Textos: Patrick Monribot

Intervención realizada en las Jornadas de la ECF sobre el autismo, París 2012

Traducción: María Martorell Linares. Revisada por el autor

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Inventar un borde, construir un cuerpo

“Durante la década de los noventa he trabajado (…) en un hospital de día con niños autistas. En este contexto, anticipé en 1992 que, en el autismo, el retorno del goce se produce (…) sobre un borde. (…) Muchos comienzos de tratamiento dan testimonio, precisamente, de que este borde forma un límite casi corporal infranqueable, más allá del cual ningún contacto parece posible con el sujeto”.[1]

 

¿Cómo entender esas notas de Eric Laurent? Y ¿Cómo ilustrarlas?

Para defenderse del goce dañino propio de todo parlêtre, el autista no dispone de la solución paranoica: su “ausencia de comunicación” no le permite el acceso a un Otro malvado guardián de dicho goce.

Además, no cuenta con la solución esquizofrénica que mantiene el goce en el cuerpo con gran esfuerzo. Efectivamente, el autista no tiene cuerpo. La incorporación del lenguaje articulado no ha funcionado, ni tampoco ha operado el estadio del espejo. Tiene que inventar otro borde para otro cuerpo.

Con este fin, apunta Eric Laurent, el autista instala una “neo-barrera corporal” destinada a encapsular al sujeto en una burbuja protectora. Sobre este dique, el goce retorna sin cesar, a falta de poder ser localizado de manera estable en forma condensada. Pero esta muralla tiene un precio: aísla al autista del resto del mundo.

 

¿Qué es este fenómeno de borde?

Allí donde Bettelheim localiza un “comportamiento frontera”, Tustin anticipa la idea de un “caparazón” frente al goce. E. Laurent ve una tentativa topológica de trazar un borde para hacerse un cuerpo, al menos una imitación del cuerpo capaz de regular el goce nocivo.

Para constituir tal borde es necesario un objeto. Además, ningún cuerpo puede tomar forma sin un objeto particular. El neurótico, por ejemplo, construye su cuerpo especular a partir del objeto a pulsional que, precisamente, no es especular: un objeto separado, ausente de cualquier imagen y, por lo tanto, fundador del cuerpo.

¿Qué sucede con el autista? En el autista no hay separación que produzca un objeto a, ya que no hay alienación que aloje el sujeto en el Otro. Problema: ¿Qué objeto puede poner en función para dotarse de una cápsula que haga las veces de cuerpo?

Puede ser un objeto extraído del organismo. Tustin cita la rigidez muscular generalizada, las continuas burbujas de saliva, la retención de las heces, etc.

Pero también puede tratarse de un objeto autista inventado como prolongamiento metonímico del organismo. Por ejemplo: el aparato que producía electricidad del caso Joey, el niño máquina de Bettelheim. Desenchufar la máquina desregulaba su goce y le dejaba sin cuerpo vivo.

El efecto de borde creado de esta forma produce una consistencia corporal incrementada con un valor protector cara al exterior.

Sea cual sea el valor utilitario del artefacto, tiene siempre una función pragmática que no tiene otra virtud que el valor de protección de un borde.

Más aún, este objeto permite producir lo que se llaman “islotes de competencias” que prolongan el efecto de borde. ¿No se convierte Joey en electricista? Otro ejemplo: Temple Grandin, autista americana de alto nivel, inventó una máquina para capturar las vacas sin esfuerzo antes de llevarlas al matadero, se convirtió en universitaria para enseñar su método.

¿Qué impacto tiene el uso del borde en la dirección de la cura del autista?

 

Respuesta con un ejemplo extraído de mi práctica

Pierre es un autista de cuarenta y cinco años que se balancea sin cesar durante todas las sesiones. Para él, su máquina es la bicicleta. Dice: “Sólo en la bicicleta soy yo”.

Pedalea desde hace treinta años en un club de cicloturismo. Su práctica colectiva de bicicleta es extremadamente rígida: ochenta kilómetros cada domingo, según una hoja de ruta fijada por el club. Si el clima es horrible toma la ruta él solo, indiferente a la deserción de sus compañeros e impermeable a las pullas que, por otro lado, no comprende: “¡Están locos –dice- no tengo una bicicleta pequeña en la cabeza porque tengo una grande en el garaje!” [En francés, “avoir un petit vélo dans la tête” (tener una bicicleta pequeña en la cabeza), es una metáfora popular para decir “estar loco”]. Pierre no puede comprender la metáfora y toma la expresión de la broma al pie de la letra.

También ha desarrollado unos “islotes de competencias”. Es un especialista en datos con una extraña memoria: datos de nacimiento de los ciclistas, datos de victorias de etapa, datos de su jubilación, etc.

Aparte del ciclismo, es insuperable con los aniversarios de los cantantes franceses. Con una predilección, definitivamente misteriosa para mí, por Michel Polnareff, en cada sesión me informa de la evolución de su edad. Me dice, por ejemplo: “¡Hoy hace sesenta y ocho años, tres meses y cuatro días que Polnareff está vivo!”. Le deseamos un feliz “no cumpleaños” cada vez.

 

¿Qué hacer?

Primero escogí escribir la lista infinita de fechas de nacimiento en un cuaderno, dócil a su dictado. Yo hago de escriba: él apenas sabe escribir. Sabe contar con dificultad, lo cual no deja de extrañarme, vista su contabilidad cibernética en lo que concierne a Polnareff.

En cuanto a la bicicleta, introduje una escansión más allá de la letanía de las fechas, tras un doble pinchazo que lo dejó averiado en el borde del camino. Tomé esta contingencia para proponer buscar juntos en Internet todos los puntos de reparación de bicicletas en los pueblos que atravesaba, a lo largo de los distintos itinerarios: lugares en el lugar de fechas. De esta forma, también aprendió a leer un mapa de carreteras.

Otra escansión: hemos examinado todas las marcas de bicicleta y su especificidad -un saber sobre el objeto-.

Este lento trabajo sembrado de pequeñas escansiones produjo efectos. Hace poco, y por primera vez en treinta años, ha interrumpido sus invariables ochenta kilómetros dominicales para volver a su casa a mitad de camino. Motivo: una compañera de equipo, de repente le miró con “ojos burlones” y le dijo “¡Eres idiota!”. Se marchó ofendido.

La irrupción alucinatoria de un compañero de bicicleta malvado, alertó a su madre, que solicitó para él un tratamiento farmacológico al cual consentí.

Al mismo tiempo, cosa no menos excepcional, formuló una demanda sobre su lugar de trabajo en el CAT (Centro de Ayuda para el Trabajo): quiere que le asignen a trabajar en las viñas, en el exterior, ya que el taller, a menudo le resulta demasiado ruidoso.

Aprovechando este movimiento, introduje otra escansión con respecto a su práctica de ciclismo. Cada martes consultamos juntos la meteorología del próximo domingo. Si el pronóstico es de lluvia, abre sus postigos en la madrugada del día indicado y verifica el estado del cielo. Si llueve o nieva, se vuelve a acostar y no sale. Lo que es evidente para cualquier compañero del club, en él es un testimonio de una increíble concesión respecto a una posición fosilizada.

Era urgente producir esta brecha: un compañero ciclista tuvo recientemente un accidente mortal tras resbalar en una carretera helada, accidente que le provocó al propio Pièrre una caída sin gravedad.

Valoramos la dificultad de responder a la pregunta formulada por E. Laurent: “¿Cómo transformar el objeto alejándolo del cuerpo?” Y, ¿cómo instalar en el intervalo producido de este modo un nuevo espacio de flexibilidad para el sujeto autista? De hecho, se trata de crear un “espacio de juegos” en el seno del cual “la indiferencia, absoluta hasta ese momento, cede”, precisa Laurent.

En este caso, la indiferencia cedió doblemente, ligada a la sonorización de la voz. Más allá de los ruidos habituales del taller, tolerados hasta el momento, de repente resuena el ruido fundamental de la lengua que le machaca los oídos. No es el “murmullo” joyceano, ¡es un jaleo! El significante es rechazado pero el ruido de la lengua perdura.

Por otra parte, el significante rehusado le vuelve del Otro, igualmente acompañado por la voz, bajo la forma alucinada de una injuria.

Recientemente, la madre de Pierre me preguntó si el estado de su hijo se había agravado con estos nuevos elementos. Le respondí que más bien él se había “desplazado”.

En efecto, se trata de “desplazar el límite del borde autístico”, según la fórmula de Eric Laurent. Queda saber qué acontecimientos subjetivos inesperados surgirán en este nuevo espacio.

El único hecho positivo a los ojos de la madre estupefacta: su hijo no se balancea más en su silla. Otra gran sorpresa aguardaba a sus compañeros de equipo: a partir de este momento negocia la programación anual de las salidas fijadas por el club y discute acaloradamente sobre el kilometraje. Podemos decir que es “menos tranquilo que antes”. Es el precio de su nueva flexibilidad.

 

 

Patrick Monribot. AP. Psicoanalista en Bordeaux (Francia). Miembro de la ECF, de la NLS y de la AMP

monribot@wanadoo.fr

[1] Laurent, E., «Les spectres de l’autisme”, La cause freudienne, nº 78, 2011, p. 56-57