Extracto del discurso de clausura de las Jornadas de Estudios de los carteles de la École freudienne de Paris, celebrada el 13 de abril de 1975

Texto establecido por Jacques-Alain Miller a partir de la transcripción publicada en la Lettre de la École freudienne nº 18, 1976. Publicado originalmente en francés en La cause du désir 90, revue de l’ECF, Paris, 2015

Traducción de Margarita Álvarez

Lacan ha tratado la cuestión de la constitución del cartel y del número de sus miembros, comprendido entre cuatro y seis

Es una experiencia manifiesta que existen comunidades, no por nada llamadas religiosas, que nunca han conocido o visto sin reticencia una limitación del número de sus miembros. No parece que haya límite a lo que la comunidad religiosa puede reagrupar. Esto tiene sus razones. Espero hacérselas entender. Por ejemplo, que el anonimato presida la comunidad religiosa debe hacerles ya presentir que, en el cartel, hay un vínculo entre el pequeño número y el hecho de que cada uno porte, en este pequeño grupo, su nombre.

Nosotros no tenemos el mismo objeto que el que domina el hecho de la comunidad religiosa. Lo que nos interesa en nuestra práctica no es lo que interesa a una comunidad religiosa. Llamarla “religiosa” es una manera de hablar. Quiero decir que no pongo a todas las religiones en el mismo saco. He especificado ya la que prevalece en lo que se puede llamar nuestro ámbito, a saber, la cristiana. Ella no ha salido de la nada, ha salido de la judía y la porta aún consigo de manera muy singular. Las relaciones entre la comunidad judía y la comunidad cristiana están señaladas por algo a designar. Espero que el término “supervivencia”, para designar la manera en que la judía continúa siendo llevada por la cristiana, no les parezca exagerado. Es una manera de connotarla. Podría haber muchas otras maneras que retomaré quizás después.

El mito trinitario

La comunidad religiosa tiene como fundamento algo que no se designa de manera demasiado inadecuada diciendo que es un mito. El mito designa a este Dios que está lejos de ser simple, es incluso complejo, tan complejo que la comunidad cristiana se ha visto forzada a articularlo como trinitario. Ya dije en otro momento, en mi seminario, lo que pensaba: solo la comunidad cristiana se apercibió de que no había Dios sostenible sino triple. Evidentemente, se ha hablado mucho, se ha escrito mucho alrededor de esta trinidad, pero lo curioso es que, por supuesto, nunca se ha dado al respecto ninguna justificación. Y creo, con razón o no, tener el privilegio de haber proporcionado, con mi nudo de tres, una forma de lo que podría ser lo real de esta trinidad.

Alguien me ha hecho saber que ha visto —se lo señalo porque acojo el hecho con mucho interés— en la Biblioteca Nacional, en una exposición de miniaturas, algo que se encontraría actualmente —la persona tomó nota de ello— en la Biblioteca Municipal de Chartres. Alguien pues —yo espero verlo porque, después de todo, es a comprobar — habría visto un nudo borromeo con el enunciado trinitas al lado. Habría visto los tres pequeños trazos con los que saben que simbolizo eventualmente el nudo borromeo. Estos tres pequeños trazos se entrecruzan a la manera que lo hacen los fusiles puestos en pabellón: tres fusiles de pie que se sostienen apoyándose el uno en el otro. No se lo dije en el seminario porque no me pareció necesario, pero todos saben que algo que sirve de símbolo a cierto galicismo, e incluso a una Bretaña que despierta, a saber, el trisquel, realiza estos tres trocitos tal como yo se los dibujo en la pizarra como punto de partida del nudo. Entonces, este trisquel reducido, que es tan nudo borromeo como la forma completa, estaría acompañado con la indicación escrita de trinitas.

El agujero y el torbellino

¿Qué es lo que constituye nuestra relación en todo esto? Nuestra relación se limita a que si yo definiera algo que podría decirse que es el análisis, no lo llamaría religión de ningún Ser supremo, del cual mucha gente entre nosotros, sin embargo, no ha podido desprenderse nunca. Ya he dicho que no estaba incluso seguro de no ser sorprendido en flagrante delito de deísmo, y van posiblemente a verlo enseguida si hablo, a propósito de nuestra relación, de religión del deseo.

No parece sin embargo serlo. Me parece sobre todo que el deseo está vinculado a una noción de agujero, donde muchas cosas vienen a arremolinarse y a ser engullidas por él. Pero juntar el agujero con la noción de torbellino es evidentemente hacer múltiple este agujero, quiero decir hacerlo, al menos, conjunción.

Para dibujar un torbellino, recuerden mi nudo en cuestión, hacen falta por lo menos tres para que se constituya un agujero que haga remolino. Si no hay agujero, no veo muy bien qué tenemos que hacer como analistas. Y si este agujero no es triple, por lo menos, no veo cómo podríamos sostener nuestra técnica. Ésta se refiere esencialmente a algo que es triple y sugiere un triple agujero. En todo caso, para todo lo que compete a lo simbólico, es seguro que hay algo sensible que hace agujero.

No es solamente probable sino manifiesto que todo lo que se remite a lo imaginario, es decir, a lo corporal, surgió primero. No solo esto hace agujero, sino que el análisis piensa en estos términos todo lo que se refiere al cuerpo. Toda la cuestión es saber en qué la incidencia del lenguaje, de lo simbólico, es necesaria para situar lo que, en torno al cuerpo, ha sido pensado en el análisis como vinculado, digamos, a agujeros diversos. No hay necesidad aquí de poner de relieve el oral, el anal, sin contar los otros que creí deber añadir para dar cuenta de lo que es la pulsión —no es necesario subrayar que la función de los orificios en el cuerpo es designarnos que el término agujero no es un simple equívoco si lo llevamos de lo simbólico a lo imaginario.

Lo real no es todo

En cuanto a lo real, está claro que trato de hacerlo funcionar a partir de esta simple observación, que definirlo como universo es imponerlo como cíclico, como circular, es hacerlo englobante en relación a este cuerpo que lo habita, es hacerlo mundo. Introducir el Uno en lo real, eso es la noción de universo. Ahora bien, yo no estoy seguro de que lo real constituya un mundo. Por esto, trato de articular algo que se atreva por primera vez a avanzar que no es seguro que lo real haga un todo.

Evidentemente, es difícil ver qué física podría instaurarse a partir de ahí si no se admite que al menos algunas porciones de este universo pueden aislarse, cerrarse. En eso se basa –pienso que lo saben- la noción misma de energía. La idea de que la energía es constante es el principio mismo, la base, sobre la que reposa la noción de ley en Física. Sin la idea de que hay un todo, no se ve incluso cómo se sostendría la ciencia. Pero es curioso que no tengamos ningún tipo de idea aprehensible de los confines de este universo.

En resumen, lo que avanzo, lo que me atrevo a avanzar es que a nosotros, analistas, nada nos obliga a hacer de lo real algo que sea universo, que sea cerrado. La idea de que este universo es simplemente la consistencia —la consistencia de una hebra que se sostiene— no basta para hacerlo cíclico, pero ya es mucho como hipótesis y para nosotros puede ser suficiente. Con dos ciclos y una recta infinita, lo que es avanzar mucho ya para lo real, hacemos un nudo, un nudo borromeo que se sostiene, que hace verdaderamente nudo.

Que nosotros pudiéramos soportar la idea de que lo real no es todo es, cuando menos, de interés para los físicos. Estos llegaron a hacerse la idea de que quizás puede pensarse lo real sin ponerle una constancia llamada energía. Ahí empieza ya la idea de que la constancia no es la consistencia. Reducir la constancia a la consistencia habría podido quizás ser algo sostenible para los físicos.

¡Fiat trou!1

Pero, en fin, no estoy aquí para comprometerles en una física por venir. Nuestro asunto es percatarnos de esto que es patente en toda nuestra experiencia histórica y esencial para nosotros, a saber, que hay nombres. Con que haya nombres, quiero decir que desde que se recuerda se han dado nombres a las cosas, parece un hecho completamente nodal. La observación anda incluso rondando en Freud y es adecuada para detenernos.

Recuerdo que cuando escribí La Cosa freudiana hubo muchas personas que a mi alrededor se pusieron a hacer remilgos: “¿Por qué lo llama así? La Cosa, es repulsivo, cuando tratamos justamente de oponernos a la reificación”. Yo no he sido nunca de esta opinión. No he pensado nunca que cuando se produjo una ruptura, la de 1953, era porque se discrepaba sobre el hecho de reificar o no reificar eso de lo que se trataba en la práctica. Era por reificar de la buena manera.

Si llamé a algo la Cosa, y especialmente la Cosa freudiana, fue para indicar lo que hay de Freud en la Cosa, que él nombró. Lo que él nombró es el inconsciente. El término freudiana no tiene en absoluto aquí la función de un predicado, no es una cosa que a posteriori tenga la propiedad de ser freudiana, es una cosa porque Freud la enunció. Como sugerí a alguien recientemente, hablar del inconsciente como de algo que no existía antes de Freud no es una mala manera de expresarse por una buena razón: una cosa no ex-siste, solo entra en juego a partir del momento en que es nombrada por alguien.

Podemos recubrir todo tipo de cosas con nombres, eso siempre se hizo, incluso indiscriminadamente. En nuestra experiencia yo intento reducir ese nominable. Intento limitarme a nombrar lo que llamo, con Freud, lo Urverdrängt, lo que se resume finalmente a nombrar el agujero. Esto es partir de la idea de agujero. Es decir, no Fiat lux, sino Fiat trou.

Piensen que Freud no hizo otra cosa al avanzar la idea del inconsciente. Él dijo muy pronto que hay algo que hace agujero, que alrededor de este agujero se reparte el inconsciente y que el inconsciente tiene la propiedad de ser aspirado por este agujero. Incluso tan bien aspirado que no tenemos la costumbre, hay que decirlo, de retener ni siquiera un pequeño trozo suyo —se escabulle entero por este agujero.

Hablar de la Cosa freudiana como constituida esencialmente por este agujero, este agujero que tiene una ubicación, en lo simbólico, es referir algo que por lo menos puede sostenerse un tiempo, yo lo demuestro en todo caso. Y como este tiempo comenzó hace tiempo y, no ha habido muchas contradicciones en lo que yo enunciaba, la cosa empieza ya a sostenerse al menos por haber durado ese tiempo.

De la dialéctica a la topología

Este agujero yo lo identifico con la topología —hice alusión a ello en mi último seminario. Creo haber indicado, algunos se han percatado, que la topología no se concibe sin el nudo. Como decía hace poco en otra sala, el nudo no es simplemente algo en lo real, aunque allí tenga su dignidad de nudo, sino también en lo mental. En lo mental, eso hace nudo también. Es la primera vez que vemos algo que conjuga lo mental y lo real en este punto.

Es verdaderamente imposible no poner el nudo en lo mental. Al mismo tiempo, no se puede dejar de percibir que lo mental está allí muy inadaptado. Es tan difícil pensar este nudo que no podemos más que ver algo que nos daría eso que en mi último seminario llamé un presentimiento, si se puede decir así, de lo que podría ser, en definitiva, el agujero en cuestión.

Todo esto, por supuesto, es una precipitación, por qué no decirlo, después de la errancia. Saben que hice alarde de dialéctica y que hice uso de ese término antes de llegar a este torbellino. Es la ocasión de darnos cuenta de que cualquiera que habla de dialéctica evoca siempre una sustancia. La dialéctica es esencialmente predicativa, produce antinomia y no hay predicado que en sí mismo no se sostenga en una sustancia. Es muy difícil hablar a-sustancialmente, en especial cuando cada uno de nosotros se imagina ser una sustancia.

Evidentemente, es muy difícil sacarles eso de la cabeza, aunque todo demuestre que, como mucho, cada uno de ustedes no es más que un pequeño agujero, ciertamente complejo y turbulento. Pero, muy difícil que se piensen como sustancia si no es como sustancia que tiene la propiedad de ser pensante y, entonces, deviene verdaderamente desesperante pensar hasta qué punto su pensamiento es manifiestamente impotente. Parece como mínimo más sólido referirse a otras categorías.

Más vale darse cuenta por ejemplo, de que se puede enunciar sin absurdidad, avanzar con alguna posibilidad de dar en el blanco proposiciones como ésta —si hay lo indecidible, es un indecidible que solo se sostiene porque lo anudamos. Hay lo indecidible, pero la idea solo nos llega de esta seguridad tomada precisamente de las matemáticas de que no hay no-nudo, si puedo decirlo así, porque en resumen es la única definición posible de lo real. Y a ceñir los nudos, para no deslizarnos indefinidamente, es a lo que nos empleamos en el análisis.

Lo privado en lo público

¿Qué es el análisis a fin de cuentas? Es como mínimo algo que se distingue porque nos hemos permitido una especie de irrupción de lo privado en lo público. Lo privado evoca la muralla que protege los pequeños asuntos de cada uno. Los pequeños asuntos de cada uno, eso tiene un núcleo perfectamente característico que está hecho de asuntos sexuales. Esto es el núcleo de lo privado.

Cuando menos es gracioso que eso público en el que hacemos emerger lo privado tenga, para los etimologistas, un vínculo manifiesto con pubis. Lo que es público emerge de lo que es vergonzoso, ahora bien, ¿cómo distinguir lo privado de lo que se tiene vergüenza? Está claro que la indecencia de todo esto, indecencia de lo que ocurre en un análisis, desaparece, podemos decir, gracias a la castración, de la cual el análisis, desde Freud, está hecho para evocar su dimensión.

Toda la cuestión es si el plus-de-gozar es extraer un goce de la castración. En todo caso, esto es todo lo que está permitido por el momento a cualquier persona -si la palabra persona designa alguien-2. Ella designa una sustancia pensante, sin duda, pero incluso cuando nuestras preocupaciones no son en absoluto sustanciales, ni sustantóforas, nos esforzamos en hacer entrar esta noción de sustancia pensante en un real. Pero, esto no viene dado, por supuesto, porque hay montones de cosas que nos estorban.

La muerte es puramente imaginaria

Nos estorba por ejemplo la idea de la vida. Es una idea así. Es bastante curioso que Freud promoviera el Eros pero que, a pesar de todo, no osara identificarlo por completo con la idea de la vida, y que distinguiera incluso la vida del cuerpo y la vida en tanto es portada por el cuerpo en el germen. A pesar del uso, si se puede decir así, que hizo Freud, hay algo con lo que la vida no tiene nada que hacer y que pasa por ser su antinomia, a saber, la muerte. Se piense como se piense, la muerte es puramente imaginaria.

Si no hubiera corpse, si no hubiera cadáver, ¿que nos permitiría hacer el vínculo entre la vida y la muerte? Naturalmente, nos ponemos de acuerdo en anudar la idea del puerro, el manojo de cadáveres, incluso es nuestra ocupación principal. Hay también las estatuas, ese lado enloquecido de estos seres llamados humanos que fabrican sus propias estatuas, a saber, cosas que no tienen absolutamente nada que ver con el cuerpo, pero que cuando menos se le parecen.

Hay que bendecir las religiones que prohibieron esta obscenidad. Además, ¡es horrorosa de ver! ¿Qué hay más horrible de ver que un ser humano? pregunto. Un ser humano, una forma humana, en fin, hace falta verdaderamente la religión llamada católica para encontrar sus delicias. Evidentemente, ella tiene algo que ganar con el asunto. Es patente, se ve muy bien el mecanismo -juega con lo bello-. Por otra parte, ¿qué es todo ese cuento del Evangelio, hay que decirlo, si no la exaltación de lo bello?

Les mostraré eso otro día.

1 Trou”, en francés, agujero. Dejamos el término en francés por su resonancia con “lux”, que se pierde en la traducción (NdT).

2 En francés, “personne” quiere decir “persona” y “nadie” (NdT).