacan el hindú, con innumerables comentarios en la web, en ocasiones al borde de la construcción delirante, como aspirados por la palabra Upanishad, el nombre del dios, el aspecto solemne de la escena mítica y la llamada de la India. Prudencia.

Algunas páginas más arriba, cuando comenta la noción de instinto de muerte2 y señala la conjunción de dos términos aparentemente contrarios, instinto y muerte, Lacan se burla de esta “inocencia dialéctica”3 y pone un ejemplo clásico de la estética hindú, “una aldea en el Ganges” [gangAyAmaghoShah]. Tomada al pie de la letra, la expresión “una aldea en el Ganges” no tiene sentido, puesto que es evidente que ninguna aldea puede estar construida en un río, el Ganges o cualquier otro; para darle un sentido, hay que completarla y comprender “una aldea en las orillas del Ganges”; es una forma llamada Laksanalaksana, señala una nota
a pie de página. Esa aldea en el Ganges, escuchada sin lo que la determina, no es menos absurdo que “el instinto de muerte”.

En 1958, en “El psicoanálisis verdadero, y el falso” Lacan cita en sánscrito el TatTwamAsi del Vedanta: “es en el lugar del Otro donde el sujeto se encontrará en el lugar de lo que era (Wo Es war…) y que es necesario que asuma (…sollIchwerdem). Aquí el precepto “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” no suena menos extrañamente que el TatTwamasi, como lo experimentamos al responder en primera persona donde se pone de manifiesto lo absurdo que sería tomar el último término por la última palabra, mientras que el otro cierra el círculo al terminar con: “Como a ti mismo, tú eres eso que odias porque lo ignoras”4.

Pero ya desde 1949, en el párrafo final del “Estadio del espejo como formador de la función Yo…”, Lacan utilizaba “Tú eres eso”, traducción francesa de la fórmula TatTvamasiTat, eso; Tvam, tu; Asi, es.

Después de haber eliminado del psicoanálisis el sentimiento altruista, nutrido de agresividad tanto en el filántropo como en el idealista, el pedagogo e incluso el reformador, Lacan concluye: “En el recurso que nosotros preservamos del sujeto al sujeto, el psicoanálisis puede acompañar al paciente hasta el límite extático del “Tú eres eso”, donde se le revela la cifra de su destino mortal, pero no está en nuestro solo poder de practicantes el conducirlo hasta ese momento en el que empieza el verdadero viaje”5.

Veer Barda Mishra, gran sacerdote del Mono Divino

Precisemos. No soy sanscritista; conozco mal el corpus de textos fundadores del hinduismo; mi único amigo hindú, gran erudito en esos temas, Veer Barda Mishra, es gran sacerdote del Mono Divino en Benarés – cargo hereditario desde el siglo XVI – y si bien puedo escuchar en sus palabras un eco de su vasta cultura hindú, es cuando me habla de la profunda humanidad de la mirada conmovedora de Hanuman, dios de la devoción y de la abnegación, divinidad de la que él es representante – entonces sí, el Absoluto aparece a través de la evocación de esa mirada simiesca.

Pero mi amigo gran sacerdote se preocupa también de la descontaminación del Ganges del que es un especialista reconocido, y es sobre todo de eso de lo que hablamos juntos – cómo poner tortugas en el Ganges para que se coman los restos humanos mal quemados en las piras y arrojados al río; cómo impedir a los peregrinos que defequen sobre el cuerpo de su “madre” (Ganja, la diosa, es la madre de las aguas dulces); cómo instalar estanques de plantas filtrantes para descontaminar esta maldita agua sagrada de la que todo piadoso hindú traga siete sorbos todas las mañanas al alba – mi amigo gran sacerdote que atrapó con doce años el tifus y la poliomielitis en su primer baño en el Ganges, contabiliza cada día el índice de heces del río. ¿Algo bien diferente?

No. Sólo hay una realidad para un sabio brahmán adorador del Mono, capaz de poner su cuerpo como barrera para impedir una masacre de musulmanes cuando un atentado golpeó
a sus fieles en el templo en plena ceremonia vespertina.

Mi ignorancia del sánscrito no es por esto menor y no caeré en el ridículo de inventarme una pasión que no es la mía, porque la India que amo no es precisamente la de la mojigatería hindú.

Un invasivo perfume filosófico

Antes de intentar comprender estos misterios hindús, me he preguntado cómo los habría conocido Lacan. No es algo evidente, ya que entre las dos guerras mundiales, las aproximaciones al hinduismo no fueron sin consecuencias políticas, especialmente en la edificación simbólica del nazismo, inspirada en la desigualdad de las castas y en las nebulosas sociedades secretas discriminantes. En efecto, después de Eugène Burnouf, Sylvain Lévi (1863-1935) que había sido el orgullo de los estudiosos de la India, Jean Filliozat y Louis Renon habían comenzado su carrera de especialistas en la India, los estudios de la India estaban sólidamente instalados en Francia, es cierto. Pero desde finales del XIX hasta la independencia de la India, los especialistas fueron desbordados por una inundación claramente ocultista o simplemente esotérica. Numerosos pensadores europeos buscaban unir “Oriente” y “Occidente”, siendo la figura más importante Sir John Woodroffe, llamado Arthur Avalon (1865-1936), juez del Tribunal Supremo de Bengala y apasionado del Tantra. Sin embargo, aunque cegado por ilusiones coloniales, Arthur Avalon no era peligroso.

En otros encontramos lo peor

Recorrido por la galería. La extravagante Helena Blavatsky (1831-1891), americana de origen ruso, fundó la teosofía; personaje novelesco, virgen bígama, esta fabuladora se pretendía vidente, visionaria, heredera de los secretos de los inspirados tibetanos. El italiano Julios Evola (1898-1974), fascista y racista probado, consideraba la vía del Tantra como la única capaz de salvar a Occidente, entre otras razones por la desigualdad del sistema de castas, que no había que dejar caer en el olvido. Más de lo mismo con el rumano Mircea Eliade (1907-1986), fascista en su juventud, loco de amor en Calcuta, fue especialista en religiones comparadas,
y más particularmente en hinduismo. Satanista y apasionado por la India, fue fundador de la Ordo Templo Orientis. Y el extraño Aleister Crowley (1875-1947) que se había puesto como apodo The Great Beast 666, marca de la cifra de la bestia apocalíptica.

Más recientemente, el francés Alain Daniélou (1907-1994), durante mucho tiempo considerado como uno de los mejores especialistas del hinduismo, fue, en la India misma, – lo supe en 1987 por amigos universitarios hindúes que lo despreciaban cordialmente –un ardiente militante de corrientes nacionalistas extremistas que fomentaron, por ejemplo, el asesinato de Mahatma Gandhi, culpable, según ellos, de favorecer a los musulmanes de Paquistán después de la división de las Indias británicas. Sí, lo peor: el odio que Daniélou tiene a los musulmanes estalla en su Historia de la India; y en 1922, una de esas corrientes extremistas, a las cuales era adepto, participó muy activamente en la destrucción con explosivos, masacres incluidas, de la mezquita de Babur en Ayodhya, porque había sido construida “en el lugar de nacimiento del dios Raun”. En cuanto a la obra de Daniélou como traductor del sánscrito, acaba de ser rebatida de arriba abajo por uno de sus antiguos admiradores, Jean-Louis Gabin6, quien descubrió la amplitud de la impostura trabajando con los mismos textos.

La inglesa Annie Besant (1847-1933), regente de la Sociedad teosófica, se creyó autorizada
a quitarle la palabra al mismo Gandhi el día de la inauguración de la Universidad hindú de Benarés. Y fue lo bastante loca como para captar a un niño brahmán, cuidadosamente seleccionado, para educarlo en Adyar, cerca de Madrás. Destinado a ser el elegido del reino, el adolescente rehusó, se dio media vuelta y se convirtió en el filósofo Krishnamurti. Célebre
e influyente, Ananda Coomaraswamy, hijo de un ceilandés y de una inglesa, nacido en el Imperio de las Indias en 1877 – diez años después de la primera guerra por la independencia de la India, marcado por el sello de la maldición anglo-india del que hizo el mejor uso, le gustaban los mundos cruzados, y fue un gran pasador de metafísicas fáciles.

En Francia, extrañamente, los locos por la India del periodo de entreguerras no hicieron nunca ese viaje. Serios, constantes, reflexivos, estudian a la India, no la explotan ni políticamente ni ideológicamente y tampoco la visitan. Muerto en 1944, Romain Rolland, cuyo “Inde, Journal” es el mejor comentario de la lucha de los independentistas hindúes, a muchos de los cuales recibió en Suiza, no pudo resolverse nunca a “conocer la India, la verdadera”. René Guénon, erudito cuyos escritos sobre hinduismo marcaron tantas generaciones de jóvenes, feroz crítico de la teosofía, llegó hasta El Cairo y allí se convirtió al Islam en la rama del sufismo, se casó con la hija de Son Cheikh y murió en Egipto en 1951 sin haber conocido la India. Al igual que René Daumal, muerto en 1944, que tampoco la visitó.

Entonces, ¿quién le habló de la India? Para Jacques-Alain Miller, fue la lectura de Guénon, quien se trasladó a Egipto en 1928. A lo que añade una hipótesis: al final de sus estudios de medicina, Jacques Lacan y su amigo Pierre Mâle habrían hecho, parece ser, un viaje a Egipto para visitar a Guénon, en vano; más tarde, Lacan se habría preguntado qué hubiera sido de él, si lo hubiera encontrado. Por el contrario, se encontró con la gran resistente Marie-Madeleine Davy, especialista en la India y cristiana desconocida quien, con la excusa de organizar coloquios, reunió desde 1940 en el castillo de La Fortelle (puesto a su disposición por su red) a intelectuales y escritores, a refractarios al STO; a aviadores ingleses (y más tarde a petainistas escondidos); se habrían encontrado allí durante la ocupación Maurice de Gaudillac, Lanza del Vasto – otro fanático de la India – y según el testimonio de M.-M. Davy, Lacan. Más próximo al psicoanálisis, Paul Masson-Oursel (1882-1956), filósofo formado en hinduismo por Sylvain Lévi – y también en sinología y helenismo – se orientó hacia la psicología, presidió la Sociedad Francesa de Psicología y, antes de la aparición de la Revista Francesa de Psicoanálisis en 1948, colaboró con Psyché, revista internacional de psicoanálisis y de ciencias humanas, fundada en 1946 por Marise Choisy, una persona rara, apasionada por el psicoanálisis y los círculos intelectuales. Sin buscar una persona en particular, podemos pensar que, como numerosos intelectuales de su generación, Lacan respiró el invasivo perfume de la India antes de la Segunda Guerra Mundial, e incluso durante la ocupación.

Lecturas de Lacan

Pero para hacer aparecer en el pensamiento psicoanalítico elementos filosóficos en sánscrito o traducidos del mismo, se requiere un enfoque muy diferente.

Alumno del colegio Stanislas, Lacan había estudiado griego y sobre todo latín, asignatura en la que era muy bueno. Sabía aproximarse a otros alfabetos, introducirse en las lenguas antiguas. Podría apoyarse en ese zócalo que, en su tiempo, era parte de la cultura general, tan apreciada por el cuerpo médico de la época. Esto está presente en su manera de abordar el sánscrito: Lacan no divaga sobre un fondo de nirvana. Su uso de los textos tiene un sentido.

Más tarde procedió de la misma manera con China, ayudado por François Chen. Al igual que con otros campos del saber, sucesivamente. Hay en Lacan un estudiante perpetuo, apasionado por las lenguas muertas o vivas. ¿Merece la India un lugar particular? ¿Ha incidido su pensamiento? La respuesta no es evidente.

Hic rhodus, hic salta, peleémonos con el estudio de los textos

Utilizada tal cual en “El psicoanálisis verdadero y el falso”, la fórmula llamada “la Gran Declaración” viene de los Upanishads, cuyo mejor intérprete es el filósofo Shankara, pensador del Vedanta advaita, y por lo tanto monista: sólo existe una realidad. Stricto sensu, el estudiante al que su maestro enseña el “Tú eres eso” debe comprender que el Si mismo -el atman, pura conciencia, puro “Yo soy”- no es separable del brahmán, realidad transcendente, absoluta e indefinible que no es “ni esto ni eso”, neti neti, pensamiento que encontraremos en el budismo.

Por otro lado, Tat designa al brahmán, Tvam designa el atman; sus cualidades se oponen como el servidor y el rey, el gusano y el sol, de manera que no se los puede comprender en sentido literal, sino completándolos – es a esto a lo que hace referencia el ejemplo del famoso “una aldea en el Ganges”, incomprensible si no le añadimos las dos orillas del río (una de las frases que ilustran al Tvam es esta: “igual que un pescado grande nada de una orilla a la otra del río, del Este al Oeste, de la misma manera la entidad infinita se mueve entre dos estados: el del sueño y el del despertar”)

Dos puntos me parecen importantes. El primero es que, por definición, y a causa del tuteo, la Gran Declaración exige que sea un maestro el que enseñe al estudiante. Es necesario alguien para decir: “Tú eres eso”. Es el papel que puede interpretar no el psicoanalista, sino el psicoanálisis cuando acompaña al paciente hasta el límite extático.

No más allá

El segundo punto es precisamente este límite que podemos percibir en el Seminario Aún, donde el éxtasis de las mujeres místicas excede al Tú eres eso. “Tú eres eso” no quiere decir “Yo soy Dios”, sin embargo las místicas citadas por Lacan no lo dudan: hacen el viaje, nadan en el río de una orilla a la otra. Como Hadewijch de Amberes, beguina7 flamenca del s.XIII a quien Lacan descubre con alegría, y quien escribe en su séptima visión: “no hay satisfacción más grande que pueda darse que la de crecer y convertirse en Dios con Dios mismo8.

De la palabra al éxtasis

Queda Prajapati, que viene de la India védica, la más antigua, la más opaca. En Cuire le monde9, Charles Malamond escribe que el corpus de los Vedas, consagrado a las descripciones de rituales, es sin imágenes, sin templos, sin lugares fijos; al contrario del hinduismo posterior, rebosante de efigies que se barnizan, se visten, a las que se les ofrecen bailarinas para distraerlas, a las que se pasea y se acuesta por la noche. Pero Prajapati fue borrado de esta India hindú en beneficio del dios Brahma; y a los vedas les sucedieron los Brahmanes, después los Upanishads de dónde Lacan extrae su cita.

¿Quién es el Prajapati de la India védica? El señor de las criaturas ¿Cómo crea? Está poseído por el deseo de convertirse en múltiple. Tanto se enardece que sus criaturas terminan por surgir de su aliento, empezando por los dioses. Después, agotado, vacío, amenazando de muerte a los que acaba de dar vida por su dislocación, quiere reabsorber a las criaturas perdidas y así reconstituirse. Entonces se dirige al fuego, prometiéndole que sus criaturas, dioses y hombres, lo reconocerán como hijo y le llamarán Agni, el dios del fuego.

Agni le elude y se esconde entre los animales. Prajapati, buscándolo, ve brillar los ojos de los animales y su aliento, ve los excrementos esparcidos como las cenizas consumidas por el fuego. ¡Es él! Prajapati lo ha encontrado y para honrarlo le sacrifica esos animales.

Agni reconstituye a Prajapati. Apila los ladrillos, construye el altar según un protocolo complejo: cinco capas de ladrillos para el espíritu, la palabra, el aliento, el ojo y la oreja
de Prajapati, y cinco capas de tierra para los pelos, la piel, la carne, los huesos, la médula de Prajapati, todas y cada una constituyen momentos, quincenas, un año. Destinado
a dispersarse, Prajapati reconstituido es a la vez la víctima sacrificada y el sacrificio mismo. Además, su cuerpo de ladrillos es el lugar de los ritmos de la poesía védica, comprendidos los versos irregulares con una sílaba de más o de menos, resultado de los errores de medida durante la edificación del apilamiento. Es decir, que una fórmula de poética como “la aldea en el Ganges” no es separable de la reconstitución ritual del creador. Sólo existe una realidad.

Para hacer sitio al lugar del sacrificio, se despeja un montón de tierra que se mezclará con agua (en la que han estado sumergidos los cuerpos y las cabezas de las víctimas animales
y humanas). Ese montón de tierra, llamado purisa, significa a la vez excremento humano
y animal, por sinécdoque, el ganado, y Agni que se escondió en él. Para reconstituir Prajapati, el cuerpo de Agni es a la vez el altar de ladrillos y el excremento intersticial. “Por supuesto”, concluye Malmoud citando el Taittiriya-Samhita, el texto védico más ortodoxo, ya que
“el centro de la persona es excremento”, o de manera más precisa, “el centro de uno mismo es mierda”, añade él en una nota, precisando que para nada se trata de una blasfemia. ¿Quién es Agni? Él se lo pregunta a Prajapati, su creador, y esta es la respuesta: “Tú sólo, Agni, te conoces. Eres el que eres”.

Del primer aliento de Prajapati surge la diosa Vac (pronúnciese Vatch), la Palabra, a veces representada por una inmensa lengua tatuada de fórmulas en sánscrito. En ciertas versiones, la diosa Palabra se vuelve y se traga a Prajapati; y en todos los casos, ella es la primera sílaba, “madre de los vedas, ombligo de la inmortalidad”, energía femenina que tiene “por naturaleza y por forma el sánscrito”, nos dice André Padoux en Comprendre le tantrisme10. Vac no emite sonidos, sino formas de gramática sánscrita. Demos un paso más en la liturgia de la palabra, ahí, un antiguo tantrashivaista nos enseña su energía divina descendiendo al corazón humano, donde se enrosca [Kundal] tres veces, adormecida, antes de despertarse para levantarse bajo la célebre figura de Kundalini, mujer interior, serpentina que recorre los “lotus” dispuestos a lo largo de la columna vertebral, del sacro al cráneo, lugar de la explosión del Ego tan deseada – el samadhi, el éxtasis.

En la vida cotidiana, entrar en samadhi, se dice de un asceta en el momento de su muerte. Ha “dejado su cuerpo” practicando los ejercicios de respiración hasta hacer escapar su alma del envoltorio de carne. No está muerto, no verdaderamente muerto como los no ascetas. Por derivación, podemos encontrarnos esta fórmula en una necrológica publicada en la prensa: fulano ha entrado en samadhi tal día.

Un samadhi puede ser el lugar donde el asceta ha sido enterrado, porque no se quema su cuerpo que la ascesis ya ha consumido, se entierra. En Pondichérry, por ejemplo, el samadhi es la tumba común del asceta bengalí Sri Aurobindo y de su compañera francesa, Mirra Alfassa, conocida como La Madre; cada día al anochecer los fieles van allí a recogerse en total silencio. El samadhi es la inmortalidad.

Muerto en 1886, Ramakrisna, brahmán analfabeto nacido en Bengala en una familia campesina muy pobre, permitió a sus discípulos anotar sus descripciones de éxtasis, poéticas, llenas de imágenes inmensamente sexuales. Citaré una para demostrar que Lacan no se entretuvo mucho en esos senderos tan frecuentados por los “pasadores” occidentales y los gurús expatriados en Europa o en los Estados Unidos.

Vi a un chico de veintidós años, que era idéntico a mí, entrar en el nervio sushumna y comunicar con los lotos, tocándolos con la lengua. Empezó por el centro del ano, pasó al centro de los órganos sexuales, el ombligo, etc. Los diferentes lotos de esos centros los de cuatro pétalos, los de seis y así seguido, parecían abatidos. Al tocarlos, se enderezaron. Cuando llegó al corazón, lo recuerdo claramente, y comulgó con el loto del corazón, tocándolo con la lengua, el loto de doce pétalos que colgaba boca abajo abrió sus pétalos. Luego llegó al loto de dieciséis pétalos en la garganta, al loto de dos pétalos en la frente. Por último, el loto de mil pétalos de la cabeza comenzó a florecer. Desde entonces, estoy en este estado”11 Ramakrisna conoció, en efecto, éxtasis que podían durar un mes entero; existe una fotografía de uno de estos éxtasis – está de pie, un brazo levantado, la boca enorme y abierta en una media sonrisa.

El objetivo apasionado de este místico analfabeto, mecido por las olas del sentimiento oceánico, era la disolución de sí mismo; sentimiento que Freud se negó a asumir a pesar de las súplicas de Romain Rolland. Bajo la modalidad erudita, forjado por las fórmulas gramaticales sánscritas que llaman mantras y por la serie de largas recitaciones repetitivas que son los japas, el objetivo de las prácticas tántricas es el mismo: orgásmico, a veces obtenido por medio de fascinantes cópulas colectivas, extremadamente ritualizadas, muy refinadas, donde estaríamos equivocados, se indignan los exegetas, si no viéramos más que simples orgías. En ciertos casos llamados “tantrismo de la mano izquierda”, no nos extrañará ver “el centro de Sí”, es decir el excremento, utilizado como unción sobre el cuerpo, o tragado; Sudhir Kakar12 ha relatado estos ejemplos con precisión.

¿Como en Sade? En absoluto. Exaltado por el estiércol animal y más precisamente por la boñiga de vaca, el excremento es una materia noble en la India, forma parte de la bebida sagrada de los ascetas al igual que la leche, el requesón, la mantequilla, la orina. Ahí no hay mal alguno. Tan sólo cuenta la disolución de uno mismo en el éxtasis.

Lacan el gramático

Este es el límite extático que Lacan no franqueará, el viaje que el psicoanalista no realizará en la cura. Porque las fórmulas a las que Lacan se refiere no van en ese sentido: la fórmula de Freud, Wo Es war, soll Ich werden no tiene como objetivo la explosión del sujeto, sino su asunción. Exactamente lo contrario.

De ahí mi prudencia. No se puede leer a la ligera la referencia a Prajapati.

Da, dice Prajapati; sus criaturas, divinidades, hombres, demonios, lo entienden a su manera. “Me habéis escuchado”, dice a todos el creador que será dispersado y será la víctima sacrificial. Con un tono muy “védico”, Lacan advierte a los psicoanalistas en las frases que preceden su evocación de Prajapati: “Que la experiencia psicoanalítica os haga por fin comprender que es en el don de la palabra donde reside toda la realidad de sus efectos; porque es por la vía de ese don que toda realidad le ha venido al hombre y por su acto continuado por lo que la mantiene. Si el campo que define ese don de la palabra debe serle suficiente a vuestra acción y a vuestro saber, le será suficiente también a vuestra abnegación. Porque le ofrece un campo privilegiado”13. Con anterioridad, Lacan ha querido recordar “el a, b, c desconocido de la estructura del lenguaje” y hacer deletrear de nuevo “el b – a, ba olvidado de la palabra”14. O el Da alemán del niño que juega Fort! Da! Haciendo aparecer en él el deseo de un otro15.

Lacan el hindú sin duda, pero mucho más certero aún Lacan el gramático.

Hanumann, el Mono celebrado por mi amigo gran sacerdote en Benarés, es llamado el Mono Gramático, santo patrono de los lingüistas. Es también, lo hemos visto, el dios de la abnegación, término utilizado por Lacan para delimitar el campo de acción de los psicoanalistas al que se dirige. Una de las imágenes más famosa de Hanumann el Mono, le muestra sonriente, arrancándose el pecho y descubriendo un corazón llameante: en la India, desde los Vedas, la gramática va con el sacrificio. Si hay una huella de la India en el pensamiento de Lacan, está sin duda en el límite que fija, expresamente, en el altruismo devastador en la cura; relacionó siempre el psicoanálisis con el saber, sobre todo el de las lenguas. El sánscrito, sí; la devoción, no. La abnegación terminará ahí.

Catherine Clément es filósofa, novelista y ensayista.

1Lacan, J. «Fonction et champ de la parole et du langue en psychanalyse». Écrits, París, Seuil, 1966 pág. 322

2 en el original instinct de mort. (NdT)

3Ibid. pág. 317

4 Lacan, J. «La psychanalysevraie, et la fausse», Autres écrits, París, Seuil, 2001. pág. 172Movie A Dog’s Purpose (2017)

5Lacan, J. «Le stade du miroir comme formateur de la fonction du Je… », Écrits, op. cit. pág. 100

6Cf. Gabin J.-L., L’Hindouisme traditionnel et l’interprétation d’Alain Daniélou, París, Cerf. Col. L’Histoire à vif, 2010

7 comunidad de mujeres laicas católicas conocidas como beguinas, que se sometían a la vida de comunidad sin constituirse en conventos ni tener jerarquía entre ellas, se dedicaban a la contemplación y a realizar obras de caridad entre pobres y enfermos. Igualmente realizaban votos de castidad de duración anual. Rivalizaron con el poder eclesiástico y su patriarcado, al considerar la experiencia religiosa como una relación inmediata con Dios, que ellas podían expresar con voz propia sin tener que recurrir a la interpretación eclesiástica de la palabra divina.

8Cf. HadewijchD’Anvers. Les visions, París. Ad Solem, 2008 [subrayado por la autora]

9Cf. Malamoud C., Cuire le monde, París, La Découverte, col. Textes à l’appui, 1989

10Cf. Padoux A., Comprendre le tantrisme. Les sources hindoues, París, Albin Michel, col. Spiritualitésvivantes, 2010

11Ramakrishna, citado por H. Zimmer, en Les philosophies de l’Inde, París, Payot, 1978, pág. 466

12SudhirKakar es autor de varias obras, entre ellas : La folle et le saint [con C. Clément, París, Seuil, col. Champfreudien, 1999]

13Lacan, J. «Fonction et champ… », op. cit. pág. 322

14Ibid. pág. 321

15Ibid. pág. 319