Textos: Hebe Tizio

Intervención en la XIII Conversación de la Escuela “Las elecciones del analista. Dimensión clínica, epistémica y política” celebrada en Madrid el día 5 de diciembre de 2014.

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¿De qué elecciones es efecto un analista?

 

El título propuesto para esta conversación, Las elecciones del psicoanalista, me ha generado dificultades a la hora de realizar este texto. La primera respuesta que me surgió fue: el analista no es un sujeto. Reparé entonces que el término elección se tomaba en resonancia con el título de las Jornadas. Con más razón me dije, se trata de elección inconsciente en la elección de la posición sexuada. Esa elección no puede ser referida a un sujeto, pues éste es efecto.

Frente a la dificultad que me planteaba el título encontré un punto de apoyo en la inversión que realiza Lacan en el Seminario XX, cuando habla de mantener la posición de analizante en la enseñanza. Lo que me orienta es que produce un viraje: no se debe poner el acento en el yo sino en el “de, es decir, “de dónde viene eso de cuyo efecto soy” porque es esto lo que marca el pasaje al discurso analítico.

Entonces, punto de partida, no hay sujeto analista sino la posibilidad de ocupar una plaza de agente en el discurso analítico para devenir, al final, residuo del mismo.

Por eso me he decidido a hacer el pasaje del yo al de, de Las elecciones del psicoanalista a ¿De qué elecciones es efecto un analista?

Eso me permite precisar que se trata de una elección realizada como analizante entre el ideal y el desecho, como lo ha señalado Jacques Alain Miller, entre lo que se eleva y lo que se desprende, informe, como pieza suelta.

El discurso se funda en el lugar del semblante,[1] ya que es el agente el que especifica una manera de tratar el goce. Sin duda que es una formulación paradojal porque ese lugar del agente se halla marcado, en todos los casos, por la imposibilidad de dominarlo plenamente. Sin embargo, para hacer funcionar el discurso analítico, hay que saber dirigir la cura como resto, ya se sabe lo que produce la dirección desde el ideal.

El discurso analítico pone en el lugar de agente al objeto a que es un semblante idóneo para tratar el goce y lo hace porque este objeto constituye el núcleo elaborable del goce. Esta operación requiere de la presencia del analista “en cuerpo” (en corps, encore) para instalar el objeto prestándole consistencia.

Lo interesante de esto es que una dificultad resuelta lleva a otra. Entonces ¿qué sería lo que se puede decir de un psicoanalista pensando desde la clínica del sinthome, [2] es un analizante que ha percibido su modo de gozar absolutamente singular como fuera de sentido. Sin duda que no se puede erradicar el sentido pero esto implica poder trabajar más desde la perspectiva del funcionamiento, donde cortes, suturas y empalmes extraen su materialidad de otra de las vertientes del lenguaje. Desde esta perspectiva puede cernirse un incurable.

El analista no es entonces el que se queda en la operación de la escucha sino el que lee, en la repetición de los decires del analizante, la iteración del hacer con el goce.

Este analista es producto de un análisis que lo ha llevado a autorizarse de sí mismo, es decir, de ese real sin ley que se halla en el corazón del síntoma y que centellea en el acto. El acto toca al analista y su oportunidad esta dada por consentir operar con lo que ignora, atravesando así el horror que suscita.

Entonces, ¿qué es lo que ha permitido a alguien ofrecerse a sostener esa función? Hablo con propiedad y no me refiero con ello a quien se llama psicoanalista sino a lo que ha sido producido por un análisis.

El propio análisis es crucial, se puede decir que en la elección del analista se anticipa el recorrido guiado por el rasgo que la sostiene. No es lo mismo elegir un análisis lacaniano que uno de la IPA, porque es diferente el tratamiento que se dispensa al goce. En realidad es eso lo que se juega en la elección de un analista y, aunque no se sepa sobre psicoanálisis, los analizantes se quedan o se van en función de cómo se trata el goce, porque allí está implícito su consentimiento o rechazo.

Lo sé por experiencia, hubo en mi caso la elección de dos analistas que me permitieron concluir que no llegaría a un final. La elección del tercero y último, un analista lacaniano, con una relación al texto de Lacan verificada, incluía el rasgo que me guiaba. Por esa época me consideraba analista y tenía años de práctica pero había una diferencia fundamental entre esa consideración y la autorización como analista producida en la experiencia.

Un recorrido analítico es necesario para el esclarecimiento de la elección forzada y poder así asumir el reto de llevar a otro hasta donde se ha llegado.

Elecciones sin saber, elecciones forzadas que dibujan un borde sintomático generador de malestar pero que, finalmente, podrán dejar el vacío necesario para alojar los decires de un analizante; y así poder leerlos conociendo algo del propio modo de declinarlos, la propia raíz sinthomática se juega en esa lectura.

Hacerse responsable de las elecciones sin saber toca el tema de la autorización, como ya he señalado, autorizarse de sí mismo y ponerse al control de algunos otros quiere decir llevar las cosas hasta el final y saber servirse del discurso analítico, lo que da un estilo de vida.

Este punto es central en la formación del analista y por eso Lacan hacía la diferencia entre autorizarse y autoritualizarse en la Nota italiana. [3] El autoritualizarse hace existir un Otro regular, burocrático y pone en acto el “turbio rechazo” que se encarna como “no querer saber nada de eso”.

El analista es el analizante que decide servir como agente del discurso analítico porque está anudado sintomáticamente al mismo, y porque sabe que en tanto su servidor no se sostiene solo, porque se halla en juego el seguir trabajando su síntoma por la vía de la transferencia de trabajo. En la medida que lo hace puede generar nuevas transferencias que harán de relevo para seguir sosteniendo el discurso. Esta es la diferencia del psicoanálisis con una profesión.

Pues ningún pudor prevalece contra un efecto del nivel de la profesión, el del enrolamiento del practicante en los servicios en los que la psicologización es una vía muy propia a toda clase de exigencias bien especificadas en lo social: ¿cómo, a aquello lo que se es sostén, negarle el hablar su lenguaje?[4]

La formación del analista es permanente y Lacan agregó la Escuela al trípode freudiano. Escuela que tiene una particular forma de albergar al analizante porque no tiene la definición del analista. Este agujero central permite un reclutamiento por el síntoma dado que, al no haber esa definición, cada uno responde con la suya.

Ese agujero es tapado por la IPA con el criterio estándar que hace de velo, por la vía de la identificación, a la singularidad de cada uno y obvia hacerse responsable de la elección forzada.

Si el análisis pone a un analizante en posición de operar como analista en la experiencia, no lo guía como sujeto. Lo que queda del parlêtre debe seguir en transferencia para continuar trabajando su propia dimensión sinthomática. De allí la Escuela y la necesidad del control pensado en un sentido amplio: control de la propia práctica, pero también poner las producciones al control de la comunidad. Por eso Lacan, al final, pedía producciones concretas, porque son el testimonio de que le transferencia sigue trabajando el síntoma para sostenerse en el discurso analítico y sostenerlo. Por eso tiene todo su interés ver como es la inserción de cada uno en el discurso, ya que esa formulación -sostenerse para sostenerlo- toca el punto al que ya hice referencia, la creación de transferencias. Hacer de la propia transferencia causa de las nuevas… Así tiene todo su interés en el análisis ubicar el momento en que aparece la creación de transferencias analíticas.

El pase es una experiencia de transmisión. La formación del analista tiene un punto de fuga que no se puede verificar, por eso el pase tiene un lado de verificación y otro de apuesta sobre los efectos de producción y transmisión para sostener el discurso analítico.

Pero lo más interesante, para hacer referencia al título, es que el pase no toma en cuenta la práctica sino lo que ha producido el recorrido analítico. Para la práctica hay el control, allí la cuestión no se centra sobre el paciente como una supervisión sino sobre la posición del practicante.

Una Escuela con pase quiere decir que, pese a todas las dificultades que trae aparejado el tratamiento de lo real en juego, es una oferta para que cada uno pueda usarlo a su manera. El pase está para ser usado, es un instrumento que permite que todos se sirvan, no sólo haciendo una demanda sino también recibiendo los avances doctrinarios que produce.

El analista con Escuela sabe que la relación con la misma es sintomática. A veces se hace la contabilidad de los que asisten a las actividades, la presencia sin duda es importante pero eso no da cuenta plenamente de la relación que cada uno tiene con la Escuela del pase. Es muy interesante ver en los análisis cómo la misma tiene un lugar destacado en la economía libidinal del analizante. Toca a todos ya que cada uno responde con su singularidad a ese agujero.

La transferencia de trabajo crece a partir de ir abordando esas cuestiones que giran en torno a la elección de goce, a la par que algo se va cediendo se puede ver otra relación con la Escuela.

Me preguntaba por qué es frecuente ver que se ponen en juego distintas figuras del rechazo; creo que más allá de las dificultades que plantea la institución, se trata del turbio rechazo a la propia modalidad de goce que viene a dar consistencia al goce del Otro que no existe. Muchas veces se recurre a las cuestiones imaginarias de los grupos, no las niego, pero el real en juego tiene que ver con el rechazo a la propia modalidad de goce.

Por eso el tema de las elecciones remite a la ética y es nuestra responsabilidad conversar sobre ello como lo hacemos.

 

 

Hebe Tizio. AME, AE (1998-2001). Psicoanalista en Barcelona. Miembro de la ELP y de la AMP

hebe@tizio.e.telefonica.net

[1] Lacan, J. Seminario “L’insu que sait de l’une-bévue, s’aile à mourre“, 8 marzo 1977, Ornicar ?, 16, otoño 1978. Paris.

[2] Miller, J.-A. Sutilezas analíticas. Buenos Aires, Paidós, pág.95

[3] Lacan, J. “Nota italiana”. En Otros escritos. Buenos Aires, Paidós, 2012

[4] Lacan, J. “De un silabario a posteriori” Escritos II. Siglo XXI, pág.700